sábado, junio 30, 2018

2018: ¿Vivimos como demócratas?




Por Rogelio Ríos Herrán

No le dice gran cosa al mexicano de la calle que le hablen de las bondades de la democracia si no siente que bajo su manto es más fácil salir adelante en su vida diaria.

No, no es más fácil vivir el día a día en México a pesar de que durante décadas, y en particular desde 1997 (cuando el PRI pierde por primera vez la mayoría legislativa en el Congreso de la Unión), se habla de la evolución de la democracia mexicana hacia nuevos niveles.

¿En dónde está la dichosa democracia? ¿Qué representa en mi vida, en mi casa, en el barrio o colonia donde vivo? ¿Se vive acaso esa democracia en la familia, en las empresas, las aulas, el taller o el sindicato? 
Como sucede muchas veces con la fe religiosa, ¿podemos decir que se predica la democracia, pero no se vive según sus valores en la vida pública y en la privada?

No es fácil responder a eso, no me atrevería a plantearlo en blanco y negro porque es más bien una cuestión que cambia con el tiempo y con las personas.

Por supuesto que hay democracia en México, pero falta mucho camino para que sea el estilo de vida de los mexicanos, no un adorno de ocasión en cada campaña electoral.

Por supuesto que contamos con instituciones y mecanismos electorales que respaldan la existencia de un sistema electoral democrático, pero no podemos decir lo mismo del sistema político en su conjunto en donde siguen predominando los rasgos autoritarios.

Cubrimos la forma, no el fondo. Nadamos por la superficie, no por las aguas profundas. Somos mandones y autoritarios en los hogares con las esposas e hijos, en la empresa con los empleados, en el taller con los trabajadores, en el aula con los alumnos.

Somos ventajosos para estacionarnos donde no debemos, casi nunca devolvemos una cartera extraviada o un libro prestado, nos saltamos las filas, nos burlamos abiertamente de quienes sí respetan las normas (“esos idiotas”) y respetan a los demás.

Es decir, exigimos en la plaza lo que no practicamos en la casa. Queremos políticos perfectos cuando en realidad ellos provienen de la misma sociedad en la cual vivimos, pues no llegaron de otro planeta.

Pensamos que simplemente con nuestro voto para tal o cual gobernante las condiciones de México cambiarán por arte de quien ocupe el cargo. Dejamos la fatigosa labor del cambio a los políticos que tanto criticamos y detestamos: ellos no viven conforme a valores democráticos, acusamos, ¿pero nosotros sí?

No somos el único pueblo en el mundo que vive desfasado de sus ideales democráticos, que no incorpora en vida cotidiana y en sus hábitos aquello por lo que tanto anhela en abstracto: democracia, libertad, tolerancia, valores escritos en bronce en nuestra imaginación, no en nuestra existencia.

Lo que sí estamos obligados a hacer es encontrar una solución mexicana a ese problema universal: no para Australia o Mongolia, sino para México.

Señalo lo que me parece un abismo entre el pensar y el hacer sin dejar yo mismo de reclamarme esa incongruencia. Porque yo la he vivido es que conozco muy bien el dilema, la cuestión es ¿cómo salir de él?

No habría más que empezar a dirigir nuestros pasos hacia una mayor congruencia entre lo que hacemos y lo que pensamos. En nuestro ámbito privado, en primer lugar, y en el espacio social y público en segundo término.

No hay que hacer gestos heroicos ni golpes de timón. Tratemos a nuestra familia con justeza, a nuestros empleados y alumnos con equidad, aportemos como empleados y trabajadores nuestro mejor esfuerzo a la empresa o institución en donde laboremos, toleremos a quien no piensa, viste y habla como nosotros, aceptemos la diversidad.

