Por ROGELIO RÍOS HERRÁN
Lo primero que me viene a la mente al tratar de
capturar en una palabra lo que me dejó la vida política de México en el año que
concluye es “incertidumbre”.
Hay en la arena pública una sensación de extravío
entre los ciudadanos. No saben muchos, bien a bien, si la alternancia en el poder
y la llegada de un nuevo Gobierno nacional, por la cual votaron a favor más de
30 millones de mexicanos, era la mejor solución al problema de corrupción e
incompetencia del Gobierno de Peña Nieto que quisieron castigar en las urnas.
¿Fue la mejor opción la de Andrés Manuel López Obrador
y el Movimiento de Regeneración Nacional para entregarles el gobierno y la
administración de México? Cada vez es menos el grupo de fervorosos seguidores
que no dudan de nada, no cuestionan nada de lo que digan o decidan sus líderes
y para quienes la lealtad incondicional a su líder es la única forma de
existencia política. Cada día crecen los cuestionamientos.
Bastaron los largos meses de la transición de gobierno
y el mes de diciembre del 2018 para que los observadores periodísticos pudiéramos
ver, sin el velo del militante fervoroso, que hay muchas fallas y deficiencias
de forma y de fondo en el grupo gobernante que le hacen mucha sombra a los
logros y actos positivos.
En lo que concierne a la libertad de expresión y los
medios de comunicación, la actitud predominante del nuevo grupo gobernante (no
sólo de Andrés Manuel, aunque más marcada en él) ha sido sumamente preocupante:
un alto nivel de intolerancia ante la crítica, rechazo visceral a los argumentos
y el debate razonado, una postura evasiva de no pronunciarse sobre ciertos
temas (la relación con Estados Unidos, por ejemplo) que, según ellos, son meras
provocaciones de opositores.
Yo esperaba, como muchos colegas del medio
periodístico, una verdadera transformación en la relación gobierno-medios, en
particular en torno a la transparencia y la rendición de cuentas, pero no ha
sido así.
La opacidad persiste no solamente en el manejo de los
recursos públicos, el dinero en sí, sino en otro ámbito más delicado. Me
refiero a la calidad de las decisiones de política pública, el nivel real de
liderazgo político de AMLO, los dirigentes de Morena y los coordinadores
legislativos.
¿Cómo fundamentan sus decisiones? ¿Con base a qué
deciden tomar uno u otro curso de política pública? Por ejemplo, ¿por qué se
canceló realmente el Nuevo Aeropuerto Internacional de la CDMX, más allá de los
simplistas argumentos de que se trataba de “un negocio entre corruptos”, a un
costo elevadísimo para el tesoro nacional?
Las cualidades de un dirigente político exitoso
incluyen tener una visión del país que se quiere, contar con objetivos
definidos y realistas, elaborar una estrategia adecuada para alcanzarlos y
disponer de los recursos humanos, políticos y económicos para obtener
resultados concretos. Así lo han establecido los estudiosos del liderazgo
político.
Honestamente hablando, ¿cree usted que tenemos hoy en
México el mejor liderazgo político posible? Al final, el voto para los otros candidatos
presidenciales derrotados sumó 25 millones y unos 34 millones de mexicanos se
abstuvieron de votar de un padrón de electores de 90 millones de votantes, no
podríamos tener un país más diversificado. Los más de 30 millones de votos para AMLO
son valiosos e impresionantes, pero no son todo México. ¿Qué podemos hacer para
remediar la situación?
En el medio en el que me desenvuelvo, la comunicación y
el periodismo, nos gusta a veces jugar con las palabras. Yo le diría, estimado
lector, que una forma de percibir la incertidumbre de los mexicanos es verla de
manera contraria: cada mexicano le dirá una opinión contundente, “mi verdad”, elaborada
penosamente con muy poca información y mucha emoción información no verificada,
de la cual no se apartará un milímetro, no importa la evidencia abrumadora que
se le presente en contrario. Primero morir en la raya que aceptar que se está
equivocado.
Es decir, nuestra incertidumbre mexicana estaría
formada de “certezas inciertas”: mi creencia, aunque ciega, me permite navegar
por el mar picado de la política nacional sin perderme. Yo me apego a un líder,
a un movimiento o partido, y así no tengo que pensar ni cuestionar nada. Por
más incierta que sea mi creencia, por más endeble que sea su fundamento, es la única
brújula que tengo. Así fui “educado”. Así funciona el sistema.
A eso me refiero con “certeza incierta”: mejor creer
en algo, en lo que sea, que cuestionar todo y tener que pensar en los
problemas. Hay una falta de educación y cultura general terribles entre la
mayoría de la población; revertirlos sería, por supuesto, el instrumento para
quitarle sus miedos a los mexicanos, sus temores a pensar por cuenta propia.
El problema más inmediato, sin embargo, es que a todo
liderazgo político (cualquiera que sea su signo) le conviene más la incertidumbre,
un país de “certezas inciertas”, que la armonía entre sociedad y gobierno. Es en
la división y el enfrentamiento en donde los líderes, desde tiempos inmemoriales,
tienen el terreno fértil para conquistar y retener el poder. La fórmula sigue
siendo exitosa en el Siglo 21: Maquiavelo le gana la partida a Rousseau.
Si se cumple o no la visión que se tenía; si se
alcanzan o no los objetivos propuestos; en fin, si la estrategia funciona y se
obtiene los recursos para tomar el
poder, se seguirá haciendo las cosas de la misma manera que se hacían para mantener el poder, ¿por qué cambiar si
así funciona bien?
No sé si la incertidumbre que nos rodea sea una
decisión deliberada del nuevo Gobierno, no llego a ese extremo. Más bien, me
parece una decisión inconsciente que viene de las profundidades de su
experiencia política, algo a lo que los políticos llaman “instinto”: ¿Por qué
habría de cambiar AMLO su discurso de confrontación, por ejemplo, ahora que ya
es Presidente de la República, si siempre le ha dado buenos réditos políticos?
A largo plazo, la mejor educación y capacidad de
pensamiento crítico será la fórmula para que nos demos, como ciudadanos, los
mejores gobiernos posibles.
A corto plazo, en el 2019 habrá que esforzarse al
máximo para elevar las voces críticas y evitar que se cierre por completo el
debate público ante la fuerza de los discursos triunfalistas e intolerantes que
provienen del nuevo grupo gobernante.
Hablo del ámbito periodístico, por supuesto, pero no
creo que a nadie en general la caiga mal leer más, ejercer la mente y atreverse
a pensar por sí mismo: descubrirán quienes lo hagan que pueden cambiar sus
certezas de lo incierto a lo seguro, a los más documentado y probado posible,
pues no hay, ni habrá jamás, verdades absolutas, ni nadie las puede llevar en
sus manos: quien le diga eso, le estará mintiendo para, como decimos en México,
“llevarlo al baile”.
Sigue estando en nuestras manos el cambio que
anhelamos para México. Sólo a nosotros, como ciudadanos de libre pensamiento (y
de libre pastoreo, diría un amigo), corresponde resolver el crucigrama
mexicano.
¡Feliz año Nuevo 2019!