martes, marzo 26, 2024

Amenaza la violencia a las elecciones?



Por Rogelio Ríos Herrán 

No recuerdo una Semana Santa reciente, por lo menos en la última década, con tantos eventos violentos como la de este 2024 y con la evidente negligencia de las autoridades de todos niveles en el territorio mexicano. 

Vivo en Nuevo León y me entero de una docena de cuerpos de personas asesinadas y tiradas en Pesquería, además de la cuota diaria de homicidios en la zona metropolitana. 

Leo las noticias sobre extorsiones en Cuautla, Morelos, que afectan a casi toda su población. Enfrentamientos violentos entre criminales y más cuerpos de personas asesinadas en Chiapas, secuestro de más de 60 personas en Culiacán. 

Guerrero ya es nombrado por los analistas como un estado controlado por el crimen organizado, no se diga Michoacán, cuyos transportistas tienen que pagar una “cuota” a los criminales por cada camión de carga de productos agrícolas que envían a los mercados. 

La lista de atentados y asesinatos a candidatos en campaña, de varios partidos políticos, crece día a día en tanto los demás candidatos hacen como si no pasara nada y continúan en sus campañas en una especie de mundo surreal (ilusorio) que se sobrepone al mundo real. 

Justamente en los días del año, la Semana Santa para los católicos, en que el tiempo se presta para una reflexión interna, la búsqueda de equilibrio espiritual y la promesa de esforzarnos por ser mejores personas, de estar bien con Dios (por lo menos para quienes no piensan solamente en salir de vacaciones), la violencia ha secuestrado a los mexicanos. 

La preocupación sobre cómo afectan la violencia criminal y la negligencia del gobierno federal a las elecciones generales de junio sería una preocupación secundaria o irrelevante para quienes son las víctimas directas de ella. 

Pero no es posible, para la sociedad en su conjunto, seguir ignorando lo evidente: ¿qué clase de elecciones vamos a tener los mexicanos en medio de la violencia extrema que padecemos?  

Otra pregunta precede a la anterior: ¿En qué momento hemos normalizado la violencia? De veras, ¿es lo más natural del mundo que las personas desaparezcan y no se vuelva a saber de ellas hasta ser encontradas en fosas clandestinas? 

¿No debemos los mexicanos preocuparnos por la perspectiva de que, gane quien gane la presidencia de la república, las gubernaturas, las alcaldías y el Congreso federal, no tendrá autoridad alguna en un país ingobernable? 

Para el récord, comparto con ustedes la definición de violencia de la Organización Mundial de la Salud: 

Violencia es “el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daño psicológico, problemas de desarrollo o la muerte.” (Ver la entrada “Violencia” en Wikipedia). 

No solamente percibo que los ciudadanos mexicanos estamos indefensos ante el crimen organizado, la situación incluye a las autoridades que son incapaces de enfrentar a los criminales o actúan en complicidad con ellos. 

Todavía hace poco más de una década, cuando los años violentos de 2010 y 2011, escuchaba a analistas, amigos y conocidos compartir la creencia de que, a pesar de todo, el Ejército era el “último bastión de defensa” ante los criminales, con lo cual se justificaba la militarización que ya avanzaba en México. 

Más de diez Semanas Santas después, ya nadie me dice que los militares son la “última defensa” ante los criminales, pero lo que sí avanzó con el actual gobierno de López Obrador fue la militarización. 

¿Ya no hay “última defensa”, entonces?  

Cuando lo que se ha intentado no funciona, sólo queda la fe de las personas para sostener su esperanza: aparecerá la hija desaparecida, regresarán con vida el hijo o el hermano secuestrados, ya no vendrá el criminal cada mes por su “cuota” al negocio familiar, no habrá más balas perdidas que maten a los niños en las calles. 

Sí, la fe que mueve montañas. 

No sé qué va a pasar el 2 de junio, pero si la tendencia actual se mantiene los votantes y candidatos estarán bajo un riesgo grave ante la violencia. No ignoremos la amenaza del crimen organizado. 

Aprovechemos la Semana Santa para reforzar nuestras reservas de fe: la vamos a necesitar. 

martes, marzo 19, 2024

Vladimir Putin: el espejo ruso

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

Sin candidatos alternativos de oposición o independientes, sino entre puros candidatos afines al gobierno ruso, no es raro que Vladimir Putin haya ganado las “elecciones” (de alguna manera hay que nombrarlas) culminadas el 17 de marzo en una rara combinación: obtuvo el 87 por ciento del voto o 76 millones de votos (contra el 4 por ciento de su competidor más cercano), cifra casi igual al 86 por ciento de aprobación que algunas encuestas señalan entre la población.  