“Piano, piano si va lontano”, dicen los italianos: poco a poco se llega lejos. Votemos el 1 de julio, claro está, como un primer paso, pero participemos después de ese día en la vida pública como nunca lo habíamos hecho: poniendo atención a lo que hacen nuestros representantes y gobernantes, exigiéndoles honestidad y capacidad, dejándolos de ver como dioses o mesías: son personas de carne y hueso, como nosotros, llenos de defectos y vicios, de errores y resentimientos.

No hay otro camino más seguro al cambio que el de empezar por nosotros mismos. Dejemos de ser los mexicanos pasivos e indiferentes que tradicionalmente hemos sido, cínicos y desdeñosos de sus leyes e instituciones, y pongámonos a trabajar en serio por ese país que queremos, pues absolutamente nadie lo hará por nosotros ni antes ni después del 1 de julio.
rogelio.rios60@gmail.com








domingo, junio 24, 2018

De niños y mezquitas


Por Rogelio Ríos Herrán
La intolerancia ante los migrantes y contra la libertad de culto no conoce fronteras porque es parte de una manera de ver la vida y a la sociedad que identifica universalmente a una forma de ser humano: la de rechazar la humanidad de los demás.
Sólo viendo a los demás, a los diferentes, a los extranjeros, a quienes practican otra religión, no como personas, sino poco menos que como animales se puede llegar a comprender cómo piensan los que odian a todo aquel que no sea como ellos mismos.
¿Cómo odian los que odian? Separando, por ejemplo, a los hijos de inmigrantes de los brazos de sus padres en Estados Unidos. O clausurando varias mezquitas en perjuicio de los seguidores de la fe islámica en Austria.
Si les preguntamos a los intolerantes por qué lo hacen nos contestarán que es para cumplir con la ley, por razones de seguridad nacional, por preservar la soberanía nacional, etcétera, pero nunca dirán abiertamente que es por odio.
Sí, el mismo sentimiento de odio que los carcome en privado, pero al que siempre niegan en público.
El mismo odio que no está inscrito en sus Constituciones y leyes como ideal explícito de vida, pero que sí lo está en sus corazones.
Cerramos las mezquitas, dicen los intolerantes austriacos, porque son semillero de adoctrinamiento de extremistas islámicos.
Separamos a los niños de sus padres migrantes, dicen los intolerantes en Estados Unidos, porque a sus padres los consideramos criminales y a los niños una amenaza a nuestra forma de vida. No importa que reviertan la acción con una orden presidencial: el daño está hecho.
Las leyes, en texto y en espíritu, son letra muerta para los intolerantes. Los valores cívicos que son la esencia de los gobiernos republicanos y de las democracias, yacen hechos pedazos bajo el peso de las palabras de odio que como fuego arrojan por sus bocas.
Sus rituales religiosos, sus sermones dominicales, su apego a Dios es una máscara que al ser exhibidos públicamente -como con los niños y las mezquitas- les pesa tanto llevar.
Amar a Dios. Negar a Dios. Los intolerantes no tienen problema alguno con eso. Cierran sus biblias y proceden como si nada, como quien pone la servilleta sobre la mesa al terminar un banquete, a separar a los niños de sus padres y a cerrar los recintos de la fe islámica.
De noche, de regreso en casa, tranquilamente instalados y con la conciencia serena como un mar en calma dirán para sí mismos: "deber cumplido".
Al verlos así, la primera tentación es la de regresarles ojo por ojo, odio por odio, insultarlos como nos insultan, lastimarlos donde más les duela.
Si así lo hiciéramos, sin embargo, nos convertiríamos en uno de ellos, acabaríamos pensando y actuando como ellos lo hacen.
No, no es ése el camino. Hay otro sendero más largo y penoso, pero que nos haría llegar más allá de la venganza: nos llevaría a la reivindicación.
A reivindicar nuestras creencias democráticas con nuestros actos de vida: vivir como pensamos, pensar como vivimos.
A reivindicar nuestras creencias religiosas más profundas: vivir como creemos, creer como vivimos.
A tener una sola cara. Una sola palabra cierta y sincera. Una sola humanidad.
Me refiero al sendero de la legalidad, a la ruta de las instituciones y régimen político con las que se puede contener sin violencia el poder que ahora detentan los intolerantes y llevarlos a donde hagan el menor daño posible a la sociedad.
Hablo de luchar en la arena pública con nuestras mejores armas: los argumentos sólidos, el razonamiento impecable, la dignidad del ciudadano, la educación, la mente abierta y la tolerancia que sustente a la democracia.
¡Qué camino tan largo! Sin duda que lo es. Muy largo, pero más seguro que cualquier atajo que la simple venganza nos dicte.
En eso creo firmemente. No lo niego, me envuelve como una llama la indignación por los niños y las mezquitas, mis puños se crispan.
Al final, sin embargo, sé que las batallas se pelean una por una, que no buscamos como ciudadanos democráticos del mundo una victoria pírrica, sino un triunfo pleno y que esta lucha nunca terminará sino hasta el final de los tiempos: lo importante es no dejar de pelearla. Por los niños y las mezquitas ahora; por nosotros mismos después.
rogelio.rios60@gmail.com











