domingo, junio 11, 2017

¿Por qué pensar hoy en el Che?

Fuente: fotografía propia.
 Por Rogelio Ríos Herrán

De inmediato salta a la lengua, al leer el título de este texto, que la respuesta es ante todo generacional: porque el Che, su realidad y su leyenda, llenaron las vidas de varias generaciones de latinoamericanos que vivieron la época en la cual la Revolución Cubana era uno de los temas centrales de las discusiones ideológicas y políticas.

México no fue la excepción y no quedó fuera de la enorme seducción política e ideológica que la saga de los revolucionarios cubanos, con Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos ejerció sobre nuestro país.

No habría entonces necesidad de justificar una reflexión sobre el Che, sus aciertos y errores, de no ser porque el abismo generacional que nos separa de las hazañas de los guerrilleros cubanos en la Sierra Maestra en los años 50 es ya tan grande que, fuera de la clásica foto del rostro del Che y su boina que se ha vuelto el sello de su identidad, no se recurre a Ernesto Guevara para nada más.

Por eso me resultó tan grata y sorpresiva la relectura de un librito de Andrew Sinclair (novelista e historiador británico) que tenía medio perdido en mi biblioteca y que había leído allá en mis lejanos veintes.

Presentado por Sinclair, el Che vuelve a ser una persona de carne y hueso, ideológicamente obstinado, duro y renuente a dejar la lucha revolucionaria para colaborar como funcionario en el gobierno castrista una vez consumada la derrota de Fulgencio Batista.

Las generaciones actuales de latinoamericanos no lo han vivido con la misma intensidad, pero la encendida discusión sobre la vía armada o la vía institucional para que las fuerzas progresistas accedieran al poder y transformaran los corruptos gobiernos latinoamericanos en instituciones al servicio de los pueblos fue un tema presente en la vida de todos los interesados por la vida política en los 60 y 70 en México.

No lo es tanto ahora en nuestros días quizá porque los avances en la vía de la democracia institucional han sido grandes en países como México o en otras naciones con pasados de autoritarismo y juntas militares (Argentina, Chile y Brasil), por lo que el debate entre seguir la vía institucional o la vía armada parece ya completamente superado en favor de la primera vía.

Fuente: Google.com
Lo me sacudió totalmente, sin embargo, al leer a Sinclair fue que si bien el mundo de la Guerra Fría en el cual se dio la Revolución Cubana ya quedó atrás, los problemas mundiales solamente parecen haber cambiado de corte de pelo, no de esencia: la dominación política y militar de las potencias sobre el resto del mundo, la persistencia de las “zonas de influencia” que las grandes potencias se atribuyen arbitrariamente, las enormes desigualdades entre los países desarrollados y los que ahora -ya se ve- seguirán llamándose en desarrollo por toda una eternidad, pues no encuentran el camino que los lleve al progreso.

Finalmente, vemos la transición mundial hacia una economía globalizada que ha sumado nuevos actores económicos en personajes o empresas de nivel y poderío colosales, pero en cuyas prioridades no incluyen el cuidado del medio ambiente (el cambio climático) ni la solución a la pobreza, las enfermedades y las guerras que provocan millones de desplazados y refugiados en el mundo, además de los cientos de miles de vidas que cobran cada año.

Si el mundo ha cambiado mucho, pero no ha transformado casi en nada la eterna dominación de los poderosos sobre los débiles, ahí entra la actualidad del Che Guevara. Ámelo u ódielo, el punto es que su propuesta del enfrentamiento duro contra los “explotadores”, “imperialistas” y “dominadores”, por emplear el lenguaje marxista de los 60, no ha perdido su vigencia ante el rostro del mundo actual, sino que más bien los reflectores de la opinión pública no la iluminan.

Es decir, el mundo sigue siendo un lugar duro e injusto con la gran mayoría de la población mundial. Sin salidas, sin opciones de vida, el recurso a las armas (sean revolucionarias o criminales) sigue siendo una opción más atractiva para los oprimidos, en detrimento de los llamados a seguir las vías institucionales y el camino de la democracia. 

“La victoria armada del pueblo cubano… ha demostrado de forma tangible que por medio de la guerrilla un pueblo puede liberarse del gobierno que lo oprime”, escribió Guevara en su obra “La Guerra de Guerrillas”.

Para el Che, escribe Sinclair, “el guerrillero es mucho más de lo que aparentemente puede creerse. Es un reformador social que toma las armas en nombre del pueblo y lucha por el derrocamiento de un régimen… Debe mostrar asimismo una enorme consideración hacia las poblaciones civiles y sus costumbres, para probar así su superioridad moral sobre el ejército”.

