viernes, marzo 03, 2017

Seducidos por el poder

Superman, el Hombre de Acero.
Fuente: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán


No deja de sorprenderme, aunque ya debería estar acostumbrado a ello, la transfiguración sorprendente que se ve en una persona una vez que pasa de ciudadano o candidato a asumir el poder al ganar –de la manera que sea- una elección.

No me refiero únicamente al caso emblemático de Donald Trump en Estados Unidos, el cual todos tenemos en mente en estos días, sino en general a cualquier gobernante de prácticamente cada pueblo o gran ciudad en nuestro país y en el Continente Americano.

Desde este punto de vista, Trump no sería más que otro caso de ebriedad de poder, de asumir casi como una conquista militar lo que debería ser una responsabilidad de gobernar para todos, es decir, de considerar a todos los sectores sociales, formas de vivir y de pensar diferentes, en un gobierno que fuera lo más incluyente posible.

Nada de eso se vislumbra en Estados Unidos. Washington es ahora la capital de los conquistadores del poder que pretenden gobernar por decreto, en lugar de la negociación legislativa, y que no dudan en cuestionar e insultar a los jueces si sus decisiones no les son favorables.

En mayor o menor medida, sin embargo, encontramos eso en la experiencia política más inmediata que percibimos a nuestro alrededor. El ganador se lleva todo, parece ser la consigna. No se toman prisioneros, los derrotados deben ser eliminados si ellos mismos no se hacen a un lado.

No hay interés alguno en gobernar con todos y para todos. Eso es retórica de candidato en campaña que no se aplica una vez logrado el poder.

Con todo ello la clase gobernante recién llegada se empobrece, se cierra las puertas a aprovechar la riqueza que proviene de la diversidad de opiniones y perspectivas sobre el gobierno, sobre lo que la sociedad espera de sus gobernantes ante los problemas que agobian a los ciudadanos y en vista de la incapacidad o ineptitud de las autoridades para resolverlos.

El abismo entre los gobernantes y los ciudadanos no se salva simplemente porque una camarilla sustituye a otra en el poder o porque el candidato demagogo y mesiánico logra ganar sorpresivamente una elección. Sea la Casa Blanca o el Palacio Municipal de Hualahuises, N.L., el dilema es el mismo para el ciudadano. ¿en qué me beneficia que tal o cual candidato gane si de todas maneras no va a resolver mis problemas, sino al contrario, los va a aumentar? ¿Qué diferencia hay entre los candidatos si una vez en el cargo todos ellos –sin excepción- resultan seducidos por el poder y se conducen con el menor sentido democrático posible?

Si, además, los ganadores son pintorescos –como Trump en Estados Unidos o Duterte en Filipinas e innumerables ejemplos en México- y la atención se desvía hacia sus ocurrencias y caprichos diarios, entonces los temas y asuntos que realmente interesan a las personas quedarán sepultados bajo una gran capa de frivolidades y poses de falsa bravura a las que se recurre para entretener al respetable público.

¿Cómo romper esa rueda de molino en la que el ciudadano arrastra a sus gobernantes? Con un voto mejor razonado, para empezar, que evite al máximo las sorpresas de candidatos super héroes que luego no saben qué hacer cuando llegan al poder, pero sobre todo con una actitud de mayor involucramiento en la vida pública -a través de partidos políticos u organizaciones ciudadanas- que vaya más allá de la acción de depositar un voto en la urna.

Exigir, demandar, vigilar y asegurarnos de que quienes gobiernen lo hagan para nosotros, no sólo para la camarilla de aliados y amigos de la que invariablemente se rodean y que saquean las arcas públicas. Eso sería un buen comienzo.

rogelio.rios60@gmail.com

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