El universo de votantes rusos fue de 114 millones y la participación ascendió al 77 por ciento, según datos de la agencia Reuters, ambas cifras las más elevadas en la Rusia post soviética. Una verdadera avalancha electoral. 

¿Le parece engañosa la avalancha? Lo es en varias maneras que nos pueden servir de lección si las observamos desde México, en donde el gobierno de López Obrador y su partido oficialista MORENA han mostrado una enorme simpatía por el líder ruso Putin.  

Paul Sonne, corresponsal internacional en Europa del New York Times recogió en una nota del 18 de marzo (“Elecciones en Rusia: qué dicen los resultados del respaldo a Putin”, 18/03/2024, nytimes.com) varias opiniones de especialistas sobre por qué, a pesar de la guerra de agresión rusa a Ucrania y la muerte de decenas de miles de jóvenes soldados rusos, y no obstante la ausencia de candidatos opositores fuertes, es engañosa la victoria de Putin: 

  1. “Las cifras que aparecen en las encuestas de Rusia no significan lo que la gente cree que significan... porque Rusia no es una democracia electoral, sino una dictadura en tiempos de guerra” (Aleksei Minyailo, activista de Moscú y cofundador de Chronicles, encuestadora e investigadora independiente). 

  2. En una encuesta elaborada a fines de enero por Chronicle, más de la mitad de los encuestados se declararon partidarios de restablecer relaciones con los países de Occidente, pero sólo un 28 por ciento respondió que Putin las restablecería. Aproximadamente un 58 por ciento se declaró a favor de una tregua con Ucrania, pero sólo 29 por ciento estimó que Putin estaría de acuerdo con la tregua. “Vemos que los rusos quieren cosas distintas de las que esperan de Putin. Probablemente, si tuvieran algún tipo de alternativa, podrían tomar una decisión diferente”, expresó Minyailo. 

  3. “Se puede argumentar de forma compleja porqué esta guerra (la agresión rusa a Ucrania) va muy en contra de los intereses de Rusia, y esa parte del espectro está ausente. Ahora está ocurriendo en el exilio, y el gobierno está erigiendo muchos obstáculos para que la gente no acceda a este contenido”, señaló Alexander Gabuev, quien dirige el Centro Carnegie Rusia Eurasia. La oposición es “algo realmente poco atractivo, más para los de fuera que para la mayoría”, agregó. 

  4. Candidatos derrotados: Nicolai Karitonov, comunista (4.3 por ciento); Vladislav Davankov, partido Gente Nueva, 3.9 por ciento; Leonid Slutsky, Partido Demócrata Liberal, (3.2 por ciento). Dos candidatos bloqueados que se oponían a la guerra en Ucrania: Boris Nadezhdin y Yekaterina Dunstsova, según datos de la agencia Reuters.  

  5. Regiones con mayor votación favorable a Putin: la región del Cáucaso Norte en Chechenia y Daguestán; el Donetsk y Luhansk, las regiones ucranianas controladas por Rusia, según Reuters. 

  6. “Los profundos depósitos de inercia social, apatía y atomización, son la verdadera fuente del poder de Putin. Muchos rusos no tienen un marco más completo para pensar sobre ciertos temas porque no hay debate público”, dijo Alexander Gabuev al New York Times. 

  7. “La narrativa del Estado ha generado esta idea de que es Rusia contra todos los demás. Es muy importante esta narrativa de estar bajo asedio. La gente no es capaz de concebir una alternativa” afirmó al New York Times Katerina Tertytchnaya, profesora de política comparada en la Universidad de Oxford. 

Ni qué decir de la inequidad del terreno electoral en Rusia y de la fuerte vigilancia y represión del gobierno ruso sobre partidos opositores, activistas (Alexander Navalni) y ciudadanos que se atreven a alzar sus voces críticas en Moscú y en las principales ciudades rusas. 

No resulta ajena esta situación a los mexicanos de mi generación que recordamos cómo eran las elecciones antes de la transición democrática iniciada en los años 90: dirigidas desde el gobierno, dominadas por un partido oficial que ganaba casi todos los puestos de elección y por la apatía de los ciudadanos que no encontraban motivación en participar en elecciones arregladas para las victorias por avalancha, estilo Putin, para sus candidatos preferidos. 

No nos veamos en el espejo ruso. Defendamos a nuestra “frágil democracia” (como la nombra José Woldenberg) del autoritarismo del presidente López Obrador, Morena, y su asalto al régimen democrático. 

