viernes, enero 20, 2017

Donald Trump, el monje y el hábito

Vista de la entrada a la Torre Trump en Nueva York.
Fuente: Google.com



Por Rogelio Ríos Herrán

¿Le dará la investidura como el Presidente 45 de Estados Unidos a Donald Trump la respetabilidad que ha buscado en su vida personal y en su trayectoria profesional durante toda su vida?

¿Quedará atrás de él, una vez instalado en la Casa Blanca, todo el daño que como hombre de negocios sin escrúpulos causó a tanta gente que fueron socios, empleados suyos, clientes o competidores comerciales?

Como por arte de magia, ¿puede cambiar un hombre como Trump de ser, por decir lo menos, un pícaro en los negocios a convertirse en un Presidente que esté a la altura de la responsabilidad de gobernar a Estados Unidos y hacer que su país sea un actor responsable y una fuente de estabilidad en la arena internacional?

Dice la sabiduría popular que el hábito no hace al monje, y nada mejor se me ocurre para referirme al Presidente Trump, una vez que hoy 20 de enero de 2017 tome posesión del cargo.

Casi no hay en sus antecedentes profesionales algo que nos permita tener siquiera un poco de optimismo, alguna característica que alimente el beneficio de la duda que todo mandatario estadounidense merece al empezar su gestión.

Un día muy especial es hoy para Estados Unidos, es verdad, y no es el momento de arruinarle la fiesta a los republicanos, pero en la política se sabe desde tiempos antiguos que los errores se pagan muy caro. Y eso es precisamente el caso con Trump: no es de él la culpa de lo que dijo en campaña y lo que piensa hacer como Mandatario, sino de una sociedad y un sistema político que le permitieron increíblemente ganar la Presidencia de su país sin estar preparado para tal responsabilidad.

Es la sociedad estadounidense en su conjunto, su gobierno, sus legisladores, sus sistema electoral obsoleto, sus medios de comunicación vulnerables y manipulables, todo eso en su conjunto, lo que hizo que hoy llegue a la Casa Blanca un aprendiz de Presidente, justo cuando el cargo no permite a nadie que llegue a él una curva de aprendizaje. Ser un CEO no es suficiente para ser un Presidente.

Trump carece absolutamente de experiencia en la administración pública, no tuvo nunca un puesto de elección popular, y a lo largo de su vida, según expusieron en un excelente libro los reporteros del Washington Post (Michael Kranish y Marc Fisher.“Trump Revealed: An American Journey of Ambition, Ego, Money and Power", Scribner, 2016”), no dudó, por ejemplo, en recurrir a sobornos e intimidaciones a funcionarios municipales y estatales en Nueva York para edificar su imperio de bienes raíces sobre la fortuna heredada de su padre. De diplomacia y política internacional, del rol de las mujeres en su vida, mejor ni hablemos.

Frente a eso, esperar que el hábito cambie al monje parece una apuesta muy arriesgada, una de ésas que ningún jugador experimentado se atrevería a poner sobre la mesa.

Espero sinceramente equivocarme, pero el pueblo estadounidense, esa gran sociedad diversificada y dedicada en cuerpo y alma a salir adelante día a día con sus vidas, deberá sufrir las consecuencias de este desastre histórico en Estados Unidos si se impone la sabiduría popular y, en efecto, el hábito (la investidura presidencial) no hace monje a Trump.

rogelio.rios60@gmail.com

martes, enero 10, 2017

¡Gente en las calles!

Una multitud saquea un centro comercial en México.
Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

Algo anda muy mal en cualquier país y con cualquier gobierno cuando la gente sale a las calles a protestar contra las decisiones de sus gobernantes, las cosas se salen de control, se dan saqueos a comercios y violencia en general y el resultado final es una sensación de confusión en la población y de que los gobiernos no pueden o no quieren controlar la situación.

El arranque del año 2017 en México ha sido el más violento de los últimos años ante los aumentos en los precios de los combustibles (el ya famoso “gasolinazo”), además de que parece que hizo erupción el malestar de años anteriores contra los gobiernos de todos niveles (municipales, estatales y federal) por sus derroches e ineptitudes junto con la corrupción rampante que cruza por toda la clase política mexicana.

A mí los saqueos actuales me hicieron recordar las escenas de los disturbios violentos en Los Angeles (1992) y Argentina (2001), cuando las calles se convirtieron en una verdadera jungla en la que cada quien tenía que sobrevivir por sus propios medios.

Si en Estados Unidos, país desarrollado por excelencia, hay disturbios de ese tipo, los puede haber en cualquier otra parte aunque los factores que los detonan sean diferentes. 

Lo de Argentina en particular, por ser un país latinoamericano como México, llamó la atención por la barbarie mostrada por una población que en general es percibida en el resto del Continente Americano como de un muy buen nivel educativo.

Así que lo de las acciones de saqueos en la Ciudad de México y sus alrededores tanto como en Monterrey, la capital industrial del norte, tienen antecedentes en otras partes. Lo novedoso de ello, sin embargo, es que no son actos usuales en México, en donde hemos visto violencia, es verdad, pero de otro tipo.

¿Hemos rebasado una nueva marca de violencia con los saqueos? Es posible que así sea y que se haya abierto la puerta a la rapiña como una nueva práctica nociva entre la población que, a río revuelto, toma ventaja de lo que tiene a la mano de una manera brutalmente primitiva: le arrebato al otro lo que yo quiero para mí.

Que la gente salga a las calles es un síntoma de un mal profundo que afecta a la sociedad y al gobierno que son la base de la sociedad mexicana. No sólo se debe a la corrupción o ineptitud de los gobiernos, desde el Presidente de la República hasta los alcaldes de pueblo, sino a la existencia de una sociedad frágil, de escasos lazos solidarios, de casi nula conciencia social, de su desobediencia ancestral de las normas de convivencia y las leyes, en fin, de una sociedad tan desintegrada como sus gobiernos y su clase política.

El saqueo indiscriminado y oportunista de comercios, salvo el que se haga por los delincuentes organizados, es solamente dar un paso más allá de lo que día a día vive el mexicano: pasarse los semáforos en rojo, echar piropos y acosar a las mujeres en las calles, colgarse de la luz y el agua para no pagar los servicios, evadir impuestos, dar mordidas, tomar ventaja de los vecinos, hacer trampa en sus negocios o en su empleo, etcétera.

El resultado de todo ello lleva a muchos a salir a las calles no tanto a protestar, sino a ver qué se llevan en un saqueo. Las protestas sociales quedan opacadas por los destrozos en los comercios que se llevan por completo la atención de los medios de comunicación. Al final, más que protesta, queda la percepción de que una bola de vándalos es lo que son todos los que se manifiestan en las calles, una verdadera tragedia para el avance de las causas sociales y la lucha contra la corrupción.

Tratemos de entender las causas profundas, los males interiores que como gobierno y sociedad nos dañan y que desde el siglo 19 no nos dejan avanzar hacia un desarrollo de plenitud y de igualdad y justicia social. Sólo así le daremos su justa dimensión a los saqueos y evitaremos que ese mal prolifere y se integre a la nueva “normalidad” de la violencia en México. Ya con lo que tenemos no nos damos respiro, no más, por favor.

rogelio.rios60@gmail.com



Amenaza la violencia a las elecciones?

Por Rogelio Ríos Herrán  No recuerdo una Semana Santa reciente, por lo menos en la última década, con tantos eventos violentos como la de e...