Por Rogelio Ríos Herrán
No le dice gran cosa al mexicano de la calle que le
hablen de las bondades de la democracia si no siente que bajo su manto es más
fácil salir adelante en su vida diaria.
No, no es más fácil vivir el día a día en México a
pesar de que durante décadas, y en particular desde 1997 (cuando el PRI pierde
por primera vez la mayoría legislativa en el Congreso de la Unión), se habla de
la evolución de la democracia mexicana hacia nuevos niveles.
¿En dónde está la dichosa democracia? ¿Qué representa
en mi vida, en mi casa, en el barrio o colonia donde vivo? ¿Se vive acaso esa
democracia en la familia, en las empresas, las aulas, el taller o el sindicato?
Como
sucede muchas veces con la fe religiosa, ¿podemos decir que se predica la
democracia, pero no se vive según sus valores en la vida pública y en la
privada?
No es fácil responder a eso, no me atrevería a
plantearlo en blanco y negro porque es más bien una cuestión que cambia con el
tiempo y con las personas.
Por supuesto que hay democracia en México, pero falta
mucho camino para que sea el estilo de vida de los mexicanos, no un adorno de
ocasión en cada campaña electoral.
Por supuesto que contamos con instituciones y
mecanismos electorales que respaldan la existencia de un sistema electoral
democrático, pero no podemos decir lo mismo del sistema político en su conjunto
en donde siguen predominando los rasgos autoritarios.
Cubrimos la forma, no el fondo. Nadamos por la
superficie, no por las aguas profundas. Somos mandones y autoritarios en los
hogares con las esposas e hijos, en la empresa con los empleados, en el taller
con los trabajadores, en el aula con los alumnos.
Somos ventajosos para estacionarnos donde no debemos,
casi nunca devolvemos una cartera extraviada o un libro prestado, nos saltamos
las filas, nos burlamos abiertamente de quienes sí respetan las normas (“esos idiotas”)
y respetan a los demás.
Es decir, exigimos en la plaza lo que no practicamos
en la casa. Queremos políticos perfectos cuando en realidad ellos provienen de
la misma sociedad en la cual vivimos, pues no llegaron de otro planeta.
Pensamos que simplemente con nuestro voto para tal o
cual gobernante las condiciones de México cambiarán por arte de quien ocupe el
cargo. Dejamos la fatigosa labor del cambio a los políticos que tanto
criticamos y detestamos: ellos no viven conforme a valores democráticos, acusamos,
¿pero nosotros sí?
No somos el único pueblo en el mundo que vive
desfasado de sus ideales democráticos, que no incorpora en vida cotidiana y en
sus hábitos aquello por lo que tanto anhela en abstracto: democracia, libertad,
tolerancia, valores escritos en bronce en nuestra imaginación, no en nuestra
existencia.
Lo que sí estamos obligados a hacer es encontrar una
solución mexicana a ese problema universal: no para Australia o Mongolia, sino
para México.
Señalo lo que me parece un abismo entre el pensar y el
hacer sin dejar yo mismo de reclamarme esa incongruencia. Porque yo la he
vivido es que conozco muy bien el dilema, la cuestión es ¿cómo salir de él?
No habría más que empezar a dirigir nuestros pasos
hacia una mayor congruencia entre lo que hacemos y lo que pensamos. En nuestro
ámbito privado, en primer lugar, y en el espacio social y público en segundo
término.
No hay que hacer gestos heroicos ni golpes de timón.
Tratemos a nuestra familia con justeza, a nuestros empleados y alumnos con
equidad, aportemos como empleados y trabajadores nuestro mejor esfuerzo a la
empresa o institución en donde laboremos, toleremos a quien no piensa, viste y
habla como nosotros, aceptemos la diversidad.
“Piano, piano si va lontano”, dicen los italianos:
poco a poco se llega lejos. Votemos el 1 de julio, claro está, como un primer
paso, pero participemos después de ese día en la vida pública como nunca lo
habíamos hecho: poniendo atención a lo que hacen nuestros representantes y
gobernantes, exigiéndoles honestidad y capacidad, dejándolos de ver como dioses
o mesías: son personas de carne y hueso, como nosotros, llenos de defectos y
vicios, de errores y resentimientos.
No hay otro camino más seguro al cambio que el de
empezar por nosotros mismos. Dejemos de ser los mexicanos pasivos e
indiferentes que tradicionalmente hemos sido, cínicos y desdeñosos de sus leyes
e instituciones, y pongámonos a trabajar en serio por ese país que queremos,
pues absolutamente nadie lo hará por nosotros ni antes ni después del 1 de
julio.
rogelio.rios60@gmail.com