lunes, septiembre 26, 2022

Ken Salazar o debajo del sombrero


Por Rogelio Ríos Herrán


“Debajo del sombrero/ hay un hombre ranchero/ que con o sin dinero/ es todo un caballero…”, reza una hermosa canción norteña mexicana concebida como una explicación de que, más allá del aspecto humilde y el uso de un sombrero de campo, quien lo portaba tenía integridad y honor para pretender a una muchacha (obra de Manuel Adán Contero, compositor)


Al señor Ken Salazar, Embajador de Estados Unidos en México, enredado por completo en los entresijos de la política mexicana a la cual desconoce por completo a pesar de la información de inteligencia disponible a su alcance, no se le puede aplicar hasta el momento la canción mexicana.


¿Qué hay debajo de su sombrero que porta casi en todo momento, una reminiscencia quizá de su crianza en Colorado? Lo que lleva bajo la “guaripa” (como dicen los norteños) es una confusión que lo ha colocado en contra de los intereses de su propio gobierno: quiso construir una “relación personal” con el Presidente López Obrador, pero no contaba con la astucia del político mexicano para usar al Embajador a su favor.


Ejemplos sobran: las declaraciones de Salazar “a favor” de la propuesta de reforma energética del Presidente y contraria a la postura de su gobierno y a la defensa de las empresas estadounidenses afectadas; el regaño a María Amparo Casar (“¿Cómo sé que usted no me dice mentiras?”, le dijo a la presidenta de Mexicanos Unidos Contra la Corrupción, sus declaraciones cuando la detención reciente de Rafael Caro Quintero en donde negaba el papel de la DEA en la captura, la negación informal y mal manejada de que los documentos de una filtración reciente sobre financiamiento electoral  ilícito en Tamaulipas fueran del Gobierno de Estados Unidos.


La ambivalencia de Salazar respecto a su rol diplomático, es decir, respecto a qué intereses sirve realmente como resultado de sus acciones, lo ha colocado ya, a un año de su designación en septiembre del 2021, como un diplomático inexperto en la política mexicana, por decir lo menos.


Construir una “relación personal” con el gobernante de un país es, ciertamente, un objetivo loable y hasta una obligación del embajador estadounidense en turno, Hacerlo, sin embargo, al costo de quedar ubicado, como resultado de esa relación especial, en una situación incómoda que daña a los intereses de su país, es un error.


El anterior embajador estadounidense, Christopher Landau, no usaba sombrero ni intentó, hasta donde se sabe, hacerse visitante frecuente de Palacio Nacional ni “amigou” del Presidente López Obrador, pero cumplió con eficiencia su labor diplomática, utilizando para ello un manejo ingenioso de las redes sociales y de su gusto por la cultura popular y la cocina mexicana: su relación personal la hizo con los tacos de carnitas, no con los taimados políticos mexicanos.


En donde Salazar no resiste comparación alguna es con el papel desempeñado por Roberta Jacobson, embajadora estadounidense de 2016 al 2018, demócrata como él, cuyo desempeño fue de excelencia y quien es añorada en nuestro país a pesar del tiempo transcurrido desde su partida.


Su tacto diplomático, la integridad de sus declaraciones, la defensa inteligente de los intereses de su gobierno, el cultivo de relaciones personales y contactos en el gobierno incluso hasta el nivel presidencial, su acercamiento a la sociedad civil, el sustento de sus acciones sobre la información de inteligencia de su propio gobierno, hicieron a Roberta la mejor embajadora norteamericana que hemos tenido en México en la era contemporánea.


No, no usaba sombrero Jacobson y su español era fluido e impecable en el dominio de lo que quería expresar en nuestro idioma, un problema que hasta el momento es insuperable para Salazar y que abona a la confusión que producen sus declaraciones al vuelo o en las entrevistas a medios de comunicación.


No sé cuándo terminará el encargo de Ken Salazar como representante diplomático en suelo mexicano. En notas recientes de The New York Times que han abordado el “performance” público de Salazar se revela la inconformidad que ha creado su actitud en altos círculos de Washington y su posible sustitución. 


