domingo, abril 29, 2018

2018: ¿Cómo gobernará el ganador?





Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

La excesiva atención que los mexicanos prestan a las campañas por la Presidencia nos distrae de una cuestión que me parece fundamental para el periodo de gobierno 2018-2024: una vez elegido el nuevo Ejecutivo federal, quien sea que resulte ganador, ¿cómo va a gobernar a México si enfrentará el panorama de una Presidencia sin mayoría legislativa del propio partido?

¿Con cuáles gobernadores contará el flamante Presidente, pues aunque sean del partido propio cualquier gobernador se maneja ahora con un amplio margen de autonomía (los “nuevos Virreyes” les han llamado)?

¿Qué capacidad negociadora tendrá el ganador para no solamente sanar las heridas profundas de sus adversarios de campaña, sino para contar con una legislatura receptiva a sus iniciativas? ¿Intentará formar un gobierno de coalición?

Son demasiadas preguntas sin respuesta inmediata. Tal vez por eso nadie quiere meterse a pensar sobre otra cosa que no sea el cambio en la Presidencia: es más sencillo creer que una sola persona -un poderoso Presidente de los que ya no existen- es capaz de cambiar a este país sin ayuda de nadie, como un súper héroe, que extender la mirada y ver demasiadas complicaciones por todas partes.

Se acabó la “Presidencia Imperial”, como la llamó Enrique Krauze. No tiene ya el Presidente de la República la omnipotencia que establecía que su voluntad era ley.

Entonces, ¿cómo creen los candidatos que sus promesas, plataformas y planteamientos se volverán realidad si llegan a ganar las elecciones? ¿De qué manera va a Gobernar el nuevo Presidente?

He escuchado a miembros de todos los partidos políticos quejarse en corto de las divisiones internas que los aquejan, muy profundas en algunos casos hasta el punto de volverlos inoperantes en muchas regiones de México.

Los partidos que tenían estructuras amplias y arraigadas, las han quebrado con selecciones absurdas de candidatos. Los partidos que ahora tienen candidatos fuertes carecen, por otro lado, de estructuras locales y de talento humano para armar un buen gobierno, en caso de que ganen.

Los militantes más viejos resienten la llegada de los militantes más jóvenes, a quienes llaman simplemente oportunistas sin arraigo partidista. Los más jóvenes, por su parte, aborrecen a quienes consideran “dinosaurios” de sus partidos que no quieren soltar el control y no reconocen que su tiempo ya se les pasó.

Los saltos que muchos políticos y candidatos dan de un partido a otro nos revelan una falta casi absoluta de identidad partidista o de apego a ideales y doctrina, es decir, a los principios que animan a cada organización política.

Nada de eso hay en el presente, en donde impera un pragmatismo que para algunos -los recién llegados a la política- es una actitud de vanguardia, la nueva forma de hacer política y, por el contrario, para otros es la extinción de la política tal y como la conocemos para dar paso al más puro oportunismo: todo se vale, con quien sea y cuando sea sin importar los medios.

Divididos los políticos al interior de sus partidos, peleados a muerte con sus adversarios y con una identidad doctrinal y partidista en retroceso, enfocados al corto plazo y a las ganancias políticas inmediatas, repito, ¿cómo va a gobernar el nuevo Presidente?

El relevo en el Poder Ejecutivo federal se encontrará con un flamante nuevo Congreso, gubernaturas importantes (como la de Jalisco) con nuevo titular, y, como cereza en el pastel, con un Poder Judicial cada vez más dispuesto a desmarcarse del desprestigio general de la clase política mexicana y a reafirmar su autonomía.

Por si fuera poco, ni la situación interna crítica en aspectos como la inseguridad rampante, la corrupción al alza y el crecimiento inflacionario amenazante, ni el contexto internacional de inestabilidad global y con un vecino del norte que no cesa de hostigar a México, le van a facilitar nada al nuevo Presidente.

No veo cómo los mexicanos cambien en este año su tendencia a votar de modo diferenciado (votan por diferentes candidatos y partidos), como lo han hecho en las últimas elecciones. Por ello el panorama político, es decir, la cancha a donde saltará a jugar el nuevo Gobierno, seguirá estando muy complicada.

