miércoles, marzo 22, 2017

ATRAPADOS EN EL 2018

Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

Como si no tuviéramos nada más de qué preocuparnos, los mexicanos nos metimos de lleno a la carrera por la sucesión presidencial del 2018 y casi nos olvidamos de todo lo demás.

Qué importan el calentamiento global, los mercados petroleros, la guerra de Siria, la crisis de refugiados que buscan llegar a Europa, las nuevas políticas migratorias de Trump, entre otras muchas cuestiones, si no tenemos ojos para nada más que tratar de adivinar quién será nuestro próximo Presidente de la República.

Todo se observa en función de la próxima elección presidencial: las elecciones en Coahuila y el Estado de México, el desempeño de Miguel Mancera en gobierno de la CDMX o de El Bronco en Nuevo León, los escándalos de corrupción, el golpeteo político intenso entre los partidos, etc.

Nada escapa a la fuerza de gravedad de la elección presidencial. Es como un hoyo negro sideral que todo se traga sin remedio y al cual hay que someter las voluntades y el pensamiento.

Es un terrible lastre del presidencialismo mexicano eso de hacernos creer que no hay nada más importante en México que la renovación sexenal del Ejecutivo federal, que sigue siendo el Señor Presidente la figura clave del sistema político, y que a su sombra -quién quite- quede algún familiar o amigo al cual podamos pedirle una chamba o algunos favores. Así funciona más o menos la lógica electoral de muchos mexicanos.

Parece como si nada valieran los avances de tres décadas en materia de reformas políticas y electorales, de empujar la agenda del acceso a la información y la transparencia, de construir un sistema electoral mucho más confiable que el anterior, y de elevar la causa de la defensa de los derechos humanos a niveles constitucionales.

Surgió en México desde los años posteriores a los trágicos eventos de Tlaltelolco en 1968, una nueva manera de percibir y actuar en la política, pero el peso de los factores más retrógrados del viejo sistema -la corrupción, la violencia y el autoritarismo-  y la fuerza de la figura presidencial, aunque muy disminuida, no han dejado de prevalecer en la mente de muchos mexicanos.

La maldición del sexenio -la de creer que México muere y nace cada seis años- sigue tan presente como siempre, como en el país de la época del presidencialismo triunfante y avasallador. Ahora, además, con la novedad de que cualquier Gobernador, apenas pone un pie en la silla de su estado, se siente llamado a glorias más altas: las de Los Pinos.

Así no se puede gobernar un estado, ni mucho menos un país. La conducción de los asuntos públicos requiere dedicación completa, vocación de servicio intensa y una integridad a prueba de los “cañonazos de 50 mil pesos” de la época de Álvaro Obregón.

Eso solamente para empezar, pues además son indispensables otras virtudes: tolerancia, mente abierta, sensibilidad social, cariño por el terruño.

Me duele decirlo, pero mi favorito para “la grande” del 2018 sigue siendo el abstencionismo, pues ningún candidato se acercará siquiera a lo que pudiera ser una cifra histórica de mexicanos que no acudan a las urnas ese año por diversas razones, pero que se resumen en un desencanto profundo con la política y los políticos en general.

Si bien las cifras indican que del 41.4 por ciento de abstencionismo en 2006 se pasó al 36.9 por ciento en 2012 (un nivel similar al de la elección del 2006, según cifras del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública), el nivel de desprestigio de la clase política por los escándalos de corrupción a los ojos de los ciudadanos, además de otros factores, y la falta de rendición de cuentas ante la justicia, podría volver a elevar en el 2018 el voto de abstención a niveles cercanos al 50 por ciento para una elección presidencial.

El primer paso para revertir esta situación y el negro panorama que se vislumbra sería el de sacudirnos las telarañas mentales del presidencialismo y de la vieja cultura política mexicana. El relevo generacional de políticos y ciudadanos ya se está dando, a las mentalidades tradicionales las sustituirán las mentalidades modernas, pero nada garantiza que el proceso culmine con éxito.