viernes, junio 22, 2018

Los mexicanos desiguales





Por Rogelio Ríos Herrán


Iguales ante la Ley, pero desiguales en la realidad. Hay abismos de educación, ingreso y oportunidades de vida entre los mexicanos, no a todos se les presentan las mejores condiciones para impulsar sus talentos y capacidades y prosperar en la vida.

Éste es el México de hoy: una nación cruzada por la espada de la desigualdad. Cuando se habla de “desventajas de vida” se comprende mejor por qué a unos mexicanos -muy pocos con relación al total de la población- les va muy bien en la vida y a la inmensa mayoría no.

Dejemos atrás las ideas añejas de que los mexicanos no prosperan por flojos, que son pobres porque no quieren trabajar o que están acostumbrados a que los “mantenga el gobierno”.

El problema de fondo es otro, muy puntual: a qué te enfrentas en la vida cuando naces en tal o cual parte del campo o la ciudad en México, cuando tu familia es de altos o bajos ingresos, cuando eres mujer o indígena o transgénero, etcétera.

El estudio “Desigualdades en México 2018”, presentado recientemente por El Colegio de México (ver en www.colmex.com), es un documento que desde ahora considero de suma utilidad para orientar la discusión nacional hacia la cuestión que los mexicanos enfrentan día a día: ¿cómo voy a salir adelante en un país que no ofrece las mismas oportunidades para todos?

En otras palabras, ¿cómo voy a superar los obstáculos a mi educación, tener una casa propia, contar con un empleo que me permita vivir dignamente junto con mi familia? Merecen estas cuestiones un lugar prioritario en la agenda pública.

Desde diversas disciplinas de las ciencias sociales, once investigadores del Colmex abordan las desigualdades, a las que definen como “las distribuciones inequitativas de resultados y acceso a oportunidades entre individuos o grupos”.

Para ellos, las diferentes dimensiones de las desigualdades se relacionan y se cruzan, las personas acumulan desventajas durante sus ciclos de vida y ahora enfrentan nuevos desafíos como la migración y el cambio climáticos, los cuales se suman a los retos tradicionales de ingreso y movilidad, educación y trabajo.

No deje de asomarse al informe, estimado lector, hay un Resumen Ejecutivo disponible en línea que le facilitará entrar al tema (se lo hago llegar si me lo solicita) y los especialistas que lo elaboraron han tenido cuidado de presentarlo de manera muy accesible al público no especializado.

Nos dejan ellos sentir un toque de optimismo al afirmar que “alrededor del mundo, hay evidencia para demostrar que las desigualdades pueden evitarse o subsanarse con una amplia gama de intervenciones públicas como impuestos o subsidios, cuotas de minorías en las asambleas legislativas o sistemas universales de protección social”.