No nos hagamos demasiadas ilusiones. Una cosa es ganar una elección, pero otra muy diferente es saber y poder gobernar.

“A qué le tiras cuando sueñas mexicano, hacerte rico en loterías con un millón…”, cantaba el gran Chava Flores. Qué oportuna canción para recordar en 2018: ningún Súper Presidente nos va a sacar de problemas, solamente nuestro propio esfuerzo.

rogelio.rios60@gmail.com



viernes, abril 27, 2018

PAZ EN COREA




Por Rogelio Ríos Herrán

Nada resulta más esperanzador para la seguridad internacional que el “handshake” del 26 de abril entre los dos líderes coreanos Kim Jong-un y Moon Jae-in con el que se inauguraron negociaciones tendientes a concluir el conflicto militar pendiente desde los años 50 y arrancar la desnuclearización de la península coreana.

Nada resulta más desesperanzador, sin embargo, que comprobar que la baja credibilidad de las partes involucradas (en particular Corea del Norte, China y Estados Unidos) eleva el escepticismo respecto a la sinceridad y la efectividad del gesto teatral del encuentro coreano en la zona desmilitarizada.

Ya se ha visto esto antes en Corea del Norte, ya intervino el Organismo Internacional de Energía Atómica, las Naciones Unidas, las potencias europeas, China, Estados Unidos (con presidentes demócratas y republicanos) y, al final del día, las promesas de paz y cooperación de los norcoreanos no se cumplen.

¿Será distinto en esta ocasión? ¿Funcionará el acuerdo entre las dos Coreas? ¿Se reunirán finalmente Kim y Trump y tendrá esa reunión un resultado benéfico?

Qué gran contraste entre la esperanza de naciones y pueblos que apoyan la paz en las Coreas y, por otra parte, la mala reputación de los gobernantes involucrados en la negociación y las crueles realidades de los intereses de poder de las grandes potencias.

Mucho ruido y pocas nueces, dice un viejo adagio. Muchas negociaciones y nulos resultados, podríamos decir respecto a la península coreana con base en experiencias anteriores.

Duele mucho ver las cosas de esa manera, pues hablamos en primer lugar de dos pueblos enteros amenazados por la guerra nuclear, pero además de una región completa de Asia Oriental que sufriría en carne propia las consecuencias de la continuación del conflicto coreano.

Ni qué decir del resto del mundo, el cual observa con aprensión los gestos diplomáticos entre coreanos del Norte y del Sur y reza porque sean, ahora sí, genuinos.

Tomemos entonces con una buena dosis de escepticismo esta diplomacia de saludos, abrazos y sonrisas entre los líderes coreanos en la línea fronteriza. No hay mucho lugar para el optimismo, como varios analistas de la política internacional lo han expresado, entre ellos Nicolas Kristof (“How to understand what’s happening in North Korea”, New York Times, 26/04/2018) al opinar sobre el encuentro de líderes coreanos: “inspirador, pero cuéntenme entre los escépticos”.

Un arreglo coreano, por más frágil que sea, es preferible a una guerra entre Norte y Sur que arrastraría a las grandes potencias. En eso concuerdo, pero, como Kristof, sin abandonar un profundo e histórico escepticismo respecto a las probabilidades de éxito de esta nueva negociación de paz.

Además, como observador mexicano, aplaudo cualquier paso que se dé hacia la desnuclearización militar en cualquier parte del mundo. La energía nuclear debe servir propósitos de paz, no de guerra: eso alimenta mi optimismo. Veremos si derrota a mi pesimismo.

rogelio.rios60@gmail.com



lunes, abril 23, 2018

Posdebate: ¿Qué sigue?




Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Muy interesante resultó, sin duda, ver el debate de los candidatos presidenciales la noche del 22 de abril para observar cómo se comportaba cada uno frente a las cámaras y alternando con sus contendientes.

Si de algo sirven los debates es para confirmar o corregir las impresiones que sobre la personalidad de cada candidato tienen los ciudadanos. No quedó en el evento mucho espacio para comunicar propuestas, no se vio mucho detalle ni sustancia en lo propuesto, pero sí pudimos ver cómo lo proponían, lo defendían y atacaban a sus oponentes.