Ver la nota de Paul Sonne en The New York Times:

sábado, marzo 16, 2024

La salud del Rey en Palacio

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

No tiene nada de privado el estado de salud física y mental de un gobernante, en vista de que sus decisiones repercuten directamente en las vidas de millones de ciudadanos y en la condición general del Estado. 

Por sobre cualquier otra consideración, el principio de máxima publicidad debe prevalecer sobre el derecho a la privacidad de cada paciente en el caso de los presidentes, reyes y primeros ministros. Y, si me apuran, extendería la aplicación del principio a miembros del gabinete, diputados, senadores, jueces y magistrados. 

En México sigue siendo un tabú hablar de la condición física y mental del presidente de la república. El caso de Andrés Manuel López Obrador no es la excepción: sabemos que tuvo un infarto agudo al miocardio en el año 2013 suficientemente grave como para haberlo retirado de la vida pública, pero ¿cuál es su condición en 2024? ¿Está física y mentalmente apto para gobernar? 

Dos casos recientes sobre la salud de los gobernantes sirven de contexto a lo que afirmo: 

  1. El Rey Carlos III de Inglaterra anunció en febrero que padece de cáncer (no especificado) y que se sometería a tratamiento médico para contenerlo, lo cual lo obligaría a disminuir o suspender su vida pública durante algunas semanas. Esta noticia me sorprendió por el aplomo y la sinceridad del rey inglés al dirigirse a su pueblo y al mundo. Coincido con la escritora Miranda Carter cuando escribió en el New York Times que “lo más sorprendente de la revelación de que el Rey Carlos III fue diagnosticado con cáncer, tras menos de dos años en el trono, es el hecho de que se haya dado a conocer... un rey en el poder siempre ha sido la encarnación del Estado, una metáfora viviente de su salud... cuando tu cuerpo es el Estado, ¿cómo hablas de su inevitable fragilidad y debilidad? Históricamente, no se hace”. No se hace, pero el Rey Carlos se atrevió a hacerlo público y a enfrentar las consecuencias. Bien por él. 

  2. “Es un hombre viejo bien intencionado con una memoria pobre”, es la frase con la que fiscal especial Robert K. Hur se refirió al presidente Joseph Biden en su reporte sobre una investigación que realizó por posible manejo inadecuado de documentos confidenciales. La frase casual y excesiva –nada qué ver, diríamos en México- en una investigación judicial que no abordaba la salud del presidente Biden, se sumó a la polémica sobre la condición física y mental de los dos candidatos presidenciales en la contienda presidencial: Biden (octogenario) y Trump (septuagenario). Antes de eso, la Casa Blanca había difundido en febrero el reporte general del médico de la Casa Blanca, Dr. Kevin O’Connor, sobre el más reciente “check up”, en el cual se detallaba el buen estado general de salud de Biden considerando su edad y el intenso estrés al que está sometido (padece apnea del sueño, por ejemplo). La energía con la que Biden dio el “Mensaje sobre el estado de la Unión”, sin embargo, ayudó a despejar la polémica ocasionada por Hur. 

Mientras tanto, en México, los reportes del médico de cabecera del presidente López Obrador son uno de los secretos mejor guardados en Palacio Nacional. ¿Cuántos infartos más ha tenido el presidente? ¿Cómo es su presión arterial? ¿Cuál es su medicación? ¿Cómo está de condición mental? ¿Cuál es su actividad física diaria? 

Lejos, muy lejos, de los ejemplos de Carlos III y el presidente Biden, quienes hacen público su estado de salud y sus enfermedades y medicaciones, los mexicanos no merecemos recibir de Presidencia la información crucial sobre cómo se encuentra de salud el presidente de México. 

¿Tendremos que adquirir la nacionalidad británica y entonces sí recibir la información de salud del Rey de Inglaterra? ¿Tendremos que hacernos ciudadanos estadounidenses y conocer cada una de las medicinas que diariamente toma Biden? 

Nuestro Rey en su palacio no se digna a informarnos.   

lunes, marzo 11, 2024

A qué le tiras cuando votas mexicano?

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

Entregar el voto individual a un candidato o partido político es ceder voluntariamente el poder ciudadano individual a favor de alguien más. 

Con ese voto nuestro en su poder, el candidato o partido político favorecidos se harán cargo no sólo de la administración pública sino de algo más importante: la acción de gobierno, el acto de mandar en nombre de otros, en una palabra, ejercer la representación popular. 

Con ese fin, el candidato y partido político favorecidos actuarán no con cualquier mandato ni con alcances ilimitados, sino con el mandato de ley y apegados a la Constitución y las leyes, a las instituciones políticas y judiciales, al sistema de pesos y contrapesos que conforman a la democracia fundada en el Estado de Derecho. 