No tengo tener ninguna “relación personal” con Salazar, solamente señalo su actuación pública como diplomático y la imagen que se ha creado de él en la opinión pública mexicana: se percibe como que está muy canteado para el lado del Presidente López Obrador, quizá deslumbrado por el carisma del tabasqueño.


¿Qué hay debajo del sombrero, Embajador Salazar? Todavía tiene oportunidad de demostrarlo.


No olvide la canción: “Debajo del sombrero/ hay un hombre ranchero/ que con o sin dinero/ respeta al mundo entero…” No es la “guaripa”: es la percha.


rogelio.rios60@gmail.com


“Debajo del sombrero” interpretada por Pedro Fernández:

https://www.youtube.com/watch?v=iG9DMQ1X3TY


Perfil de Ken Salazar en Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Ken_Salazar


Perfil de Roberta Jacobson en Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Roberta_S._Jacobson


viernes, septiembre 23, 2022

'Esbozo de AMLO'

 


Por Rogelio Ríos Herrán

 

Apenas lo vi en un estante de la librería Ghandi, compré un ejemplar del libro más reciente de Macario Schettino (“México en el precipicio. El fracaso económico de la 4T”. México: Ediciones Culturales Paidós, 2022), en donde el autor desarrolla una análisis sucinto no sólo de los resultados económicos negativos del Gobierno de López Obrador, sino que aporta un testimonio personal de su añeja relación con Andrés Manuel.

 

Para los fines de esta columna, me detendré en el capítulo inicial titulado “Esbozo de AMLO” y dejaré para después el balance y las perspectivas sombrías que mueven a Schettino a decir, con sólidos argumentos, que México va al precipicio.

 

A Macario tuve oportunidad de entrevistarlo para Grupo Reforma, hace años, durante una visita suya a Monterrey con motivo de la publicación de su libro “Propuestas para elegir un futuro” (1999). Nuestra conversación fue larga e intensa, pues yo había leído a fondo su libro.

 

De esa ocasión me quedó la impresión de que es un analista preparado, con fuerte personalidad y opiniones. Lo sigo leyendo desde entonces en sus columnas y escritos posteriores. No siempre concuerdo con sus juicios, pero sigo admirando esa solidez en el manejo de argumentos y razones que lo caracteriza, el sustento en datos, además de su valentía para aguantar el acoso mediático del actual régimen.

 

La relación Schettino-AMLO data de la época en que Cuauhtémoc Cárdenas preparaba la campaña electoral que lo llevaría a ganar la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 1997. En agosto de 1996, Andrés Manuel había asumido la presidencia nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y buscaba un asesor económico que le preparara una propuesta de “modelo económico alternativo” que sirviera de plataforma al PRD en la negociación con el Presidente Zedillo.

 

Cárdenas juntó a Macario y Andrés Manuel en un desayuno para que se conocieran. Ese mismo día, después de una reunión entre el Presidente Zedillo y AMLO, éste le confirmó por teléfono a Macario que se pusiera a trabajar sobre la elaboración del modelo y que lo reuniría con otros economistas del partido.

 

“Llegué con mi laptop”, narra Macario sobre esa reunión, “(entonces una herramienta poco común), en la que podría analizar escenarios fiscales para diferentes opciones de política, algo que no era muy cercano a las discusiones tradicionales  sobre estos temas en la izquierda. Algunas sesiones después invité a un amigo cercano, destacado economista, quien me acompañó durante todo este proceso”.

 

El “amigo cercano” que menciona Schettino era nada menos que Carlos Urzúa, quien posteriormente sería colaborador directo de López Obrador en la Jefatura del Distrito Federal y en la Presidencia de la República.

 

“Una tarde, cuando las discusiones parecían empantanadas”, agrega Macario, “López Obrador nos reunió y declaró: ‘El presidente del PRD soy yo, y el modelo económico es el que propone Macario. Ustedes pueden tener opiniones personales al respecto, pero la opinión del partido es la del presidente, que soy yo’. Quedé muy sorprendido por esa declaración: me pareció muy autoritaria y pensé que, si bien en ese momento su actitud me resultaba favorable, sería igual de sencillo que en otra ocasión cayese del lado contrario. Sin embargo, ya estábamos a la mitad del proceso electoral de 1997 y no era momento de retirarse, de forma que seguí colaborando con López Obrador el resto del año”.

