miércoles, agosto 16, 2006

Mano dura en México: ¿Otro 68?

La protesta social es una forma de afinar a la democracia y sus mecanismos políticos, jurídicos e institucionales, siempre perfectibles. Cabe en todo momento cuestionar y volver a cuestionar al universo de actores, procesos e instituciones políticas, pues su solidez se basa en la capacidad de adaptación al momento histórico en que se vive.
El cuestionamiento abarca, por supuesto, a quienes protestan: por qué lo hacen, qué medios emplean, qué costos se pagan por sus acciones. Podemos estar en desacuerdo con su forma de reclamar, jamás lo estaremos con su derecho a hacerlo. Hoy son de un color, mañana serán de otro.
La utilización de la fuerza pública para eliminar las protestas sociales es un signo del fracaso de la política, de la renuncia a la convivencia civil y de la extinción del espíritu democrático en los ciudadanos e instituciones de una comunidad.
La mano dura es un atentado a la democracia. Utilizarla como recurso de solución de un problema político es reconocer, tácitamente, que tanto el sistema como los actores políticos son incapaces de canalizar y resolver adecuadamente sus diferencias.
No sabemos, por lo menos públicamente, si hay alguna negociación política en curso para levantar los bloqueos en la Ciudad de México, con los cuales no estoy de acuerdo. Sin embargo, ¿por qué apresurarse a pedir la aplicación de la fuerza del Estado hacia sus propios ciudadanos antes de negociar?
El espíritu democrático se degrada cuando la respuesta institucional a un conflicto social se manifiesta únicamente por las vías violentas.
Al Estado le corresponde hacer todo lo posible por agotar toda negociación y recurso para prevenir que los conflictos se desborden a las calles. De otra manera, a la magnitud del reclamo social deberá sumarse el saldo negativo que dejará en la vida política la respuesta de fuerza que entronice a la violencia, sea particular o pública, como la solución a los problemas políticos.
Cuando la arena política está polarizada y los ánimos caldeados, la obligación del Estado es la de retornar los conflictos al cauce institucional. Este deber es irrenunciable, pues constituye la razón misma de ser de la existencia de una sociedad que se da instituciones para sobrevivir y prosperar.
Incurrir en errores o negligencia en el cumplimiento de esa misión histórica del Estado democrático representará no sólo una responsabilidad social para sus ejecutores sino el deterioro de las instituciones políticas mexicanas.
El uso de la fuerza es la renuncia a la política. Si las cosas han llegado al punto en que parece inminente un enfrentamiento violento entre los manifestantes y la autoridad es que han fallado, tanto las autoridades como los líderes sociales, en el cumplimiento de sus obligaciones institucionales.
La fuerza del Estado debe dirigirse a los enemigos de las instituciones que se encuentran fuera del orden social.
Los enemigos del Estado, quienes buscan disminuirlo para controlarlo mejor, son el sinnúmero de organizaciones criminales e individuos para quienes la democracia es un estorbo a sus propósitos de máxima ganancia y absoluta impunidad.
Son ellos los que contemplan, mientras se frotan las manos, un país que se acerca peligrosamente al abismo de la violencia. Son ellos quienes celebrarían la extinción de la democracia mexicana.
¿Mano dura? No entre ciudadanos. No otro 68.

rogelio_riosherran@hotmail.com

Publicado en EL NORTE el 17 de Agosto de 2006

lunes, agosto 07, 2006

¿Cuba hacia el Siglo 21?

La transición cubana importa más a México de lo que en primera instancia debiera ser observar a la distancia los acontecimientos internos en otro país.

El juego de intereses regionales e internacionales que se puso en marcha la semana pasada después del anuncio oficial en La Habana de que el Presidente Fidel Castro cedía sus funciones a su hermano Raúl, es complejo y poco visible en la superficie, pero del cual podemos darnos una idea si consideramos que en cada escenario posible de la transición cubana, la presencia de México es segura. Querámoslo o no, los mexicanos formamos parte del tema cubano de diferentes y variadas maneras.

Por tanto, es comprensible que siga con atención en círculos especializados mexicanos todo lo que sucede en Cuba. Lo sorprendente, sin embargo, es que para el gran público mexicano, lo que acontece hoy con la deteriorada salud de Fidel ha pasado prácticamente desapercibido ante el influjo que ejerce la crisis postelectoral mexicana sobre sus ciudadanos: todo gira alrededor del Peje con tanta fuerza que opaca al propio Fidel Castro.

Pero las oportunidades y los riesgos de la transición cubana siguen ahí en un momento en que la atención de los mexicanos se vuelca a lo interno y en medio de una suerte de vacío de poder en México que nos impide, de momento, capturar en toda su importancia la posibilidad de un cambio político en la isla caribeña.