Habrá que dar igualmente una extensa batalla para sacudirnos al “viejo régimen” que todavía nos quiere aprisionar en su discurso político y su presidencialismo obsoleto para poner en práctica una política moderna inclusiva, tolerante, sustentada en las normas democráticas y en el bien común. Ya estamos en el siglo 21, bien nos merecemos eso los mexicanos.

rogelio.rios60@gmail.com

domingo, marzo 19, 2017

De rodillas, no

Por Rogelio Ríos Herrán

No sé si justa o injustamente, pero prevalece en muchas personas la percepción de que el Gobierno mexicano no ha tomado una posición realmente firme ante los embates de la nueva administración de Donald Trump.

Escucho críticas por todos lados sobre que la postura oficial mexicana es “tibia”, que debería responderse con mucho mayor firmeza a los “insultos” y “agresiones” verbales de Trump, en fin, que tendría una figura gubernamental de peso que elevar una voz más crítica ante la Casa Blanca para recoger los agravios que muchos mexicanos sienten bajo el nuevo Gobierno estadounidense.

Pero difícilmente puede esperarse, por ejemplo, de Luis Videgaray o de Ildefonso Guajardo, secretarios de Relaciones Exteriores y Economía respectivamente y ambos con muchas tablas en la administración pública, que asuman posturas radicales con las cuales pondrían en riesgo su papel clave en las negociaciones políticas y comerciales con los funcionarios estadounidenses.

Otras voces de analistas y expertos en la relación bilateral México-Estados Unidos aconsejan, por su parte, recurrir al cabildeo intenso ante legisladores norteamericanos, litigar sin descanso en sus cortes, cortejar a sus ONGs, utilizar los foros de sus universidades como plataformas para difundir las posturas críticas de los mexicanos, en fin, tener la mayor presencia posible en los medios de comunicación y las redes sociales al norte de la frontera para reafirmar las posiciones y presentar los desacuerdos que en todo México se sienten, en particular, ante la política migratoria de Trump.

¿Cuál es el mejor camino con Estados Unidos? ¿Confrontar o convencer? ¿Aguantarse las ganas de reaccionar de inmediato con represalias de botepronto o guardar la compostura y tomar la ruta larga de una batalla de las ideas?

A la larga tendrá mayor impacto la estrategia de presentar y defender nuestros argumentos directamente ante la sociedad estadounidense, de convencerlos en su propio terreno y con argumentos sólidos de la justeza de nuestra causa (que se resume en que los mexicanos son muy valiosos para la economía y la sociedad de Estados Unidos, no unos criminales y violadores), que los beneficios de cualquier golpe temporal que por la vía de una represalia –comercial o de otro tipo- podamos asestar a las políticas de la Casa Blanca.

No olvidemos jamás una cuestión de fondo entre México y Estados Unidos: la existente asimetría o desigualdad de poder e influencia que subyace a la relación bilateral, la cual no desaparecerá como por arte de magia por los eventos que se susciten día a día entre ambos países.

La asimetría y la elevada concentración de nuestra economía hacia Estados Unidos no son realidades que benefician al poder negociador de los mexicanos, es verdad, aunque ciertamente no nos ponen de rodillas ante nadie.

Lo que digo es que no debemos perder la cabeza ante Donald Trump. Presidentes van y vienen tanto en México como en Estados Unidos y ninguno de ellos, por más ominosas que sean sus políticas, van a alterar un hecho fundamental: somos vecinos geográficos que viviremos por siempre uno al lado del otro, nadie se va a mudar a otra parte. Es mejor para todos, entonces, tratar de entendernos y de vivir en paz.

Una cosa es segura: elevar el tema de México a un lugar prioritario en la opinion pública estadounidense es nuestro principal reto, una batalla que se pelea con la fuerza de las ideas y de los argumentos  y que será posible de lograr si hacemos los mexicanos –como usted y yo- el gran esfuerzo de involucrarnos y participar activamente en ello, algo que siempre nos cuesta mucho trabajo.