Si bien el gobierno de Batista era el enemigo inmediato, para el Che había otro adversario de mayor talla contra el cual la lucha sería tan intensa como duradera: el subdesarrollo económico, el viejo compañero de los países latinoamericanos.

Sobre el subdesarrollo, escribió el Che que “un enano de enorme cabeza y pecho poderoso está subdesarrollado si tenemos en cuenta que sus débiles piernas y sus cortos brazos no corresponden al resto de su anatomía… Nuestros países poseen economías falseadas por la política imperialista que ha desarrollado anormalmente los sectores industriales y agrícolas de manera que éstos fueran complementarios de su economía”.

“El subdesarrollo o falso desarrollo”, agrega, “conduce a una peligrosa especialización en las materias primas que mantiene a todos los pueblos bajo la amenaza del hambre… Un producto único, cuya venta incierta depende de un mercado único que impone y fija las condiciones, es el mejor instrumento para la dominación económica imperialista, pues pone en práctica el viejo refrán: divide y vencerás”.

La actividad de reformadores sociales y vencer al subdesarrollo siguen siendo demandas tan vigentes hoy como en los años 60. Si esos reformadores son como el Che Guevara y caminan por la vía de las armas ya es otra cosa, pero mi punto es que no deja de ser una discusión vigente sobre un tema eterno: ¿Qué hacer cuando los gobiernos y las clases gobernantes son corruptas, incompetentes, antidemocráticas y no permiten el desarrollo de una democracia razonablemente sana? 

¿Cómo enfrentarse a un muro autoritario, insensible, que no abre caminos ni permite salidas a una situación política y económica insostenible para millones de personas que la padecen directamente en sus peores efectos? ¿Seguir por la vía institucional a todo costo? ¿O tomar las armas, también a todo costo?

Traigamos este debate de los años 60 al 2017, reconsideremos al Che y a Fidel, a Cuba y Nicaragua sandinista, lo que fueron sus revoluciones y lo que son ahora sus gobiernos, critiquemos y revisemos con dureza sus aciertos y errores, pero no dejemos que los jóvenes de ahora se sientan sin opciones políticas ni que crean que todas las puertas están cerradas, que su interés y conciencia social no decaigan, que no recuerden al Che solamente en un póster colgado en la pared, sino como un personaje cuya vida nos sirve de referencia para entender y debatir sobre el mundo de hoy.

Coincido con la conclusión de Sinclair de que “la historia considerará probablemente a Guevara como el Garibaldi de su época, el revolucionario más admirado y querido de su tiempo. La influencia de sus ideas sobre el socialismo y el desarrollo de la guerrilla puede ser temporal, pero su influencia, particularmente en América Latina, será imperecedera. Porque desde Bolívar no ha existido un hombre con un ideal tan grande de unidad para el continente dividido y explotado. Los jóvenes encontrarán otros héroes, pero ninguno más evocador y las consecuencias de su muerte comienzan a sentirse en los trastornos y transformaciones sociales que nos rodean”.

rogelio.rios60@gmail.com

FUENTE: Andrew Sinclair. Guevara. México, DF: Ediciones Grijalbo, 1973, 153 pp.



  

viernes, junio 09, 2017

Un nuevo Coahuila

Fuente: Google.com
Por Rogelio Ríos Herrán

No dio “certeza” alguna en Coahuila la actuación del Instituto Electoral Coahuilense (IEC), por su lentitud e incapacidad de proporcionar resultados preliminares confiables ni, mucho menos, informar de un resultado final que contradijo lo que inicialmente señalaba el conteo preliminar: la ventaja de Guillermo Anaya (candidato panista) sobre Miguel Riquelme (candidato priista).

Miguel Riquelme (candidato de la coalición Por un Coahuila Seguro que agrupa a PRI, Partido Verde, Nueva Alianza, Partido Campesino Popular, Partido de la Revolución Coahuilense, Partido Joven y el Socialdemócrata Independiente), resultó ganador, según el IEC, por una diferencia de 2.44 por ciento de votos sobre Guillermo Anaya (de la coalición Alianza Ciudadana por Coahuila conformada por el PAN, Unidad Democrática de Coahuila, Partido Primero Coahuila y Partido Encuentro Social): 482, 891 votos priistas contra 451, 032 votos panistas.