En términos muy generales, la transición cubana puede ser empujada desde el interior mediante un relevo en el liderazgo cubano presionado por las demandas de la población; o, por el contrario, desde el exterior, al percibir las potencias estadounidenses y europeas la declinación de Castro como símbolo de la debilidad del gobierno revolucionario que lleva 47 años al frente de la revolución cubana.

Estados Unidos es , por supuesto, un actor de fundamental importancia en los asuntos cubanos. Ya expresó públicamente Condoleezza Rice su mensaje al pueblo cubano pidiendo su aportación para la democratización del régimen. En Miami, la comunidad cubana en el exilio espera con ansiedad el momento del retiro definitivo de Fidel del poder y con el simple anuncio de su enfermedad empezaron las celebraciones en las calles de la ciudad.

España y otras naciones europeas con fuertes inversiones en Cuba esperan, de su parte, una transición suave que no afecte sus interes económicos. China, el actor nuevo en el caribe, cuyas inversiones en la isla rebasan los mil millones de dólares, pidió a EU que no metiera las manos en los asuntos cubanos y que fuera el pueblo cubano quien decidiera su futuro, olvidando convenientemente en Beijing que ellos hacen exactamente lo contrario de lo que pregonan en Corea del Norte.

Venezuela, por supuesto, no puede quedarse atrás, mucho menos ahora que se ha convertido en un importante proveedor petrolero de Cuba y fuerte comprador de productos cubanos, por no mencionar la estrecha relación personal entre Hugo Chávez y Fidel castro.

¿Y los mexicanos? Bien gracias, envueltos en una polémica interna que no les deja atender asuntos regionales de la mayor importancia estratégica para nuestro país. Hay lazos históricos que nos unen a los cubanos más allá de las diferencias diplomáticas que ahora existen y que nos colocan en un lugar que, manejado con sapiencia, pudiera darnos un sitio de primera mano en la transición cubana.

Es claro que todos los actores conviene que en Cuba se mantenga, antes que nada, estabilidad política necesaria para que esa nación ensayara una apertura al exterior que, bien llevada, haría palidecer a las experiencias de apertura al capitalismo de las naciones de Europa del este.

Cuba tiene ya una gran plataforma de despegue en el alto nivel de educación de su población que transformaría a los cubanos en trabajadores y empleados competitivos en un sistema de economía capitalista. Su ubicación geográfica es inmejorable como puerta de entrada a Estados Unidos y sus recursos turísticos son una fuente de ingresos importantes para la isla.

Si China Popular se abrío al capitalismo, ¿por qué no Cuba? Con embargo comercial o sin embargo estadounidense, con Ley Helms-Burton o sin ella, los experimentos cubanos de corte capitalista les han funcionado bien, en términos económicos, y han sido decisiones de tipo político las de su retiro.

La clave, en este momento, reside en la figura de Raúl Castro, quien es mucho menos conocido que su hermano mayor, pero reconocido por algunos medios influyentes, como The Wall Street Journal, como un líder proclive a las reformas hacia el capitalismo y el cerebro detrás de los experimentos capitalistas cubanos.

De resultar cierta esa percepción, estaríamos ante la presencia de un Deng Xiao Ping caribeño, el legendario líder chino que encauzó intelectual y físicamente a China en la senda capitalista derribando el paradigma nacionalista y ortodoxo de Mao Tse Tung, una figura a la que el perfil de Fidel sería mucho más afín.

Es un momento de decisión para los cubanos, de construir una visión estratégica que pueda conducirlos en unos cuantos años a la entrada plena al Siglo 21, a la tecnología de avanzada, a las telecomunicaciones, el mercado abierto y al intercambio de servicios, bienes y personas con el resto del mundo.

Claro está que la llegada de la globalización a Cuba traería consigo inevitablemente las transformaciones políticas necesarias para que el mercado capitalista funcione adecuadamente, y en eso los cubanos no se querrían quedar atrás del gran escaparate que para ellos representa el sistema de vida estadounidense.

Por muchas razones, entonces, como el compartir las aguas del Golfo de México con su riqueza de hidrocarburos, a México no le conviene estar ausente de los acontecimientos en Cuba. Perder este momento histórico puede costar muy caro a los mexicanos en términos del alejamiento con un país que forma parte de nuestra cultura y con el que nos hermanan lazos diversos, desde los económicos hasta los gastronómicos.

Si Cuba se abre al capitalismo, buscará los apoyos que lo ayuden en su empresa no sólo en Estados Unidos sino en América Latina, o en Europa y China. Ojalá que los mexicanos no nos coman el mandado en Cuba.

rogelio_riosherran@hotmail.com

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