 

Schettino y Urzúa firmaron, en calidad de asesores económicos, el “Programa para el desarrollo económico con justicia social 1998-2000”. Al triunfar Cárdenas en la elección, Macario se incorporó al Gobierno de Cárdenas como coordinador general de Planeación y Desarrollo, por lo cual dio por concluida su asesoría al PRD y a López Obrador. 

 

Hubo otra ocasión posterior, la última, en donde se reencontraron AMLO y Macario:

 

“Ya en 1999 López Obrador me invitó a un café en el Sanborns de San Ángel, que ya no existe. Esa noche me comentó que estaba pensando en participar como candidato para la Jefatura de Gobierno del año 2000 y quería saber mi opinión. Le comenté que me parecía que no cumplía con el requisito de residencia: además, le recordé que él había afirmado ser un líder social , y que al terminar su periodo en la presidencia del PRD se regresaría a Tabasco. Cerré la plática diciendo: ‘regrésate a Tabasco, Andrés’”.

 

Por supuesto, Andrés Manuel no le hizo caso a Macario, ni a nadie más, y ya sabemos la historia posterior. 

 

Concluyo con las palabras de Macario: “Espero que estas viñetas permitan entender mejor al personaje. Como anécdota personal, me he referido a un líder autoritario, con el que trabajé unos meses, pero del que me alejé en cuanto pude.  Aunque me invitó a seguir colaborando con él… preferí no hacerlo porque su visión de las finanzas públicas como herramienta electoral me parecía, y me sigue pareciendo, inmoral”.

 

Buenas viñetas, Macario, gracias por compartirlas.

 

rogelio.rios60@gmail.com

 

 


 

jueves, septiembre 22, 2022

'Her Majesty'


Por Rogelio Ríos Herrán

 

Primer encuentro:

Mi hermano mayor, Roberto, trajo a casa el flamante álbum de Los Beatles, recién desempacado de la tienda. En lo que él ponía el vinilo en la consola, yo andaba por ahí de pegote de mi brother el mayor, así me fui enterando de las canciones nuevas que venían en Abbey Road (1969). Sensacional para un niño de nueve años. La sorpresa vino al final: después de una pausa, Paul empieza a cantar “Her majesty is a pretty nice girl… (Su Majestad es una chica muy linda) but she doesn’t have a lot to say” (pero no tiene mucho qué decir”). Fascinante. ¿Quién es la Reina de Inglaterra?, me preguntaba. Afortunadamente, uno de los tomos azules de la Enciclopedia Británica que mis papás habían comprado en abonos me sacó de la duda.

 

Segundo encuentro:

Ya casi veinteañero, siendo yo estudiante de Relaciones Internacionales en la Ciudad de México, recuerdo una viva conversación en la cafetería de la escuela, entre varios de mis compañeros, sobre alguna noticia del día de la Reina Isabel y la monarquía inglesa, a fines de los años setentas. Me recuerdo como un intenso antimonarquista, consideraba a reyes, reinas y princesas una reliquia del pasado europeo, cómo era posible que siguieran existiendo si eran unos parásitos, en fin, todo lo que un joven izquierdista podría decir de Doña Isabel. Ah, pero me seguía gustando la canción “Her Majesty”, la tarareaba con sorna e irreverencia hacia Su Majestad.