Se viene un conflicto electoral intenso, si se cumplen las intenciones del Frente por la Dignidad de Coahuila (conformado por las candidatos del PAN, Morena, PT y dos independientes): dar la batalla legal para anular la elección del 4 de junio; llamar a movilizaciones de protesta en Saltillo; y, según propuesta de Armando Guadiana (candidato de Morena), convocar a una alianza con el PAN para que los panistas defiendan a Delfina Gómez (candidata de Morena en el Estado de México) y los morenistas hagan lo propio con su defensa de Guillermo Anaya, el candidato panista coahuilense, propuesta que no ha sido confirmada por Ricardo Anaya, líder nacional panista.

El posicionamiento del Frente es contundente: “Ningún ciudadano que crea en la legalidad y la democracia puede reconocer el resultado del cómputo de votos de un instituto electoral (IEC) que no hizo más que ser cómplice y ayudar al PRI para lograr un robo más a los coahuilenses, su gran botín que es la gubernatura del estado” (El Universal: “Opositores buscan anular los comicios”, 9 de junio 2017).

La cuestión se complica todavía más para la coalición ganadora por la recomposición que se prevé en el Congreso coahuilense. Aunque no hay todavía en este momento cifras definitivas, el PRI podría perder la mayoría legislativa ante los partidos de la coalición derrotada, una situación de voto dividido que sería inédita en Coahuila (Vanguardia: “La 61 Legislatura en el estado podría ser la primera con mayoría de diputados de partidos distintos al PRI”, 9 de junio 2017).

Hasta el momento, según medios coahuilenses, por mayoría relativa habría al menos seis diputados del PAN, tres de la Unidad Democrática de Coahuila y siete del PRI, restando nueve curules (para un total de 25) a definirse por representación proporcional.

Aun cuando se confirme el triunfo de Riquelme y el Frente opositor no pudiera lograr la anulación de las elecciones, nada alterará lo que sería un nuevo horizonte coahuilense: el PRI pierde fuerza, aun si retiene la Gubernatura, ante la evidencia de lo magro y cuestionado de su triunfo y de que la cerrada votación reflejó que los coahuilenses apoyan un cambio de rumbo en la política estatal para concluir la era de los Moreira, quienes dejarán un legado sumamente cuestionado por los coahuilenses y el resto de México.

Una plaza tan importante como la de Torreón, ciudad pujante en el comercio y la industria, decidió por el voto de sus habitantes mantenerse para la coalición opositora. Y si al arrancar la 61 Legislatura (en enero del 2018) se mantiene la pérdida de la mayoría legislativa del PRI, Riquelme tendrá que enfrentar un panorama político en donde, como punto de partida, debe considerar que los coahuilenses han hablado y lo han hecho con claridad: no más corrupción, no más complicidades y no más dinastías en la Gubernatura, ¿serán realmente escuchados?

rogelio.rios60@gmail.com



martes, junio 06, 2017

USA: Son las drogas...


Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán
  
Cuando las prioridades de los gobernantes están de cabeza, se ven enemigos fuera de casa, pero no se reconocen los que habitan en ella.

Mientras Washington persigue obsesivamente a “terroristas islámicos” alrededor del mundo, crece como epidemia la adicción a las drogas entre los propios estadounidenses.

El año 2016 marcó un récord triste para Estados Unidos: la cifra de muertes por sobredosis de drogas dio un salto respecto al 2015 para llegar a más de 59 mil decesos (de 52 mil 404 ocurridos el año anterior), algo nunca registrado en ese país, según estimaciones de The New York Times.

Se calcula en 2 millones la cifra de adictos a los llamados “opioides” (medicamentos originalmente diseñados para aliviar el dolor): la heroína, el fentanyl (50 veces más potente que la heroína y 100 veces más poderoso que la morfina) y sus similares como el carfentanil, un tranquilizante para elefantes (sí, para elefantes) cuya potencia es 5 mil veces superior a la heroína, imagínense lo que puede hacer en el cuerpo humano.

Otros 95 millones de estadounidenses recurrieron a analgésicos con receta el año pasado (número mayor al de los consumidores de tabaco), por lo cual el panorama de las adicciones para 2017 no se ve nada esperanzador.

El problema no es estrictamente estadounidense, pues la demanda de drogas para consumir en Estados Unidos tiene un impacto global: la mayoría del fentanyl que se consume en Estados Unidos, por ejemplo, se fabrica, frecuentemente de manera legal, en China, de donde se embarca a organizaciones criminales en México y Canadá para ser contrabandeado a territorio estadounidense. Para los narcotraficantes, el rendimiento de un kilogramo de fentanyl comprado en China por 4 mil dólares puede llegar hasta los 1.6 millones de dólares una vez que se vende en las calles, según estimaciones de la revista The Economist.