El estudio aborda también las plataformas electorales de las tres coaliciones que compiten por la Presidencia de la República (tema que analizaré en la próxima entrega), su diagnóstico de la desigualdad y cuáles soluciones proponen.

Afirman los autores que “las mujeres, las personas con menores ingresos y la población indígena siguen enfrentando mayores dificultades que otros grupos para alcanzar objetivos cruciales en su curso de vida”.

Ni toda la voluntad del mundo puede ayudar a muchos mexicanos a salir adelante cuando en este país no hay condiciones favorables para todos. No es un problema nada más de cada individuo, es un problema del país entero.

Ayudemos todos, pues, a comprenderlo y a resolverlo. “Desigualdades en México 2018” es un buen comienzo, no se lo pierda, puede alternar su lectura con su serie favorita de Netflix.

(Investigadores de El Colegio de México participantes en el estudio: Melina Altamirano, Laura Flamand, Carlos Alba Vega, Emilio Blanco, Raymundo Campos Vázquez, Carlos Javier Echarri Cánovas, Claudia Masferrer, Reynaldo Yunuen Ortega Ruiz, Mauricio Rodríguez Abreu, Landy Sánchez Peña y María Fernanda Somoano Ventura).

www.facebook.com/rogelioriosherran

rogelio.rios60@gmail.com






Somos corresponsables del cambio





POR CRISTINA REYES

COLABORADORA INVITADA

“No basta con saber, también hay que aplicar.

No basta con querer, también hay que actuar”.

Johann Wolfgang von Goethe

Ante las inminentes elecciones que se llevarán a cabo el 1 de julio, las redes sociales y los medios de comunicación han manejado que México está dividido. Pues bien, vivimos una contienda electoral que hace mucho tiempo no se veía.

Independientemente de quién sea nuestro candidato de preferencia, nos encontramos ante un México crítico y un tanto agresivo incitado en el fondo por una sed de justicia y por querer un cambio verdadero aunado a una guerra sucia como nunca, lo que los ciudadanos hemos querido reflejar especialmente en dos de los cuatro actuales candidatos a la presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador (MORENA) y Ricardo Anaya Cortés (coalición Por México al Frente), donde de acuerdo a las encuestas, el primero va como puntero.

Pero dentro de todo el bombardeo de información, así como la crítica amarga y la agresión se han vivido como nunca, hay que darnos cuenta también de que tenemos una oportunidad como nunca.

Me explico. Exigimos gobernantes que no sean corruptos, que tengan amor por México, pero habría que analizar qué tanto hemos colaborado para que esto se dé y en qué hemos fallado para que no se dé.

¿En verdad estamos dispuestos a pagar el precio de lo que tanto reclamamos? ¿En qué podríamos colaborar para hacer de nuestro país una Patria digna? No podemos exigir lo que no podemos dar. 

México es y ha sido pisoteado, ensangrentado, golpeado en lo más hondo, pero nosotros ¿cómo reaccionamos? ¿En verdad nos importa nuestra patria o somos nada más visores en tiempo electoral cuando nos bombardean de guerra sucia para dar opiniones a veces sin trasfondo? No bastan sólo la crítica y la agresión verbal o escrita para generar un cambio.

Si en el círculo de raíz de toda sociedad, la familia, es difícil ponerse de acuerdo hasta para decidir qué vamos a comer, no quiero imaginar cuál difícil debe ser llegar a un acuerdo entre diputados, senadores y los diferentes gobernantes de nuestro país, lo que tampoco justifica que, según Transparencia Internacional, México esté en el lugar 135 de 180 en mayor percepción de corrupción aunado a las carencias que tenemos no solo económicas y de seguridad, sino de educación y de valores.

Por ahí escuché a alguien cercano comentar que cuando viajaba a Estados Unidos se ponía el cinturón de seguridad y respetaba todas las señales de tránsito, pero aquí en México no lo hacía porque no había esa cultura y pensé: ¿en verdad estamos esperando vivir en otro lugar para hacer lo que debemos hacer?

