domingo, junio 04, 2017

VIDAS SEPARADAS

Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

No solamente un hombre y una mujer cuyo matrimonio está en desintegración viven sus vidas aparte, aunque sea bajo el mismo techo. Así también lo hacen los gobernantes y los ciudadanos: bajo el mismo techo, pero con un abismo de distancia entre ellos.

Cada jornada electoral de importancia, como la que hoy se vive en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz, se convierte en uno de esos raros puntos de encuentro de políticos y ciudadanos en las urnas, como si los días de distanciamiento matrimonial fueran a dar paso a una reconciliación afectuosa.

Pero la ilusión dura poco. No bien transcurrirá el domingo electoral, cuando el lunes volvamos a la realidad del abismo de separación entre sociedad y gobierno. Puede ser que en Edomex incluso resulte ganador un gobierno de alternancia al PRI, pero de todas maneras quienes ganen se volcarán sobre su tarea de gobierno que inevitablemente los empezará a alejar de los ciudadanos en cuyo nombre gobiernan.

No es ésa una ley fatal, ni mucho menos, pero la experiencia de la vida pública mexicana así lo ha puesto en evidencia. Más allá de las urnas y los días de votación, no hay casi puntos de encuentro de los ciudadanos con sus funcionarios. No es solamente cuestión de nombrarse “independientes” los candidatos o gobiernos en funciones, ni se agota el asunto en incorporar de alguna manera o de otra a ciudadanos como consejeros de las tareas públicas.

Lo que no hemos podido lograr plenamente desde 1997, año que marcó el inicio de la transición democrática en México cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en el Congreso de la Unión, es que tanto gobernantes como ciudadanos no se observen desde banquetas opuestas de la calle, sino que caminen juntos por la misma vereda.

Es decir que, junto con la transmisión del poder a través de sus votos, los ciudadanos transfirieran igualmente sus esperanzas y anhelos, los problemas que los angustian, sus intereses inmediatos de una vida más segura en sus casas y calles, el sueño de un país en donde se pueda prosperar y no meramente sobrevivir en el día a día.

Desde las calles, entre la gente, rodeado de servicios públicos deficientes, burocracia mal encarada, policías que no protegen y transporte público caro y malo, el ciudadano observa -cuando atina a levantar la vista- en las alturas celestiales a una clase política que vive, literalmente, en otro mundo en el cual se diluyen los llamados de los ciudadanos hasta hacerse inaudibles.

Aun con elecciones confiables, cuyos resultados no son cuestionados en lo esencial, dos décadas de transición democrática no nos han podido llevar a una nueva cultura política en donde impere la legalidad y realmente se gobierne con el interés público en mente.

No llegan los gritos desde la tribuna a la cancha del poder. Los gobernantes se enfrascan en sus juegos políticos, en sus disputas y acusaciones, mientras en las gradas el público mejor abandona el estadio ante la lamentable calidad del espectáculo que se le ofrece.

Que los sistemas electorales nos llevan con frecuencia a callejones sin salida al llegar al poder candidatos ineptos y detestables, es algo bien sabido, son los riesgos de las elecciones cuando el abanico de opciones no deja alternativa alguna.

Pero que el sistema político en su conjunto (gobernantes e instituciones) pierda contacto con la realidad de la vida de los millones de mexicanos a quienes supuestamente gobierna, es una verdadera tragedia que deberíamos estar debatiendo públicamente a la vez que acudimos a las urnas con todo nuestro escepticismo a cuestas: ¿por qué no nos satisface la política? ¿Viviremos siempre frustrados con ella?


Un matrimonio en desintegración no será salvado más que por el resurgimiento del amor y la comprensión por sobre las desavenencias de la pareja. Lo que urge ante el escenario de la tremenda descomposición de la vida pública mexicana por la corrupción y la violencia es ver cómo puede darse esa “reconciliación” entre gobernantes y gobernados, cómo podría reconquistar la clase política “el amor” de los mexicanos antes de que sea demasiado tarde y los echen a patadas a la calle con todo y tiliches, ¿de veras no se dan cuenta de eso?

rogelio.rios60@gmail.com

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