Un gran cambio en la manera de abordar este grave problema sería el de enfocarlo primordialmente como un tema de salud pública, es decir, del lado de las adicciones: cómo prevenirlas, pero además cómo ayudar a quienes luchan contra su adicción a drogas sintéticas tan destructivas que matan ya a casi 60 mil estadounidenses al año, además de los que mueren a consecuencia del abuso prolongado de drogas.

¿Cómo es posible que no esté en primer plano en la opinión pública estadounidense, en su Congreso, Casa Blanca y Suprema Corte el saldo de esta guerra cuyas muertes por sobredosis -nada más en 2016- es similar al de todos los soldados americanos caídos en Vietnam?

Hablar de miles de muertos, manejar estadísticas y tendencias no debe alejarnos de la cara más oscura del consumo de drogas: la red que atrapa a una persona, como a una mosca en la telaraña, y no la suelta hasta que destroza su vida o muere.

Cada historia personal perdida, el dolor de sus familias y amigos, la devastación de pueblos enteros en la Unión Americana que se quedan sin jóvenes o personas aptas para el trabajo al caer en las adicciones, eso no se contabiliza en las estadísticas, pero su impacto es suficiente para rasgar en sus cimientos a una sociedad entera, ¿qué van a hacer al respecto sus gobernantes? ¿Seguirán el mismo camino o cambiarán el rumbo?

rogelio.rios60@gmail.com

Fuentes:

New York Times: “Drug Deaths in America are raising faster than ever”, Josh Katz, 5 de Junio, 2017

The Economist: “Fentanyl is the next wave of America´s opioid crisis”, 20 de Mayo, 2017.









lunes, junio 05, 2017

TIMÓN SIN RUMBO

Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

No sé qué tanto contribuyen las campañas electorales -al estilo mexicano- al avance de la democracia. Nadie en su sano juicio en México cree que las campañas de proselitismo de los candidatos, la votación, el conteo de votos y los inevitables conflictos poselectorales que se dirimen en los tribunales nos hagan un mejor país, políticamente hablando.

La opción no es dejar de celebrar elecciones, ni renunciar a la democracia representativa, por supuesto. Lo que no dejo de preguntarme es que si, en efecto, queremos una democracia, ¿a qué precio la conseguiremos? ¿Llegaremos al punto de la degradación total de la vida pública con tal de seguir manteniendo un sistema electoral sumamente costoso en un país cuya mitad de la población, por lo menos, vive en el nivel de pobreza?

¿Cuántas campañas electorales más como la que vivimos en el Estado de México aguantará este país? ¿Hacia qué rumbo va el sistema político en su conjunto que no sea el de la anarquía y la desaparición en la práctica de los poderes y la presencia del Estado?

El gasto tan elevado de recursos públicos en el sistema de partidos y en la organización y calificación de las elecciones es inaceptable en vista de los resultados que producen: con cada elección, en lugar de disminuir, crece el escepticismo de los ciudadanos ante el lamentable espectáculo de dispendio, corrupción y trinquetes en que se han convertido las campañas electorales.

Ni siquiera al abstencionismo se ha derrotado cabalmente. El mal mexicano de la baja participación de los ciudadanos en las votaciones sigue presente, en mayor o menor grado, en cada jornada electoral.

Los candidatos ganadores, desde los alcaldes hasta el Presidente de la República, llegan al poder con una representatividad muy cuestionable: sigue sin votar la mayoría de los mexicanos; los que votan, además, no alcanzan para conferir a los candidatos ganadores una legitimidad plena ni para reforzar la gobernabilidad de todo el sistema político, la cual hoy está por los suelos.

Si lo que pasó en el Estado de México, en donde para apoyar al candidato ganador priista se volcaron todo tipo de recursos públicos y privados, es una probadita de lo que viene en la elección presidencial del 2018, entonces no se augura otro escenario que el desastre.

Las probabilidades de que la sociedad rechace en su conjunto y sin distinciones a la clase política entera se elevan con cada caso de corrupción que se descubre, con cada golpe del narcotráfico a las fuerzas armadas del Estado, con cada ocasión en que el mexicano común y corriente se topa con una burocracia voraz que no hace más que sacarle como sea el poco dinero que le queda después de haber padecido a los delincuentes.

Si eso no se ve desde las alturas del poder, tanto peor para los gobernantes. El peligro de un rompimiento social generalizado, de una vuelta al México dividido y enfrentado del siglo 19, está latente. Desactivarlo es tarea de todos, no solo de quienes nos gobiernan, porque si se derrumba el Estado se desintegra la sociedad.