Aún no estamos del todo conscientes que esas pequeñas cosas serían las que verdaderamente harían un cambio, con las que le daríamos su lugar a México.

Seguimos con la idea de que al más “picudo” le va mejor. Festejamos hasta la locura eventos como el futbol, pero callamos ante una injusticia. Nos esforzamos por comprar un carro nuevo, pero nos cuesta darle el pase a otro conductor. Vamos al parque a ejercitarnos, pero nos cuesta trabajo depositar un papel en la basura. O simplemente decidimos no ir a votar porque “nadie me convence y todos son iguales”.

¿En verdad habíamos puesto atención en años anteriores a lo que hacían nuestros gobernantes? ¿Nos habíamos puesto a analizar las reformas? ¿Nos hemos preocupado por buscar en fuentes confiables los hechos que han marcado a los actuales candidatos para que quieran buscar la Presidencia?

Unos simples debates que poco o nada ayudaron, que parecían más un circo romano “donde se dan con todo” no pudieron haber ayudado mucho en nuestra decisión para votar. Mientras respondamos al circo tendremos circo, pero… no creo que los mexicanos merezcamos esto. 

¿Y después del 1 de julio?

El candidato que obtenga la victoria no podrá acabar de un solo golpe con todo lo que nos han heredado los malos gobiernos, eso es un hecho, y más que luchar contra un sistema o prometer atrapar a “los corruptos”, deberá hacer del tiempo su mejor aliado y escuchar la voz de cada uno de los estados de nuestro azotado, pero hermoso país para concentrarse en los problemas reales que desde hace años atañen a los mexicanos.

El nuevo mandatario tendrá la responsabilidad de transformarse hoy más que nunca en servidor público, para forjar un camino de pequeñas transformaciones en los ya conocidos pero cruciales temas de seguridad, educación, economía, salud, medio ambiente y tantos rubros que podemos mejorar, lo que tal vez lleve años.

Lo que hoy nos divide es lo que nos debe unir o la lucha estará perdida. Si en realidad queremos a México, lo más importante será trabajar en conjunto ciudadanos, empresarios, gobierno, en resumen, todos los mexicanos. Imposible que todos pensemos igual, pero sí es posible tener un camino con un fin común: un México digno.

Nuestro próximo Presidente de la República durará seis años en el poder y se irá, pero nosotros como ciudadanos nos quedaremos con la consigna de no bajar más la guardia y de actuar en pro de México, que es nuestra casa.


La autora es comunicóloga, editora, correctora de estilo y una ciudadana preocupada por México.




lunes, junio 11, 2018

Tercer debate: la economía y la política




Por ROGELIO RÍOS HERRÁN


El tercer y último encuentro entre candidatos antes de la jornada electoral del 1 de julio -y antes de que empiece el Mundial Rusia 2018- se realiza el 12 de junio en la ciudad de Mérida, Yucatán, la majestuosa capital del Sureste Mexicano y sede del Gran Museo del Mundo Maya que albergará el evento.

El tema a debatir girará en torno a la economía y el desarrollo: crecimiento económico, pobreza y desigualdad; educación, ciencia y tecnología; desarrollo sustentable y cambio climático.

Tal vez sea en el área de la economía en donde las propuestas de los candidatos muestran menores divergencias. Es decir, nadie plantea seriamente más allá de la retórica electoral abandonar la economía de libre mercado ni que México se retracte de sus compromisos, tratados y obligaciones internacionales, deudas, contratos petroleros, etcétera.

No hay una propuesta de cambio radical, ni siquiera del candidato de Morena que sería el más ubicado al extremo izquierdo, no así sus asesores económicos más corridos al centro del espectro político.

