Por ROGELIO RÍOS HERRÁN
No se ha reflejado hasta ahora en los eventos y
discursos de los candidatos presidenciales una postura amplia no sólo sobre la
política exterior de México o la relación bilateral con Estados Unidos, sino
sobre una cuestión fundamental: ¿Qué importancia le damos los mexicanos al resto
del mundo?
Es decir, ante la escasa relevancia que los temas
externos como la globalización, las migraciones internacionales, la crisis de
Corea del Norte, la guerra en Siria, por nombrar algunos, tienen en la opinión
pública mexicana, cabe preguntarse de cara a esta elección presidencial si no
estamos perdiendo todos los mexicanos algo fundamental al ignorar o desdeñar la
influencia de lo externo en nuestra vida pública.
Si uno busca en las plataformas electorales de todos
los candidatos aquello que corresponde a la política exterior de México o a los
asuntos internacionales tendrá que irse a las páginas interiores, a secciones
de capítulos, para encontrar el tema.
Una vez ahí, la decepción continuará: todo está
escrito en un lenguaje general, no comprometedor con cambios específicos, lleno
de lugares comunes sobre la globalización, el libre comercio, el calentamiento
global, etcétera.
Ya he observado desde hace años este fenómeno del avestruz
con el que los mexicanos -no todos, por supuesto- se comportan ante el resto
del mundo: mientras una guerra cruenta arrasa con lo que queda de Siria y otra
guerra comercial entre China y Estados Unidos está en ciernes, nuestros temas
públicos son otros: el nuevo aeropuerto en la Ciudad de México, las notas sobre
las balaceras, asesinatos y secuestros del día en todo México, y la cuenta de
los días que faltan para el arranque del Mundial Rusia 2018.
No deja de sorprenderme, sin embargo, que pasan los
años y avanza el Siglo 21 y nosotros persistimos en mirar primordialmente hacia
dentro de México, no hacia afuera. Por eso tal vez nos caen de sorpresa los
grandes temas internacionales (el avance del conservadurismo y el extremismo de
derecha en Europa como amenaza a la democracia, por ejemplo) que una
observación más atenta nos hubiera permitido anticipar como riesgo para nuestro
país.
La fugaz unidad de posturas de los candidatos
presidenciales en el rechazo a las recientes declaraciones del Presidente
Donald Trump en torno a México y en apoyo la respuesta crítica del Presidente
Enrique Peña Nieto, no durará mucho y cederá su lugar a otros temas internos en
la refriega de las campañas.
No se dará ahora el siguiente paso: vamos en serio a
estudiar y entender a los Estados Unidos, mucho más allá de la figura de Trump,
a conocer a fondo sus instituciones políticas, el funcionamiento de su política
nacional y local, los mitos y hechos que conforman la cultura política de sus
ciudadanos.
Vamos a estudiarlos de la misma manera y en igual magnitud que ellos lo han hecho con México: nos conocen al dedillo, no
solamente por razones de inteligencia y seguridad nacional, sino por una vocación
académica volcada a los estudios mexicanos, a nuestra historia antigua y
reciente.
¿Cuántos programas académicos hay en México dedicados
al estudio de Estados Unidos? ¿Dónde están los institutos o “think tanks”
mexicanos sobre Norteamérica que sean la contraparte de los centros
estadounidenses sobre México?
Se contarían los existentes con los dedos de una mano.
En pleno Siglo 21, ya no digo que estudiemos más a Europa, Asia y América
Latina -lo cual deberíamos hacer- sino que por lo menos conozcamos más a
nuestro vecino del norte -me rehúso a llamarlo “contrincante” o enemigo”, no lo
es- para no andar a tientas sobre sus motivos y acciones y mucho menos depender
del tuit nuestro de cada día.
Recordemos esto al momento de votar: ¿Logra nuestro
candidato preferido alzar la vista más allá de nuestras fronteras? ¿O es como un avestruz?
rogelio.rios60@gmail.com
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