martes, mayo 27, 2008

El último león

Por Rogelio Ríos

No hace mucho, el 20 de febrero, que los medios de comunicación mexicanos difundieron en un video a un jubiloso Senador Edward Kennedy cantando "¡Ay, Jalisco, no te rajes!", en un evento partidista en apoyo a Barack Obama, en Laredo, Texas, mostrando la cara alegre, la chispa y el buen espíritu de un extraordinario político estadounidense.
Ahora, las últimas imágenes del Senador por Massachusetts nos lo muestran con semblante relajado, entre familiares que lo acompañan al salir del Hospital General de Massachusetts, en donde estuvo hospitalizado, tras darse a conocer un pronóstico sombrío sobre su salud.
El posible alejamiento de Ted Kennedy de la vida pública, que seguiría al tratamiento de su enfermedad, marca el fin de una larga carrera como legislador (46 años) y señala la pérdida sensible de un negociador nato en el Senado estadounidense.
Para México, la enfermedad del patriarca del clan Kennedy simboliza la baja de un luchador progresista que tenía (entre otras causas como la educación, los derechos civiles y la salud) como prioridad el abordaje del problema migratorio mediante la búsqueda de soluciones sensatas y razonables a la gravedad del mismo.
Mr. Edward era capaz de traspasar las líneas partidistas para lograr acuerdos en el tema migratorio, como lo demostró con la elaboración conjunta entre él, John McCain y otros senadores demócratas y republicanos, de una propuesta de reforma migratoria integral el año pasado.
Apoyó en su momento, y a pesar de su oposición a la guerra de Iraq, la iniciativa "No child left behind" del Presidente George W. Bush, por considerar el apoyo a la educación como una causa justa.
Pero lo que lo ha convertido en una verdadera leyenda viviente es una combinación de factores que sólo un carácter templado en la adversidad de su vida privada y pública pudo manejar adecuadamente.
No sólo es la historia trágica de las muertes de sus hermanos Joseph, John y Robert, ni presidir el clan con el apellido más famoso de la vida estadounidense, ni los tropiezos personales (el accidente en Chappaquiddick, no llegar a la Casa Blanca), sino la posición a la que su edad, experiencia de vida y fogueo público lo ha llevado: es, como bien lo dijo John McCain, "el último león" del Senado de Estados Unidos.
En mayo del 2007, en sus comentarios sobre la reforma migratoria integral ante el Senado, Ted sintetizó sencillamente su visión de la política. "Nuestro plan es un compromiso. Involucra dar y tomar en la mejor tradición del Senado de Estados Unidos. Para cada uno de los que lo elaboramos tiene elementos que apoyamos absolutamente y otros que pensamos que se pueden mejorar. Ninguno cree que ésta es una iniciativa perfecta".
Años atrás, en una presentación en la Universidad de Harvard en 1991, el Senador dio una muestra de coraje personal al reconocer las críticas a su persona que provenían no de la extrema derecha, como usualmente llegaban, sino de sus amigos y conocidos de buena fe que confiaban en él para librar "la buen batalla".
"A ellos les digo", expresó Kennedy, "que reconozco mis propias deficiencias, las fallas en la conducción de mi vida privada. Me doy cuenta que solamente yo soy responsable por ellas y que soy yo quien debe enfrentarlas".
Finalizó diciendo que "creo que cada uno de nosotros, como individuos, debemos luchar no sólo por crear un mundo mejor, sino por mejorar nosotros mismos" (según nota de Alexandra Stanley, New York Times, 27 de octubre de 1991).
De esa madera está hecho "el último león" de una camada de políticos que termina su ciclo en la vida política estadounidense, algunos progresistas o liberales, otros conservadores, pero todos con la inteligencia, el sentido común y la experiencia de vida suficientes para rechazar los extremos ideológicos y para entender la política como la expresión de la negociación eterna, no de la confrontación interminable.
Al viejo luchador, ahora enfrentado a otra "buena batalla" personal contra el cáncer, sólo resta decirle ¡Ay, Ted, no te rajes!, un león pelea hasta el final.