La discusión actual en la campaña electoral entre una propuesta económica “nacionalista” (vuelta a los setentas, como señalan muchos) y las propuestas “aperturistas” (apego al actual modelo neoliberal de economía abierta) tiene más de retórica que de sustancia.

Desde hace años quedó zanjada en México lo que en un libro muy popular de los años 80 (escrito por Carlos Tello y Rolando Cordera, 1981) se denominó “La Disputa por la Nación”: el vuelco de México hacia la economía abierta se estableció con firmeza, la adopción del neoliberalismo (y la derrota de los economistas nacionalistas), más que una ocurrencia mexicana, fue una tendencia mundial que se aterrizó entre nosotros y en el resto de América Latina.

Argentina, por ejemplo, acaba de firmar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para llevar a cabo un “ajuste estructural” en ese país a cambio de un crédito salvador de 50 mil millones de dólares. Es una película que ya vimos en México desde la década de los 80s: crecimiento de la deuda y el déficit públicos, fuga de capitales, devaluación de la moneda y la llegada de la Caballería en la figura del FMI.

No hay, por el momento, otro camino económico para México y América Latina a nivel internacional que el de seguir integrados a la globalización económica, jugar con las reglas internacionales y los actores poderosos de la arena global (países, organizaciones e individuos).

Difícilmente, y sólo a un costo tan grande que resultaría impagable, puede un gobernante mexicano desafiar el statu quo y proponer el tránsito hacia otro tipo de modelo económico, cualquiera que sea.

La camisa de fuerza del modelo neoliberal y el sistema económico global se lo impedirían y castigarían fuertemente a su país comprometiendo por completo su legitimidad política interna. Es decir, le costaría el puesto.

“En vista de los terribles problemas de desigualdad e injusticia social que siguen plagando el continente”, escribe Sarah Babb, “todo parece indicar que las políticas económicas se sitúan más allá del alcance de las instituciones democráticas, que las decisiones de política económica se alejan cada vez más de las casillas electorales y se concentran en manos de los expertos”.

Agrega la socióloga estadounidense que “algunos problemas políticos -como corrupción, drogas y el enjuiciamiento de los abusos de los derechos humanos- están sujetos a la discusión popular y a la contienda electoral”.

“Sin embargo”, concluye su argumentación, “el centro de los problemas que pertenecen a la política económica puede aislarse progresivamente de la discusión popular y discutirse solamente entre los formuladores de políticas formados en el extranjero, las élites económicas y la comunidad financiera internacional” (en su libro “Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo”. México: FCE, 2003, p.306).

Así que no esperemos grandes revelaciones sorpresivas en Mérida respecto a la política económica, tal vez solamente escaramuzas menores sobre tal o cual punto de sus propuestas económicas.

Todas ellas y los candidatos que las formulan deberán enfrentar, gane quien gane el 1 de julio, la realidad económica de hoy: en materia económica, predomina la globalización, no el nacionalismo.

rogelio.rios60@gmail.com




domingo, junio 10, 2018

Mexicanos, colombianos, venezolanos, ¿qué hacemos con Estados Unidos?

Presidentes Juan Manuel Santos (Colombia) y Donald Trump (EU).
Fuente: Google.com



Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Vamos un paso más allá de quien ahora está en la Casa Blanca; veamos por encima de nuestros propios gobernantes y contestemos, amigos colombianos y venezolanos algo que como mexicano les planteo: ¿Qué hacemos con los Estados Unidos?

¿Cómo hacer que la relación de nuestros gobiernos con el vecino del Norte sea armónica, respetuosa y benéfica en todas direcciones?

Aun cuando existe incomprensión entre los gobernantes de Estados Unidos y México, Venezuela y Colombia, ¿cómo hacer que se mantengan vivos los lazos que nos unen a su gente, a nuestra gente que vive allá y al estadounidense que tiene mente abierta y corazón agradecido con los latinos?