Nada qué ver, por supuesto, lo del 22 de abril con otras ocasiones memorables: la intensidad de Diego Fernández de Cevallos en 1994 (con la cual subió 14 puntos porcentuales en las preferencias de voto en una noche) o la audacia de Vicente Fox en el 2000 (cuando llamó “La Vestida”, “mandilón” y “mariquita” a Francisco Labastida) no han podido ser superadas en ningún debate posterior.

Con eso en mente, lo del domingo en la noche, está claro, no alcanzó grandes alturas de protagonismo. Todos los candidatos quedaron a deber, en particular el puntero en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, quien se vio opacado, por momentos, ante Ricardo Anaya, Jaime Rodríguez y José Antonio Meade.

Que el puntero en las encuestas se muestre a la defensiva, no conteste todos los señalamientos y se vea en general distraído y un poco distante, no fue la mejor estrategia, pues si bien lo protege del desgaste, por otro lado lo exhibe como evasivo ante la opinión pública, lo cual tiene su costo.

Me llamó mucho la atención que siendo el del domingo el cuarto debate presidencial en el que participa AMLO (uno en 2006, pues no asistió al primer debate; dos más en 2012), no fue suficientemente preparado a la contienda y no dominó a sus oponentes, todos ellos participantes por primera vez en un debate de ese nivel.

Es decir, no se vio en López Obrador las tablas y el oficio que un “veterano de los debates” como él hubiera muy bien sacado a relucir, lo peor de todo al negarse varias veces a tomar la palabra para rebatir señalamientos de sus oponentes.

Ante esa actitud pudieron hacer más protagonismo Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez “El Bronco” al adueñarse de la escena, como dirían en el teatro, e imponer su presencia y sus palabras ante las de Margarita Zavala (nerviosa y dubitativa) y José Antonio Meade, inteligente pero con poco “punch” mediático.

La política rara vez da segundas oportunidades, no digamos terceras. Cada elección presidencial es única, pues el contexto político del México de hoy no es el mismo del 2012 o el 2006. La curva de aprendizaje, cuando la hay, es corta y dolorosa en las lides políticas y muchas carreras políticas se terminan siquiera antes de empezar.

No sé qué tanto afecte la actuación de cada candidato en el debate su posición en las encuestas de intención de voto, las cuales, por otro lado, no son el único indicador de la fuerza o debilidad de un candidato.

Lo que sí sé es que las primeras impresiones que uno causa a los demás son las que permanecen en sus mentes. La gente de mi edad (57 años) ha visto a AMLO como candidato en 2006 y 2012, pero para muchos votantes jóvenes, o votantes por vez primera, el Peje del domingo pasado es el único que han conocido.

Apostar a que esos jóvenes votantes no se lleven una buena impresión de López Obrador y dejar que el joven Anaya le robe cámara entre los menores de 35 años es arriesgado, sumamente arriesgado aunque vaya muy arriba en las encuestas. Un novato le movió el tapete al veterano en la cancha de los debates, es como si a Messi -con toda su experiencia- lo opacara un jugador novicio que apenas debuta en la Champions.

Faltan dos debates más, es verdad, habrá oportunidad para que cada candidato ajuste su estrategia, corrija fallas y afile sus fortalezas. Pero, de nueva cuenta, nadie olvide (ni los que van arriba ni los que van abajo en las encuestas) que la política rara vez da segundas oportunidades y que en la cancha cualquier cosa puede pasar: estamos en México, con eso se dice todo.

rogelio.rios60@gmail.com

domingo, abril 22, 2018

Debate: ¿Noquear o persuadir?



Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Si alguien resulta el “ganador” del debate de hoy organizado por el Instituto Nacional Electoral, el perdedor será México. Si el resultado es que la agresividad o el carácter de un candidato se impone sobre los demás, les arrebata la palabra y los pone en ridículo, el perdedor será México. Si “gana” una persona en esta reunión, pierden las propuestas, se opacan las ideas. Si gana la fuerza, pierde la razón. Así de simple.

