Por Rogelio Ríos Herrán
Desde que en un evento organizado por la Universidad de
Monterrey a mediados de los años 90, escuché una conferencia del Dr. Miguel Acosta
Romero (UNAM) en donde argumentó brillantemente sobre la necesidad de contar
con una nueva Carta Magna para el México de hoy, no había vuelto a ver una
postura del mismo nivel.
Asistí, junto con el grupo de PRO Propuesta Ciudadana,
a escuchar al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a una plática que ofreció el 17 de
diciembre, invitado por Movimiento Ciudadano y acompañado por el Senador Samuel
García, al público en el Pabellón M en Monterrey.
Su tema, en ocasión del 101 aniversario de la
Constitución de Nuevo León, fue una interesante disertación sobre el proceso de
creación de la nueva Constitución de la CDMX y, por extensión, de la necesidad
y conveniencia de debatir sobre un nuevo texto constitucional para los
mexicanos.
Cárdenas advirtió, con justa razón, que en todo
momento el debate y la posible instalación de una asamblea constitucionalista
deberá reflejar fielmente la pluralidad política y social de México.
Agregó que la negociación y la conciliación deben
marcar la ruta para los acuerdos, no las imposiciones políticas ni
mayoritarias.
En cada zona de México, como es el caso de Nuevo León,
las constituciones estatales derivadas de una nueva Carta Magna deben
incorporar las particularidades locales, la forma de ser de cada ciudadano y
región de nuestro territorio.
¿Necesitamos en México una nueva Constitución?
Viniendo de Cárdenas, el alegato es sumamente sugerente. Basta con verlo y
escucharlo para saber que conserva lucidez y argumentos que la edad (nació en
1934) no ha mermado, sino al contrario, parece haber incrementado con una vida
pública llena de vivencias intensas.
Concuerdo con la conveniencia de una nueva Constitución
que refleje el México de hoy y que elimine hasta donde sea posible la avalancha
de reformas hechas al texto constitucional desde 1917.
Mi reserva al respecto viene de otro tipo de
consideraciones: ¿estamos preparados los mexicanos de hoy, de este siglo 21,
para dotarnos de una Constitución moderna, realista y de principios? ¿Es
suficiente nuestra cultura política actual para comprender la importancia de
una nueva Carta Magna?
En fin, ¿seríamos capaces de dejar que una Asamblea Constituyente
funcione como tal y no como instrumento de los intereses políticos de partidos,
grupos e individuos poderosos? ¿Cuál es nuestro verdadero nivel de desarrollo
político, cuando nos cuesta tanto trabajo obedecer las leyes?
No pude evitar, al escuchar a Cárdenas, que mi memoria
reviviera la elección presidencial de 1988 (30 años atrás) en la cual muchos
pensábamos que Cuauhtémoc era el candidato ganador hasta que nos dijeron que “se
cayó el sistema”, según la clásica frase atribuida a Manuel Bartlett, entonces
Secretario de Gobernación encargado de operar y calificar las elecciones.
Ante la aguda polarización que México vive hoy, dividido
en bandos políticos irreconciliables, preso de un lenguaje excluyente e
insultante entre los grupos y personajes políticos, tengo que hacer un esfuerzo
supremo de imaginación para saber cómo sería posible llevar a la práctica el
proyecto de una nueva Constitución para México.
¿Encabezaría Cárdenas, con su autoridad moral
incuestionable, el proceso? ¿Se lo permitiría la edad? ¿Haría el Ingeniero una
última aportación a su Patria?
No veo hoy a nadie más con su nivel y prestigio que
pudiera hacerlo. Tal vez se pierda la oportunidad, como ocurrió en los 90 tras
el llamado de Acosta Romero que cayó como voz en el desierto: México tendrá que
esperar por tiempos mejores; quizá hoy -como entonces- no está la Magdalena
para tafetanes.
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