 

Tercer encuentro:

Cuando estalló la Guerra de las Malvinas, allá por abril de 1982, a pesar de sentirme latinoamericano hasta las cachas, yo le di mi preferencia a la Gran Bretaña. La junta de militares asesinos que gobernaba Argentina, en ese entonces, en particular la imagen del General Videla, me parecían repulsivas. Ya nos habían engañado esos milicos organizando la Copa Mundial de Futbol 1978 y diluyendo en el futbol la cara oscura de la dictadura militar (Argentina ganó el torneo). En un mensaje, la Reina Isabel explicó a los británicos y al mundo entero las razones de la partida de la flota de guerra inglesa en defensa de las Malvinas, ocupadas ya por tropas argentinas. Hubo combates fieros y con elevadas bajas entre los valientes soldados argentinos y los audaces británicos, cada quien luchando por su causa, pero al final la derrota argentina fue la de su junta militar de gobierno, no la de su pueblo. Los militares argentinos pagaron un alto precio por ir a la guerra de manera tan irresponsable y absurda. Resta decir las antipatías que me gané entre amigos que apoyaban incondicionalmente a Argentina (por ser un país latinoamericano) en esta guerra sin reparar o saber que los gobernaba una junta militar con las manos completamente manchadas de sangre, pero de sangre de los argentinos.

 

Cuarto encuentro:

Ya treintañero y más enterado de los resortes humanos que mueven a la geopolítica mundial, de la importancia de los liderazgos y de las figuras de Estado que se colocan por encima de la política traicionera del día a día, veía a la Reina Isabel de manera mucho más equilibrada y había reconsiderado mi visión juvenil de antimonarquía a una aceptación de su importancia en el caso del Reino Unido. En eso, se viene toda la saga de la Princesa Diana, su matrimonio principesco con Carlos (el actual Rey de Inglaterra), los desdenes de la Reina y la familia real hacia la Princesa del Pueblo, en fin, la historia que todos ustedes conocen y que tuvo el final trágico de la muerte de Diana en París una noche de agosto de 1997. En la redacción de noticias de Radio Nuevo León, en donde laboraba en ese entonces, nos volvíamos locos con la avalancha de noticias, el inexplicable silencio de la Reina Isabel durante varios días y la tristeza por la muerte de Diana cuando tenía una vida por delante. Ahora, es Camila, la manzana de la discordia entre Carlos y Diana, la nueva Reina de los ingleses.

 

Quinto y último encuentro:

Será por mi arribo a la sexta década de edad y que con los años uno se hace más sensible, me pareció encantador el mensaje de Navidad de la Reina Isabel de diciembre del 2021, el último que le veremos (“la Navidad puede ser difícil para aquellos que han perdido a un ser amado; este año en particular yo entiendo el porqué”, en referencia a la muerte de su esposo, el Príncipe Felipe). Con su edad a cuestas y su elevada dignidad, llevando en sus hombros durante 70 años la pesada, pesadísima carga de su reinado, con esa serenidad que dan los años, la Reina habló como una Abuela a sus hijos y nietos (“la abuela de la nación”, dice Mick Jagger) ansiosos de encontrar un faro en medio de la tormenta, una voz que no fuera de fiereza ni de odio, un motivo para celebrar en Nochebuena. “La vida, al final, consiste de primeros encuentros y partidas finales”, es decir, la vida sigue, en especial la de toda la nación británica, agregó. Me quedo con su imagen y las palabras de su último mensaje navideño en el recuerdo.

 

Qué largo mi viaje desde niño con la Reina Isabel, lleno de encuentros y desencuentros. Me va a costar mucho trabajo acostumbrarme a que en el mundo de hoy nos faltará una Reina que nos serene. Por algo el irreverente de Paul, perdón, Sir Paul, le cantó: “Le voy a decir que la quiero mucho, pero necesito llenarme la panza con vino… algún día será mía, oh yeah.”

 

Dios salve a esta Reina.


rogelio.rios60@gmail.com

miércoles, septiembre 21, 2022

'La mañana debe seguir gris'


Por Rogelio Ríos Herrán


Una historia de amor entre libros, un coloquio cariñoso de fines de los años 60, me trajo la coincidencia de dos obras en mi pequeña biblioteca, las dos de la colección Lecturas Mexicanas, editada por la Secretaría de Educación Pública en la década de los 80: “la mañana debe seguir gris”, novela de Silvia Molina; y “El otoño recorre las islas”, colección de la obra poética de José Carlos Becerra (1936-1970).