Ante la complejidad del asunto y en vista de la ligereza que percibo entre muchos ciudadanos amigos y conocidos sobre sus razones e impulsos para votar, me pregunto, parafraseando al maravilloso cantante Chava Flores, ¿a qué le tiras cuando votas mexicano? 

Una forma concreta de la decadencia de la democracia mexicana (la “frágil democracia”, le llama José Woldenberg) se palpa de inmediato del lado de los ciudadanos, vale decir los votantes: no se informan adecuadamente o de plano no se informan en absoluto y transitan por la vida presumiendo una feliz ignorancia de los asuntos nacionales. 

Además, no ejercitan su capacidad de pensamiento (son “cerebros vírgenes”, decía un buen amigo) ni mucho menos el pensamiento crítico aplicando la suspicacia elemental que debieran mostrar ante cualquier candidato, sus promesas y exageraciones. 

A veces pienso que el abstencionismo no es culpa de la oferta electoral, sino de la demanda ciudadana.  

Al no exigir un estándar cívico y político elevado de los candidatos y partidos políticos en contienda, al no revisar críticamente cómo fue la gestión de tal o cual gobernante (empezando por la presidencia de la república), percibir sus fallas, vicios y virtudes, muchos ciudadanos prefieren no votar y culpan de ello a la clase política. 

Por el lado de quienes acuden a votar, no es difícil percibir que una mayoría, me atrevo a decir, no tiene una idea clara de por quién votar, aunque quieren ejercer su derecho al voto. Al votar, lo hacen en una especie de limbo electoral, esa zona incierta en la cual se ejerce el derecho ciudadano a sufragar, es verdad, pero sin mucha idea de por qué o por quién hacerlo. 

Es un error no votar, pero también es un error votar sin tener una idea cabal de lo que se está haciendo, cumplir por cumplir y a otra cosa, como el acto de ir a misa los domingos y el resto de la semana comportarse como un pecador consumado. 

En el fondo, la sociedad mexicana sigue padeciendo un problema ancestral: la falta de cultura cívica, por un lado; la carencia del impulso por educarse y adquirir una razonable cultura general, por otro lado, que aqueja a muchos mexicanos. 

“¿Por qué queréis que obren bien si los incitáis al mal?”, diría de mi parte parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Cómo van los gobernantes a respetar a unos ciudadanos que no se respetan a sí mismos? 

Si los electores mexicanos cambian sus votos por baratijas, ¿para qué esforzarse si con hacer o decir cualquier cosa van a votar de cualquier manera?, pensarán los candidatos. Es como quitarle un dulce a un niño. 

Por eso en cada temporada electoral, en cada oportunidad de votar, me pregunto lo mismo al recordar a Chava Flores: ¿a qué le tiras cuando votas mexicano? 


miércoles, marzo 06, 2024

Elecciones 2024: misioneros y ayatolas del voto


Por Rogelio Ríos Herrán 

“Entre broma y broma la verdad asoma” dice un refrán, al cual acudo para hacer un comentario medio crítico, medio en broma, pero muy cierto, sobre la transfiguración que sufren algunos familiares, amigos y conocidos en época de elecciones presidenciales. 

Los llamaré los “misioneros del voto” porque actúan de buena fe, movidos por su conciencia, aunque al final resultan un poco como como los mosquitos en el oído, un poco molestos, pero nada más. Se puede discutir sabroso con ellos. 

De los que hay que cuidarse es de los otros, “los ayatolas del voto”, quienes no se andan por las ramas, no quieren convencer, sino imponer, y te dan un palo en la cabeza (digital o físico) si les llevas la contraria. 

El típico “misionero” es el familiar o el amigo que, de pronto, en una comida, saca a relucir el tema de las elecciones (“¿y tú por quién vas a votar?”) y antes de que puedas decir la primera palabra de respuesta ya se arrancó con su propia opinión sobre el mejor candidato (el suyo, por supuesto) y la larga lista de defectos del otro candidato (el nuestro, claro está). 

Muy amablemente, con toda gentileza se planta en su trinchera. Ni un paso atrás. A veces, por ejemplo, ante los videos de los hermanos de AMLO recibiendo dinero oscuro en sobres amarillos, titubea un poco, parece estar a punto de conceder, pero se recupera muy pronto y simplemente dice algo como que “eso no es evidencia suficiente” o “el PRI robó más”. 

En el territorio de los chats de WhatsApp, la cuestión es más intensa. Ahí, los misioneros le dan RT a todo lo que les favorece: datos duros sacados de Dios sabe dónde, escritos de columnistas afines al líder y partido gobernante, y la repetición incesante de la narrativa épica de López Obrador. 