Hay demasiado en juego para los ciudadanos como para no esforzarnos para que las cosas cambien. Si en el timón de México siguen fijando el rumbo los políticos de siempre con sus costumbres de toda la vida, vamos al naufragio. Todavía estamos a tiempo de evitar una catástrofe nacional.

rogelio.rios60@gmail.com



domingo, junio 04, 2017

VIDAS SEPARADAS

Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

No solamente un hombre y una mujer cuyo matrimonio está en desintegración viven sus vidas aparte, aunque sea bajo el mismo techo. Así también lo hacen los gobernantes y los ciudadanos: bajo el mismo techo, pero con un abismo de distancia entre ellos.

Cada jornada electoral de importancia, como la que hoy se vive en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz, se convierte en uno de esos raros puntos de encuentro de políticos y ciudadanos en las urnas, como si los días de distanciamiento matrimonial fueran a dar paso a una reconciliación afectuosa.

Pero la ilusión dura poco. No bien transcurrirá el domingo electoral, cuando el lunes volvamos a la realidad del abismo de separación entre sociedad y gobierno. Puede ser que en Edomex incluso resulte ganador un gobierno de alternancia al PRI, pero de todas maneras quienes ganen se volcarán sobre su tarea de gobierno que inevitablemente los empezará a alejar de los ciudadanos en cuyo nombre gobiernan.

No es ésa una ley fatal, ni mucho menos, pero la experiencia de la vida pública mexicana así lo ha puesto en evidencia. Más allá de las urnas y los días de votación, no hay casi puntos de encuentro de los ciudadanos con sus funcionarios. No es solamente cuestión de nombrarse “independientes” los candidatos o gobiernos en funciones, ni se agota el asunto en incorporar de alguna manera o de otra a ciudadanos como consejeros de las tareas públicas.

Lo que no hemos podido lograr plenamente desde 1997, año que marcó el inicio de la transición democrática en México cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso de la Unión, es que tanto gobernantes como ciudadanos no se observen desde banquetas opuestas de la calle, sino que caminen juntos por la misma vereda.

Es decir que, junto con la transmisión del poder a través de sus votos, los ciudadanos transfirieran igualmente sus esperanzas y anhelos, los problemas que los angustian, sus intereses inmediatos de una vida más segura en sus casas y calles, el sueño de un país en donde se pueda prosperar y no meramente sobrevivir en el día a día.

Desde las calles, entre la gente, rodeado de servicios públicos deficientes, burocracia mal encarada, policías que no protegen y transporte público caro y malo, el ciudadano observa -cuando atina a levantar la vista- en las alturas celestiales a una clase política que vive, literalmente, en otro mundo en el cual se diluyen los llamados de los ciudadanos hasta hacerse inaudibles.

Aun con elecciones confiables, cuyos resultados no son cuestionados en lo esencial, dos décadas de transición democrática no nos han podido llevar a una nueva cultura política en donde impere la legalidad y realmente se gobierne con el interés público en mente.

No llegan los gritos desde la tribuna a la cancha del poder. Los gobernantes se enfrascan en sus juegos políticos, en sus disputas y acusaciones, mientras en las gradas el público mejor abandona el estadio ante la lamentable calidad del espectáculo que se le ofrece.

Que los sistemas electorales nos llevan con frecuencia a callejones sin salida al llegar al poder candidatos ineptos y detestables, es algo bien sabido, son los riesgos de las elecciones cuando el abanico de opciones no deja alternativa alguna.

Pero que el sistema político en su conjunto (gobernantes e instituciones) pierda contacto con la realidad de la vida de los millones de mexicanos a quienes supuestamente gobierna, es una verdadera tragedia que deberíamos estar debatiendo públicamente a la vez que acudimos a las urnas con todo nuestro escepticismo a cuestas: ¿por qué no nos satisface la política? ¿Viviremos siempre frustrados con ella?


Un matrimonio en desintegración no será salvado más que por el resurgimiento del amor y la comprensión por sobre las desavenencias de la pareja. Lo que urge ante el escenario de la tremenda descomposición de la vida pública mexicana por la corrupción y la violencia es ver cómo puede darse esa “reconciliación” entre gobernantes y gobernados, cómo podría reconquistar la clase política “el amor” de los mexicanos antes de que sea demasiado tarde y los echen a patadas a la calle con todo y tiliches, ¿de veras no se dan cuenta de eso?

rogelio.rios60@gmail.com

Una visita a CDMX

Por Rogelio Ríos Herrán  Todo estaba planeado para pasar Paty y yo un domingo perfecto el 21 de abril en una visita de pisa y corre, de viaj...