Cuando escuchamos a mercadólogos de la política (no todos, todavía hay gente seria) que se frotan las manos ante la posibilidad de convertir el debate en una pelea de box y que aconsejan públicamente a los candidatos “noquear”, “tirarse a la yugular”, “ser agresivo desde el principio” con quien va adelante en las encuestas, nos damos cuenta que para ellos -y muchos otros más- es el caos y la confrontación violenta lo que alimenta sus bolsillos y sus egos. No les conviene que eso se termine.

¿Quieren declarar un “ganador” para los titulares de los noticieros y para el prestigio -o desprestigio- de los encuestólogos? No hay problema, sugiero al puntero en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, en un gesto conciliatorio, que le levante la mano en señal de victoria a cualquiera de los otros candidatos desde antes de comenzar a discutir. Resuelto el problema del “ganador”, satisfecha la multitud en el Coliseo romano, entonces todos se pueden poner a debatir en serio.

Si el tema del debate es la política, es mejor que los debatientes pongan su atención en los problemas de la frágil democracia mexicana que está a punto de naufragar. Discutan, sí, pero no sobre ellos mismos, sino sobre el amplio repudio que han generado las instituciones, el Presidente, los diputados, los partidos políticos, los jueces y magistrados entre la población mexicana.

Entiendan que es a todos, López Obrador, Anaya, Meade, Zavala y Rodríguez, a quienes los van a “noquear” los ciudadanos si no dan la talla de seriedad y profesionalismo que como políticos están obligados a tener si quieren parecer Presidenciales.

A quienes tengan pensado desplegar hoy sus mejores armas de agresividad, firmeza de carácter, capacidad de levantar la voz y acusar con el dedo flamígero, les decimos los ciudadanos que esas mismas cualidades de bravura y coraje debieron mostrarlas cuando tuvieron la oportunidad en el Gabinete presidencial, el Congreso de la Unión, como Primera Dama en Los Pinos, en el Gobierno de la CDMX o como Gobernador de Nuevo León, ¿lo hicieron ahí? Si no, ¿cómo quieren ser Presidentes?

Ese récord de peleas ganadas y perdidas, para seguir hablando de box, dice más por todos los aspirantes presidenciales que cualquier actuación de bravura fingida en el debate de hoy. No busquen ganar el Oscar, señores, sino ganar los votos.

Noquear es una estrategia equivocada que no servirá de nada a nadie, pues noqueador y noqueados quedarán todos desprestigiados a los ojos de los mexicanos: “Mmta, ¿Para eso se juntaron a debatir?”, va a decir la gente al final del evento.

Persuadir de que la propuesta de nación que cada uno trae es la mejor, argumentar sobre las necesidades políticas de México (instituciones débiles, representación fallida, nula rendición de cuentas, inseguridad y corrupción en ascenso como señala el reciente informe de la CNDH 2017), mostrar dominio de lo que se dice, exhibir claridad en la visión que se propone. A eso nos referimos.

Persuadir es “conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado”, define el diccionario. Si alguien lleva puestos sus guantes de box para el debate de hoy para imponerse a toda costa, que le levanten la mano de “ganador” en el arranque, que se los quite y que todos se pongan a debatir como la gente de razón.

Persuadir, persuadir, persuadir: ¡México ya no aguanta más nocauts!

rogelio.rios60@gmail.com



miércoles, abril 18, 2018

2018: hablemos de lo importante




Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Aun después de tantos años de ser un observador de las luchas sociales y analista de la política, no deja de sorprenderme que la discusión sobre la persona de Andrés Manuel López Obrador (si es esto o aquello, si fue y vino, si tiene o no tiene, si robó o es honesto), se coma a los temas que deben ser realmente importantes en una campaña electoral, por ejemplo, la desigualdad del ingreso, la pobreza, la debilidad de las instituciones, los feminicidios, la falta de juego limpio en la política y las elecciones, el nuevo aeropuerto en la CDMX, las amenazas de Donald Trump a México, etcétera.

