martes, abril 26, 2011

Normalidad mexicana



Por Rogelio Ríos Herrán


Que la vida cotidiana en las ciudades mexicanas se vea tan severamente perturbada por actos violentos, balaceras y ejecuciones en lugares públicos, bloqueos de calles y avenidas, asaltos a mano armada, secuestros y extorsiones, es la manifestación visible de la descomposición de un régimen político que nunca supo cambiar a tiempo, y ahora se ve forzado a hacerlo por la presión de la delincuencia organizada y el narcotráfico que lo ha puesto, literalmente, en posición de jaque mate.


Todo eso no sucede solamente en las alturas, allá entre las élites que tradicionalmente han dominado a México a su modo y provecho, sino que llega directamente a los hogares de cada uno de los mexicanos comunes y corrientes que padecen los nuevos tiempos con estoicismo digno de mejores causas.


Las penalidades son ahora el pan de cada día. Lo normal, lo que antaño se percibía como un ambiente tranquilo y de paz en las calles, aunque era un sentimiento engañoso y ciertamente evasivo, proporcionaba, sin embargo, una sensación de “normalidad” (la ausencia de violencia abierta e incontenible en lugares públicos) que le permitía a la gente ocuparse de sus propios asuntos en su ámbito privado.


Todo eso se añora, hoy, cuando en muchos rostros y corazones se percibe miedo y suspicacia profunda no sólo frente a las ineptas autoridades, sino frente a los demás ciudadanos. Al final, el veneno ha llegado a emponzoñar a la convivencia social, y nos lleva a desconfiar hasta del vecino con el cual hemos convivido durante muchos años.


Muerte, destrucción y miedo son ahora los ingredientes de una “normalidad” mexicana absolutamente insoportable, y ante la cual hay que oponer todos los medios posibles de los que disponen los ciudadanos de bien para contenerla, el primero de ellos, el de elevar la voz crítica y de protesta por la indefensión ante la que nos han dejado las autoridades que deben garantizar la seguridad pública.


Desde Monterrey veo un panorama incierto para el futuro inmediato de México, pero también observo que hay un potencial muy grande que no ha despertado en cada uno de nosotros como ciudadanos para participar activamente en los asuntos públicos. Veo a padres que han perdido a sus hijos, a madres que lloran a sus secuestrados y ejecutados, a familias destrozadas por las adicciones a las drogas y al alcohol, pero sigo creyendo que el túnel no se ha cerrado del todo, que todavía se percibe la luz al final del mismo. Quienes han pasado ya del lamento a la acción práctica son nuestros pioneros: si los seguimos, seguramente, hallaremos la normalidad verdadera que hoy tanto añoramos. El camino está señalado.

rogelio.rios60@gmail.com

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