Silvia (nacida en 1946) era en la novela (y en la vida real) la novia de José Carlos desde que se conocieron en Londres en 1969. Vivió un romance intenso, desafiante, atormentado por el rompimiento, hasta que el poeta tabasqueño tuvo un accidente durante un viaje por Italia, en el cual murió en 1970. De 33 años él, de 24 años ella, se imaginarán ustedes lo hondo del amor vivido entre ellos y del final trágico (¿poético?) de esta relación amorosa.


Mi acercamiento a Becerra, a su poesía imaginativa, tejida con hilos de palabras e imágenes que se desbordan como río tropical, fue igualmente intenso cuando lo leí en los años 90, más o menos a la edad que él tenía al morir en 1970. Me recordó a Carlos Pellicer, por supuesto, su influencia es clara en Becerra, porque fueron los versos de Pellicer, en aquella excelente recolección de sus poemas, publicada en la Colección Popular por el Fondo de Cultura Económica, con lo que prácticamente me inicié en la lectura de poesía y en la búsqueda de poetas que le dieran fondo a los versos que alguna vez escribí.


Por esa razón, al tener la novela de Silvia en mis manos, al saber de qué se trataba y cuál era su conexión con Becerra, sentí que leerla sería como abrir una ventana nueva a un autor que ya conocía y a una escritora que prometía mucho y no me decepcionó. Una coincidencia literaria, más bien un azaroso romance.


Todo esto sucedió, sin embargo, a lo largo de los años. Pasó mucho tiempo entre la lectura de uno y otro, por diversas razones. Al leerla de nuevo, en este 2022, “La mañana debe seguir gris” mantiene ese tono confesional que le imprime Molina, como si plasmara en un diario su enamoramiento instantáneo y profundo de Becerra que para ella misma resultaba inexplicable y la traía, como se decía en los sesenta, azotando el pavimento.. 


Por el contrario, y por ser un escrito muy de su época en sus referencias de lugares, personajes y situaciones amorosas, su novela envejeció, pero lo hizo bien. A mi edad actual (sesentón), la leí con nostalgia, pero quien la lea desde sus veintitantos años la sentirá cercana, como escrita por alguien de su misma edad. No hay referencias a celulares ni redes sociales, por supuesto, pero eso es lo de menos. Al utilizar los versos de Becerra como epígrafes para cada capítulo, Silvia regala a los lectores de novelas una muestra de Becerra, un bonus track bienvenido.


En la noche anterior al inicio del viajé trágico del poeta, Silvia nos describe esta escena de despedida:


“Las palabras empiezan a fluir dulcemente en el calor de la habitación, aquí, el adiós se está cumpliendo. Alguien cambió las reglas del juego y no enloquecí lo suficiente para notarlo. Le pregunto si me ama, no quiero inventar pero estoy viendo en sus ojos la respuesta. Me obliga a recostarme a su lado. La seriedad del momento nos hace apretar. Lo sabemos, seremos enjuiciados por el tiempo. 


Su cuerpo y su alma solicitan mi cuerpo y mi alma, solventados por la tarde, entre las sábanas, somos otra vez ese hombre, esa mujer, en la lluvia, borrados por el acto milenario”.


Al final, coloqué los dos volúmenes juntitos, apretaditos, acompañados, en uno de mis libreros. Lo que una novela une, que no lo separe el hombre.


Referencia:


Molina, Silvia. “La mañana debe seguir gris”. México: Consejo Nacional de Fomento Educativo, SEP, colección Lecturas Mexicanas (volumen 12), 1985, 116 pp.


Perfil  de Silvia Molina en Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Silvia_Molina


Perfil de José Carlos Becerra en Wikipedia:

https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Carlos_Becerra


“Así se ha cumplido todo/ y ahora en este sitio/ somos discípulos de esta noche milenaria y confusa/ de esta música atroz, de esta ciudad, de estas palabras/ donde es necesario  dejarte y dejarme” (José Carlos Becerra).


rogelio.rios60@gmail.com


lunes, septiembre 19, 2022

Regreso a la Nápoles

 


Por Rogelio Ríos Herrán


Con motivo de una comida y reunión con amigos de la época universitaria, nos lanzamos Paty (mi esposa) y yo a la CDMX el pasado 10 de septiembre. Como nuestro vuelo arribó temprano en la mañana, ya había quedado con Mónica, una querida amiga, de vernos para saludarnos y desayunar, para lo cual le había sugerido un restaurante en el Centro Histórico que le habían recomendado a Paty llamado El Cardenal.