Volteo hacia los otros candidatos a la Presidencia y casi no escucho de ellos más que señalamientos a AMLO (candidato de Morena en la coalición Juntos Haremos Historia), su temperamento y su vida privada, además de la guerra sucia que en las redes sociales y algunos medios parece haberse desatado sin freno tratando de denigrarlo como en campañas anteriores.

¿No tienen los candidatos contendientes contra López Obrador algo propio qué decir sobre los problemas de México? ¿Alguien cree todavía que en las redes sociales las cosas negativas surgen de manera espontánea, cuando se sabe que hay manipuladores profesionales atrás de cada campaña de desprestigio contra algún candidato? ¿Se benefician realmente los mexicanos de medios de comunicación veraces e imparciales o siguen sufriendo la vieja práctica de “seguir línea” de muchos medios y periodistas?

No puede haber una campaña electoral de altura cuando toda la pólvora se gasta en infiernitos sobre la personalidad de uno u otro candidato. Por el lado de Morena y la coalición Juntos Haremos Historia hay una plataforma con base a un proyecto de nación redactado por -me consta- especialistas de gran nivel.

Sobre eso y las plataformas de otros candidatos se debe discutir: cómo se diagnostican los problemas nacionales, qué soluciones se proponen, cómo se van a implementar esas soluciones.

A Ricardo Anaya, por ejemplo, se le echó encima el sistema para tratar de bajarlo de la contienda como candidato de la coalición Por México al Frente. AMLO conoce bien esa táctica porque la ha sufrido en carne propia, según sus propias palabras. No es ésa la manera de derrotar a nadie, Anaya merece competir en un terreno parejo y limpio como López Obrador, José Antonio Meade y Margarita Zavala, hay que dejar que los ciudadanos decidan.

Sobre el caso de “El Bronco”, pues será él quien enfrente en las urnas (como ya le están cobrando los nuevoleoneses con su repudio) lo que ha hecho con apoyo de la polémica decisión del TEPJF con que avaló sus firmas dudosas.

Por eso debemos movernos al terreno de los problemas y dejar atrás el de las personas.  Lo que sigue es trascendental para México: la defensa del voto que se encuentra amenazado por quienes no quieren -desde el poder o fuera de él- dejar al descubierto la corrupción rampante.

Una nueva forma de que “se caiga el sistema” en la votación, como ocurrió en 1988, sería un retroceso grave para nuestro país, sería como llevarlo a la etapa anterior a 1968 cuando las protestas estudiantiles sacudieron al Gobierno, el cual respondió con fuego y sangre, ¿acaso no respondería con igual mano dura en 2018?

Hablemos más de cómo defender a la democracia y menos del “Peje”. Anaya y “El Bronco”. Hablemos del fin de la corrupción y la impunidad que se encuentra a la distancia de nuestros votos, no de dimes y diretes entre candidatos.

Hablemos de proyectos de nación, no de si un candidato es joven o viejo, flaco o gordo, rico o pobre, pelón o melenudo, corrupto u honrado. La gente ya no quiere oír chismes de lavadero, sino saber cómo se va a sacar a México de la economía estancada, de los cientos de miles de muertos y desaparecidos, de la pobreza material y espiritual, de las amenazas de Trump.

Hay mucho de qué hablar si se usan la inteligencia y la buena fe en lugar de la insidia y la mala fe. Una elección envenenada por la manipulación propagandística que derive en decisiones equivocadas sería la peor tragedia para los mexicanos.

Vivimos una hora crítica, podemos decir que la democracia mexicana se juega su futuro. De eso hablemos, de lo importante. Lo demás hay que dejárselo a los lobos hambrientos de poder e impunidad. Ya no tendrán cabida en el nuevo país que podemos formar con nuestro voto por el mejor proyecto de nación a partir del 1 de julio. Nunca más.

rogelio.rios60@gmail.com

domingo, abril 15, 2018

2018: la clase media vota




Por Rogelio Ríos Herrán

Ya es un lugar común entre analistas y medios de comunicación dar por hecho que la orientación política y las posturas de la clase media mexicana van de la mano de la aspiración por la democracia y la igualdad social.