No es cosa sencilla dilucidar hacia dónde vamos en América Latina con Estados Unidos. Se interponen, en ambas direcciones, los prejuicios, los traumas históricos, la incesante inmigración latina hacia el norte, los cárteles de la droga, el tráfico de personas, etcétera.

Desde Washington, no importa el color de quien gobierne, les parece de lo más natural opinar y llegar hasta la injerencia en los asuntos internos de México, Venezuela y Colombia.

Desde América Latina, acudimos por los dólares de Washington, les vendemos nuestro petróleo y les permitimos “asesorarnos” contra el narcotráfico mucho más allá de lo razonable y ético.

Les abrimos la puerta, los sentamos en la sala de la casa y, cuando venimos a ver, ya se colaron hasta la recámara.

No cesa tampoco, por otra parte, el flujo de migrantes hacia el Norte a pesar de los avances en algunos indicadores económicos de nuestros países. No hay país que aguante -ni siquiera la Alemania de Merkel- una migración tan intensa sin provocar reacciones duras de rechazo y xenofobia, ¿qué hemos hecho los latinos para aliviar ese flujo?, nos preguntan con reproche muchos políticos estadounidenses.

¿Qué han hecho ustedes para abatir el consumo de drogas en su población?, les contestamos a los estadounidenses. ¿No se dan cuenta de que mientras haya una demanda gigantesca de drogas habrá un flujo correspondiente de suministro hacia Estados Unidos?

No se puede seguir viviendo así. Veo en Colombia la herida profunda que la guerra contra el narco y la guerrilla (fondeada y alentada con recursos de USA) ha dejado en su sociedad que lucha en estos días por definir su rumbo político.

Lo mismo en México, como en Colombia, nuestra herida profunda se llama “guerra contra el narco” que se sigue librando a un costo de decenas de miles de muertes violentas cada año y a instancias de una alianza antidrogas con Washington mientras que, por otro lado, la mariguana se ha legalizado en varios estados de la Unión Americana.

Y Venezuela, tierra de amigos queridos, vive una dolorosa crisis económica y una ruptura política interna que requerirá quizá de mediadores internacionales de buena fe que ayuden a los venezolanos a superarla.

Es en Venezuela en donde con mayor claridad se presenta el dilema que todo latinoamericano enfrenta en su vida: ¿qué hacer con Estados Unidos? ¿Colaborar con ellos cuando en todo país latinoamericano trabajar con los “gringos”, aunque sea en causas nobles y desinteresadas, es como recibir el beso de Judas?

Si apoyamos a la oposición venezolana en su petición de liberar a los presos políticos, ¿le estamos haciendo el juego a Washington?

Si criticamos al gobierno de Nicolás Maduro por su mano dura contra la oposición, ¿le seguimos haciendo el juego a la Casa Blanca?

En México, ¿debemos seguir con la Iniciativa Mérida o revisar su conveniencia en vista de los sucesos actuales como la renegociación de un Tratado de Libre Comercio de América del Norte que casi se extingue y las guerras de tarifas comerciales?

¿Qué es ser un buen mexicano: buscar la mejor convivencia posible con Estados Unidos o vivir en un estado de permanente tensión con su gobierno a un costo elevadísimo?

Sigo creyendo, como muchos colombianos y venezolanos, que es mejor buscar la convivencia pacífica con los estadounidenses (pueblo y gobierno), exigir reciprocidad y responsabilidad compartida, pero a la vez ofrecer gobiernos honestos, justicia social y desarrollo económico que arraigue a nuestros paisanos.

Presidentes van y vienen en Estados Unidos y América Latina. Lo que no se mueve ni un centímetro es la vecindad geográfica; si estamos obligados a convivir, ¿por qué no hacer de ello una bendición en vez de una maldición?

rogelio.rios60@gmail.com

domingo, junio 03, 2018

¡Defiendo mi voto!





Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

 Contra la manipulación de la información, el ocultamiento de la verdad y la mala fe al propagar falsedades o hechos dudosos presentados como verdades comprobadas en esta campaña electoral del 2018, defiendo mi voto.