De otra manera, si nos abandonamos a la inercia de las cosas, a dejar pasar lo que venga, pesará sobre nosotros el poderío de nuestro vecino del norte. Por lo menos, no nos pongamos nosotros mismos de rodillas, busquemos a quienes dentro de Estados Unidos son afines y solidarios con nuestras posiciones y peleemos por ese conducto nuestra batalla sin armas: el poder de la argumentación y del debate. A eso no nos podrá ganar nadie.

rogelio.rios60@gmail.com

viernes, marzo 03, 2017

Seducidos por el poder

Superman, el Hombre de Acero.
Fuente: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán


No deja de sorprenderme, aunque ya debería estar acostumbrado a ello, la transfiguración sorprendente que se ve en una persona una vez que pasa de ciudadano o candidato a asumir el poder al ganar –de la manera que sea- una elección.

No me refiero únicamente al caso emblemático de Donald Trump en Estados Unidos, el cual todos tenemos en mente en estos días, sino en general a cualquier gobernante de prácticamente cada pueblo o gran ciudad en nuestro país y en el Continente Americano.

Desde este punto de vista, Trump no sería más que otro caso de ebriedad de poder, de asumir casi como una conquista militar lo que debería ser una responsabilidad de gobernar para todos, es decir, de considerar a todos los sectores sociales, formas de vivir y de pensar diferentes, en un gobierno que fuera lo más incluyente posible.

Nada de eso se vislumbra en Estados Unidos. Washington es ahora la capital de los conquistadores del poder que pretenden gobernar por decreto, en lugar de la negociación legislativa, y que no dudan en cuestionar e insultar a los jueces si sus decisiones no les son favorables.

En mayor o menor medida, sin embargo, encontramos eso en la experiencia política más inmediata que percibimos a nuestro alrededor. El ganador se lleva todo, parece ser la consigna. No se toman prisioneros, los derrotados deben ser eliminados si ellos mismos no se hacen a un lado.

No hay interés alguno en gobernar con todos y para todos. Eso es retórica de candidato en campaña que no se aplica una vez logrado el poder.

Con todo ello la clase gobernante recién llegada se empobrece, se cierra las puertas a aprovechar la riqueza que proviene de la diversidad de opiniones y perspectivas sobre el gobierno, sobre lo que la sociedad espera de sus gobernantes ante los problemas que agobian a los ciudadanos y en vista de la incapacidad o ineptitud de las autoridades para resolverlos.

El abismo entre los gobernantes y los ciudadanos no se salva simplemente porque una camarilla sustituye a otra en el poder o porque el candidato demagogo y mesiánico logra ganar sorpresivamente una elección. Sea la Casa Blanca o el Palacio Municipal de Hualahuises, N.L., el dilema es el mismo para el ciudadano. ¿en qué me beneficia que tal o cual candidato gane si de todas maneras no va a resolver mis problemas, sino al contrario, los va a aumentar? ¿Qué diferencia hay entre los candidatos si una vez en el cargo todos ellos –sin excepción- resultan seducidos por el poder y se conducen con el menor sentido democrático posible?

Si, además, los ganadores son pintorescos –como Trump en Estados Unidos o Duterte en Filipinas e innumerables ejemplos en México- y la atención se desvía hacia sus ocurrencias y caprichos diarios, entonces los temas y asuntos que realmente interesan a las personas quedarán sepultados bajo una gran capa de frivolidades y poses de falsa bravura a las que se recurre para entretener al respetable público.

¿Cómo romper esa rueda de molino en la que el ciudadano arrastra a sus gobernantes? Con un voto mejor razonado, para empezar, que evite al máximo las sorpresas de candidatos super héroes que luego no saben qué hacer cuando llegan al poder, pero sobre todo con una actitud de mayor involucramiento en la vida pública -a través de partidos políticos u organizaciones ciudadanas- que vaya más allá de la acción de depositar un voto en la urna.

Exigir, demandar, vigilar y asegurarnos de que quienes gobiernen lo hagan para nosotros, no sólo para la camarilla de aliados y amigos de la que invariablemente se rodean y que saquean las arcas públicas. Eso sería un buen comienzo.

rogelio.rios60@gmail.com

Amenaza la violencia a las elecciones?

Por Rogelio Ríos Herrán  No recuerdo una Semana Santa reciente, por lo menos en la última década, con tantos eventos violentos como la de e...