Por tanto, es ella la depositaria de la lucha contra el autoritarismo del sistema político y a favor de la reivindicación de los derechos humanos y el combate a la pobreza.

Su ubicación privilegiada entre las clases altas, ricas y poderosas que conforman la élite mexicana y, por otro lado, la inmensa mayoría de los mexicanos cuya existencia transcurre en diferentes niveles de pobreza, le permite a la clase media servir de eslabón para la movilidad social, las prácticas democráticas y la igualdad social.

Si esos supuestos, sin embargo, funcionaron razonablemente bien para la segunda mitad del siglo 20, me parece que hay malas noticias en nuestro siglo 21: la democracia y la lucha por la igualdad social y los derechos humanos no son compañeros inseparables de las clases medias.

No son ellas las garantes permanentes de los valores democráticos, los cuales muy bien han sacrificado en tiempos de crisis, por ejemplo, cuando la inseguridad en años recientes ha acorralado a los clasemedieros y han consentido en derogar las garantías individuales para combatir el asedio de narcotraficantes y secuestradores.

Soledad Loaeza, investigadora del Colegio de México, lo ha expresado muy bien al hablar de una contradicción patente entre clases medias y democracia o, en otras palabras, entre privilegio e igualdad.

En su obra “Clases Medias y Política en México” (México: El Colegio de México, 1988) nos dice que eso “puede significar que las convicciones democráticas de las clases medias no son inherentes a su condición de clase” y que tal vez su comportamiento frente al poder ha estado regido por la posición privilegiada que ocupan en la estructura social mexicana, y no tanto por la defensa de los principios de igualdad y libertad o por las características que se desprenden de su función económica y de su composición interna” (p. 28).

No es difícil constatar esa afirmación de Loaeza, por ejemplo, cuando en mi ciudad (Monterrey, N.L.), en años recientes la percepción de inseguridad creció a niveles inéditos para los regiomontanos, cuya clase media estuvo más que dispuesta a combatirla con la presencia de retenes de policías y militares en las calles, detenciones extrajudiciales, grupos paramilitares y exigiendo que la aplicación de los derechos humanos “no estorbara” a la cacería de delincuentes o, para decirlo de otra manera, que los derechos humanos “favorecían” a los delincuentes.

O cuando, para seguir con los ejemplos norteños, llegó a la ciudad -de paso o para quedarse- una ola de inmigrantes centroamericanos cuya presencia se notó de inmediato en las calles y semáforos de la Sultana del Norte y provocó un rechazo de pánico en la clase media que los consideraba, a todos sin excepción, como delincuentes, no como trabajadores migrantes.

Menciono estos casos que he podido constatar a manera de ejemplos, pues me parece que se replican en las actitudes de la clase media en muchas ciudades mexicanas.

En época de elecciones presidenciales, esas actitudes contradictorias entre aspiraciones democráticas y actitudes autoritarias se agudizan y se proyectan en los debates entre clasemedieros sobre cómo van a votar.

Tal vez ahí, en las clases medias, radica la razón de que cada elección presidencial, por lo menos en las últimas dos décadas, sea percibida como un referéndum sobre el proyecto de Nación olvidando que el cambio del titular del Ejecutivo no implica necesariamente un cambio de régimen.

“¿Qué significa estar en la mitad?”, se pregunta Loaeza respecto a la ubicación de la clase media mexicana entre la poderosa élite y las clases bajas. Significa que sus comportamientos y actitudes no sólo están determinadas por sus características educativas y su predisposición a ciertas formas de acción política como la formación de partidos.

Además, nos dice la autora, “su vínculo con la educación y la modernidad han alimentado la creencia de que tienen una inclinación natural hacia ideologías y posiciones progresistas. Sin embargo, esta perspectiva tiende a restar importancia a los intereses propios de estos grupos que no siempre se identifican con el cambio. Tan es así que las clases medias han estado asociadas alternativamente con la modernización y con el radicalismo” (p. 34).

La clase media mexicana no votará el 1 de julio como un bloque impulsado por inclinaciones progresistas, por la igualdad social, los derechos humanos, el combate a la corrupción, etcétera. 