A mi amiga le encanta ese lugar, los almuerzos, el chocolate y las conchas rellenas de nata son una maravilla, pero sugirió vernos en una sucursal en la colonia Nápoles, debido a que la del Centro Histórico se satura y la espera para una mesa puede ser de más de una hora. Así que, inesperadamente, regresé a recorrer las calles de una colonia ubicada en la zona de Insurgentes sur, cuya referencia es el gigantesco edificio del antiguo Hotel de México, hoy llamado World Trade Center de la CDMX.


A la Nápoles llegué a vivir con mi familia en 1972, año en que a mi padre le cambiaron la ubicación en su trabajo. Niños entonces, nos movimos mis hermanos, amigos y yo, con facilidad en sus calles y parques, por la Plaza de Toros, el estadio Ciudad de los Deportes, el Boliche, el Parque Pensilvania, la Diagonal San Antonio y un largo etcétera. El fin del mundo (el límite de la colonia) era una mueblería Viana que se ubicaba en San Antonio y el inicio del Viaducto Piedad.


La Capital ya era la “ciudad peligrosa” en las pláticas de nuestros mayores, pero nada que ver con la peligrosidad de hoy. La clase media apacible de nuestra colonia la mantenía segura para las aventuras de adolescentes traviesos.


Bueno, la cuestión es que cuando le platicaba esto a Mónica, ella me contó que recientemente se mudó a la Nápoles con su esposo después de vivir algunos años en la Condesa, debido a que ésta última se había transformado por completo de una comunidad apacible y tradicional a una colonia llena de antros y bares, de gente ajena por completo a su tradición o como ella le llamó: se “gentrificó”, es decir, subió el nivel socioeconómico de sus residentes, la plusvalía de sus inmuebles, el nivel de las rentas, pero perdió en el camino su esencia original.


Es interesante considerar la definición de gentrificar:”rehabilitar una zona urbana deprimida o deteriorada, que provoca un desplazamiento paulatino de los vecinos empobrecidos del barrio por otros de un nivel social y económico más alto” (definición de Oxford Languages).


La Condesa no era un barrio pobre ni deprimido, sino de clase media e incluso clase media elevada, pero aún así se gentrificó y cambió su faz urbana por completo. El punto de partida de la Nápoles es similar a la Condesa (una zona de clase media), pero, por lo que ví personalmente, no parece estar en un proceso de gentrificación avanzado y todavía conserva ese sabor y apariencia que yo recuerdo de cuando viví ahí hace 50 años.


Claro, en la zona alrededor del World Trade Center sí se nota un cambio acelerado en algunos edificios y plazas ultramodernos en las calles aledañas que intentan seguirle el paso al propio edificio del WTC, aunque apenas una o dos cuadras más allá ese efecto no se nota tanto. “Es una colonia donde siguen viviendo los chilangos”, me dijo mi amiga, es decir, en donde sigue viviendo la gente de toda la vida, los hijos y nietos de antiguos residentes. Así lo noté igualmente al observar entre la clientela de esa mañana en el restaurante a muchos chilangos de corazón (lo de chilangos dicho con todo cariño).


La preocupación por la gentrificación no impidió, sin embargo, que nos zampáramos alegremente un almuerzo de maravilla (un huarache en salsa con costillita, en mi caso), ni que me llenara de nostalgia por el regreso a la Nápoles después de tantos años: las penas con pan son menos.


rogelio.rios60@gmail.com


AMLO: la fatiga del poder

  Por Rogelio Ríos Herrán  Al poco tiempo de empezar las conferencias matutinas (“las mañaneras”) en el arranque del gobierno de López Obra...