Publicado en El Norte, 22 de mayo de 2008

jueves, mayo 15, 2008

Muertos por miles

Muertos por miles
Por Rogelio Ríos

Contar los muertos por miles, desafortunadamente, no es algo inédito para los chinos, pues a lo largo de la historia milenaria de China, por la mano del hombre o por la de la naturaleza, una y otra vez los episodios trágicos se han presentado.
En la antigüedad, tales episodios fueron un factor de cambio en la escena de ese inmenso país; en el presente, someten a una dura prueba a la capacidad del gobierno chino.
En el año 234 a.c., nos recuerda el historiador René Grousset (en su clásica obra "Histoire de la Chine classique", Marabout, 1942), uno de sus generales le presentó como trofeo de guerra al joven rey Tcheng, de apenas 25 años y quien llegaría a ser el unificador de China, ¡las cabezas cortadas de 100 mil rivales derrotados en el campo de batalla!, una imagen cuya mera evocación es insoportable.
El efecto de estas y otras hazañas de guerra sobre los reinos rivales de Tcheng fue el de atemorizarlos de tal manera que, después de un intento fallido de asesinato del joven rey organizado por ellos mismos, se subordinaron a su mandato.
Logrado tal propósito, Grousset no dudó en calificar la obra unificadora de Tcheng como una que supera incluso a las conquistas de Alejandro Magno, pues en 20 años impuso sobre un país territorialmente disgregado y sobre una sociedad feudal un centralismo lo suficientemente fuerte para durar 21 siglos.
Pero, aun y cuando en la antigüedad las muertes por decenas de miles de personas cumplieran un propósito político específico, no pasaron desapercibidas para la sensibilidad popular china y sí tuvieron efectos en la sociedad y el gobierno chinos para presionar al cambio de una sociedad de guerreros a una de funcionarios.
Los miles de muertos (casi 15 mil y con 60 mil personas aún atrapadas bajo los escombros según nos informa EL NORTE) que dejó el temblor del lunes pasado en la provincia de Sichuan, en China, son una tragedia derivada de las fuerzas de la naturaleza que pone bajo serio cuestionamiento al liderazgo chino y a su capacidad de reacción ante los desastres naturales.
En Asia, recordemos, todo es colosal. La tragedia llega y siega vidas por miles y por cientos de miles, como el tsunami de 2005. Apenas atisbamos la magnitud del desastre humano y natural que dejó el paso del ciclón "Nargis" por Myanmar (con cifras que superan los 100 mil muertos), cuando debemos desviar la mirada a territorio chino.
Colosal es también el autoritarismo de los regímenes políticos asiáticos – el "despotismo oriental" del que hablara Karl Wittfogel- que ante las tragedias naturales responden con un ojo puesto al rescate de su población, y con otro sobre el cuidado de su imagen internacional.
La junta militar de Myanmar, con su actitud cerrada, mezquina e insensible, es una vergüenza internacional y un caso extremo de incompetencia y desdén por las vidas y el sufrimiento de sus propios nacionales.
El gobierno chino, por el contrario, ha reaccionado con prontitud para atender la zona de Sichuan (más de 100 mil policías y soldados han sido movilizados a la zona de desastre), montañosa y de difícil acceso, y a poco tiempo de la Olimpiada no puede darse el lujo de cerrar la información, por más dolorosa que sea, al resto de China y al mundo entero.
Pero, aparte de las acciones oficiales, es inevitable considerar la situación desde el punto de vista del ciudadano chino y preguntarse, como lo harían muchos otros ciudadanos alrededor del mundo, si es sólo en caso de desastre natural cuando recibe atención y asistencia de su gobierno.
El resto del tiempo, las autoridades centrales chinas se encuentran demasiado atareadas en la construcción y difusión del estereotipo de China como la Gran Potencia Mundial del Siglo 21, como para aclarar qué papel jugarán los principios democráticos y las libertades fundamentales de las personas durante el proceso y si las regiones del interior del país se integrarán también a la locomotora del progreso.
No las traerán de un campo de batalla como el general de la antigüedad al rey Tcheng, sino de un campo de desastre, pero los generales chinos le presentarán al líder chino Hu Jintao las miles de muertes que el terrible temblor dejó en Sichuan como una prueba de que el gigante chino -todavía- tiene los pies de barro.

Una visita a CDMX

Por Rogelio Ríos Herrán  Todo estaba planeado para pasar Paty y yo un domingo perfecto el 21 de abril en una visita de pisa y corre, de viaj...