Los clasemedieros, en su mayoría, le tienen profundo temor al cambio, a la incertidumbre, a los golpes de timón que lleven a México en tal o cual dirección; pero igualmente tienen miedo a que las cosas sigan igual, a que la “estabilidad” en la vivimos nos lleve a la parálisis social y económica.

No es que la democracia como régimen esté en peligro, sino que nuestro estilo de vida (hablo aquí como clasemediero) lo sentimos amenazado tanto por la “estabilidad” como por el cambio, cuando éste se plantea desde posiciones radicales: vivimos atemorizados porque no percibimos más que amenazas. Si cambiamos, mal; si no cambiamos, peor.

En ese terreno político fértil caerán las promesas y ofrecimientos alegres y desenfadados de todos los candidatos presidenciales, quienes buscarán los votos de una clase media que todavía lee a Marx, pero le sigue rezando a la Virgencita de Guadalupe.

rogelio.rios60@gmail.com

lunes, abril 09, 2018

2018: AL EXTERIOR




Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

No se ha reflejado hasta ahora en los eventos y discursos de los candidatos presidenciales una postura amplia no sólo sobre la política exterior de México o la relación bilateral con Estados Unidos, sino sobre una cuestión fundamental: ¿Qué importancia le damos los mexicanos al resto del mundo?

Es decir, ante la escasa relevancia que los temas externos como la globalización, las migraciones internacionales, la crisis de Corea del Norte, la guerra en Siria, por nombrar algunos, tienen en la opinión pública mexicana, cabe preguntarse de cara a esta elección presidencial si no estamos perdiendo todos los mexicanos algo fundamental al ignorar o desdeñar la influencia de lo externo en nuestra vida pública.

Si uno busca en las plataformas electorales de todos los candidatos aquello que corresponde a la política exterior de México o a los asuntos internacionales tendrá que irse a las páginas interiores, a secciones de capítulos, para encontrar el tema.

Una vez ahí, la decepción continuará: todo está escrito en un lenguaje general, no comprometedor con cambios específicos, lleno de lugares comunes sobre la globalización, el libre comercio, el calentamiento global, etcétera.

Ya he observado desde hace años este fenómeno del avestruz con el que los mexicanos -no todos, por supuesto- se comportan ante el resto del mundo: mientras una guerra cruenta arrasa con lo que queda de Siria y otra guerra comercial entre China y Estados Unidos está en ciernes, nuestros temas públicos son otros: el nuevo aeropuerto en la Ciudad de México, las notas sobre las balaceras, asesinatos y secuestros del día en todo México, y la cuenta de los días que faltan para el arranque del Mundial Rusia 2018.

No deja de sorprenderme, sin embargo, que pasan los años y avanza el Siglo 21 y nosotros persistimos en mirar primordialmente hacia dentro de México, no hacia afuera. Por eso tal vez nos caen de sorpresa los grandes temas internacionales (el avance del conservadurismo y el extremismo de derecha en Europa como amenaza a la democracia, por ejemplo) que una observación más atenta nos hubiera permitido anticipar como riesgo para nuestro país.

La fugaz unidad de posturas de los candidatos presidenciales en el rechazo a las recientes declaraciones del Presidente Donald Trump en torno a México y en apoyo la respuesta crítica del Presidente Enrique Peña Nieto, no durará mucho y cederá su lugar a otros temas internos en la refriega de las campañas.

No se dará ahora el siguiente paso: vamos en serio a estudiar y entender a los Estados Unidos, mucho más allá de la figura de Trump, a conocer a fondo sus instituciones políticas, el funcionamiento de su política nacional y local, los mitos y hechos que conforman la cultura política de sus ciudadanos.

Vamos a estudiarlos de la misma manera y en igual magnitud que ellos lo han hecho con México: nos conocen al dedillo, no solamente por razones de inteligencia y seguridad nacional, sino por una vocación académica volcada a los estudios mexicanos, a nuestra historia antigua y reciente.

¿Cuántos programas académicos hay en México dedicados al estudio de Estados Unidos? ¿Dónde están los institutos o “think tanks” mexicanos sobre Norteamérica que sean la contraparte de los centros estadounidenses sobre México?