Al rechazar cada teoría de la conspiración que escucho mañana, tarde y noche sobre maquiavélicos arreglos cupulares, oscuras alianzas inconfesables entre partidos y personas con visiones políticas no solamente encontradas, sino de plano irreconciliables, defiendo mi voto.

No habrá candidato ni propuesta que capture por completo mis preferencias políticas, no dejaré que nadie me absorba el seso ni me ciegue a la más clara de las realidades: no hay candidato perfecto, no hay propuesta de gobierno infalible, no hay partido sin mancha. Si me quieren convencer por todos los medios de que ellos sí son perfectos y su plataforma es impecable, defenderé mi voto.

No hay nada más frágil en las democracias modernas que mi voto individual. Aquí estoy yo, un ciudadano escéptico, desorientado, solitario contra candidatos, gobernantes, partidos, asesores de campañas, etc., blandiendo mi voto como una varita que agito para conjurar el huracán categoría 5 que se me vino encima cargado de violencia, inseguridad y corrupción.

Pocas cosas son tan vulnerables como los votantes durante una campaña electoral que sufren el diluvio de la propaganda electoral, una avalancha de frases e imágenes que no nos hacen ni más sabios ni mejores ciudadanos, solamente nos aturden.

Qué inútil parezco cuando intento enfrentar el tsunami electoral nada más que con mi conciencia en la frente y mi voto en la mano. No me dejo seducir, me resisto al canto de las sirenas, busco sinceridad en los candidatos y encuentro en casi todos ellos nada más que respuestas mecánicas preparadas de antemano por los asesores, frases huecas despersonalizadas, y me siento como cuando las muchachas le responden al galán insistente: “sí, claro, eso le dices a todas”.

Defiendo mi voto contra todo eso, insisto, porque he vivido lo suficiente para no acabar de desencantarme con tanta y tanta elección en que deposité ilusionado mi voto solamente para terminar decepcionado por quien elegí.

Si me decepciona el candidato, no me desilusiona la oportunidad de votar, no se termina para mí la democracia en las fallas y la deshonestidad de cualquier político. Es mucho más que eso mi aspiración democrática: un ideal, una utopía, una sensación de trascendencia.

No podría decirle a nadie, especialmente al joven ciudadano que votará por primera vez, que se abstenga de votar, ya que “no sirve de nada”, como dicen muchos pesimistas incurables para quienes únicamente somos títeres de los grandes titiriteros.

Fuente de las fotos: Google.com
Al contrario, le diría a ese joven que se estrene como ciudadano con un buen voto, razonado y fundamentado, y que no se crea todo lo que le prometen: no todo lo que brilla es oro.

Ni candidatos fallidos ni partidos decadentes te pueden quitar, joven ciudadano, lo mejor que una democracia puede darte para cambiar las cosas: tu voto, tu valioso y sublime voto que será la marca que dejes en la arena pública a lo largo de tu vida. Tú no eres un títere, eres el verdadero titiritero, ¿no lo sabías?

Todo empieza al votar, al abrir el ciclo de estímulo y castigo que tenemos en nuestras manos. En ese momento íntimo y secreto en la urna, al marcar las boletas, al sonreír porque premiamos o castigamos a los políticos y señalamos un rumbo para nuestra ciudad y para México, recibimos la hostia de la democracia: el voto, el sencillo voto que nos eleva por encima de todo lo demás para hacer la comunión con la Nación que somos, con la Patria a la que nos debemos más que a cualquier candidato o partido.

Somos mexicanos porque nacimos en México, pero nos hacemos ciudadanos porque votamos por México. Por eso, ciudadanos, yo defiendo mi voto.

rogelio.rios60@gmail.com



#YoNoMeDistraigo

  Por Rogelio Ríos Herrán  Mientras se dirime en el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos el conflicto que ocasionó l...