Se contarían los existentes con los dedos de una mano. En pleno Siglo 21, ya no digo que estudiemos más a Europa, Asia y América Latina -lo cual deberíamos hacer- sino que por lo menos conozcamos más a nuestro vecino del norte -me rehúso a llamarlo “contrincante” o enemigo”, no lo es- para no andar a tientas sobre sus motivos y acciones y mucho menos depender del tuit nuestro de cada día.

Recordemos esto al momento de votar: ¿Logra nuestro candidato preferido alzar la vista más allá de nuestras fronteras? ¿O es como un avestruz?

rogelio.rios60@gmail.com


lunes, abril 02, 2018

2018: ¿De qué hablar?




Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Los temas de lo que se ha dado en llamar la “conversación pública”, es decir, aquello de lo que se habla predominantemente en los discursos de gobernantes y candidatos, en los titulares de los medios de comunicación y en las innumerables mesas de café en todo México, nos dicen mucho de nuestra capacidad (o incapacidad, según se quiera ver) para discriminar entre lo importante y lo irrelevante para los ciudadanos.

¿Es la construcción del nuevo aeropuerto de la CDMX de lo que debemos estar hablando en primer término? ¿O la discusión sobre bajar el IVA en la zona fronteriza? 

Para los candidatos a la sucesión presidencial sí lo es, pero ¿significa eso que no hay en este momento cosas más importantes sobre las cuales discutir?

Claro, dirán algunos, en tiempos electorales son las propuestas de los candidatos los temas a debatir, pero ¿qué sucede si esas propuestas se sienten desconectadas de lo que los ciudadanos viven y padecen cada día?

No cabe en esa “conversación pública”, por ejemplo, el ambiente de violencia, asesinatos y agresividad del crimen organizado que padecemos desde hace meses. No hay lugar para los desplazados por esa violencia, para hablar de las víctimas, quienes son personas de carne y hueso como nosotros que se diluyen en el anonimato de las cifras.

El silencio castiga a las víctimas, no a los victimarios. Vuelve invisible a quienes tuvieron muertes violentas, no permite que su rostro y su voz deje testimonio de las amenazas a nuestra sociedad.

No se trata de hacer a un lado las propuestas de campaña, aunque muchas de ellas suenen huecas y superfluas. Ni de detener o forzar al proceso electoral a omitir unos temas e incluir otros. Nada de eso.

Simplemente, queremos ver que los discursos y propuestas de campaña se conecten a la realidad, que reflejen lo que sucede a nuestro alrededor en cualquier ciudad o población mexicana: presencia letal del crimen organizado, asesinatos, extorsiones, privaciones de la libertad, ataques a periodistas, etcétera.

Recientemente, la Comisión Nacional de Derechos Humanos presentó, a través de su titular Luis Raúl González Pérez, su Informe de Actividades 2017, en el cual señaló que el trabajo de la Comisión durante el año pasado “se desarrolló en un contexto muy complejo en el que se observó un repunte de la violencia y el crimen en el país”.

Continúa diciendo que “los delitos cometidos con violencia, especialmente los asesinatos, han alcanzado niveles graves dentro de este siglo.”

Una de sus conclusiones es que persiste aún “una limitada coordinación entre los órdenes de gobierno para disminuir los niveles de violencia criminal y atender a las víctimas de manera integral”.

Frente al Presidente Enrique Peña Nieto, en un evento de presentación de su Informe el día 28 de marzo, González Pérez señaló directamente que “México no ha experimentado un cambio significativo y objetivo hacia un mayor respeto a los derechos humanos”.

¿Hace falta añadir algo más para que en la “conversación pública” destaque el hecho fundamental de que el desafío de la violencia a nuestra sociedad amenaza con sacudirla desde sus cimientos? ¿Acaso esto no es importante? Si lo es, ¿por qué no se habla de ello?

rogelio.rios60@gmail.com





Nahuel, fútbol y políticos: adiós “fair play”

  Por Rogelio Ríos Herrán En México, el fútbol precede a la política en el triste arte de no respetar a los demás contendientes, violar las ...