Reitero, “el misionero” cree de buena fe en su opción política; reconoce quizá algunas fallas y errores, pero no le parecen suficientes como para caer en el desencanto con su causa. No son personas que reciban beneficios directos desde el gobierno o tengan parientes trabajando en alguna secretaría de estado, nada de eso. 

Por eso, “el misionero” no duda en inundar, literalmente, cualquier chat de WA en el que participa con “información” de corte propagandístico, sesgada, pero que de todas maneras le sirve para hacer presencia en esos foros digitales, hasta que un alma piadosa lo da de baja por engorroso. 

Los que sí me dan mucho pendiente son “los ayatolas del voto”, tipos duros de origen desconocido e incierto que “trolean” ferozmente desde las redes sociales a quien se dedica a criticar al gobierno morenista y al Amado Líder.  

Con ellos no hay concesiones de ninguna especie. Su lenguaje es vulgar y compuesto de cinco insultos por cada palabra regular que pronuncian. Son legiones de individuos o “bots” entrenados y pagados para apabullar a los críticos y a los espacios digitales en donde haya conversaciones críticas al poder. 

No sólo viven “los ayatolas” en el mundo digital. En cualquier marcha en las calles de ciudadanos, ya sea en la CDMX o en cualquier otra ciudad, van a la caza, como infiltrados, de la primera oportunidad para provocar violencia y disturbios. 

Antes les llamábamos “porros” a quienes por dinero o por conveniencia se prestaban a irrumpir violentamente en cualquier marcha o mitin de los “opositores” al gobierno. 

Ahora les llamo “ayatolas” porque, más allá del dinero, su celo ideológico es extremo y los imbuye de una convicción política que se reduce a la visión de “los buenos” (ellos) contra “los malos” (nosotros). 

De “los ayatolas”, que nos libre la Providencia. Me quedo mil veces con “los misioneros”, pues su celo partidista no los lleva a los extremos y permiten todavía la conversación y el intercambio de argumentos sin llegar a la violencia. 

Mi consejo es que trate usted de convivir con los “misioneros” y evite como a la peste a “los ayatolas”, con quienes departir es imposible. Identificar a unos y otros se volverá crucial para crear un entorno sin violencia política en nuestras vidas de aquí al 2 de junio.  

Así que no se enojen con sus amigos “misioneros”, aguántenlos y cuídenlos como a un tesoro: ¡es preferible a que se conviertan en “ayatolas”!

martes, marzo 05, 2024

Por qué voy a votar el 2 de junio?

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

Ante la necesidad imperiosa de ganar la elección en la que se compite, aún más fuerte si se trata de la presidencia de la república, los candidatos se enfrentan a un dilema inicial: ¿hay un límite para insultar y atacar al candidato o candidatos oponentes o se vale echar mano de cualquier recurso sin apegarse a la ética y la legalidad? 

En ese sentido, las elecciones y los candidatos en México no son diferentes a los de otros países en los que ganar a costa de lo que sea y sin reparar en escrúpulos es la regla, no la excepción. 

Nada tiene de democrática una elección en la que no sólo el piso está disparejo, sino en la que el comportamiento de todos los participantes es deshonesto y traicionero, hipócrita y desleal.  

Bajo esas circunstancias, la palabra democracia se desvanece y pierde su contenido. Si candidatos sin escrúpulos logran triunfar en una elección dispareja es porque hay ciudadanos sin conciencia ni parámetros éticos que los apoyan. 

La democracia no empieza y termina en las elecciones. No puede existir una nación democrática si los ciudadanos carecen de la cultura política y los valores que nutren al espíritu democrático: respeto a las leyes, a los contendientes y a los votantes, para empezar. 

¿Vive México hoy en una condición de país democrático sólo en las formas, pero no en el contenido? ¿Qué vamos a votar los ciudadanos el próximo 2 de junio: el apoyo a la democracia como farsa o como realidad? 

Me interesa saber si mi voto servirá el 2 de junio para defender o acabar de hundir a la democracia mexicana. Elegir al presidente, gobernadores, alcaldes, diputados y senadores es un ejercicio que demanda el más elevado estándar ético y una concepción elevada de la política por parte tanto de quienes demandan el voto como de quienes lo otorgan. 

De otra manera, lo que hacen los candidatos con nosotros los votantes es simplemente un engaño a través de la manipulación de discursos, promesas y actos de campaña armados para simular que tienen la apariencia de demócratas cuando, en realidad, son antidemocráticos en los hechos. 

Quiero pensar que la democracia en México tiene salvación y que no se tiene que jugar la vida en cada elección y con cada nuevo gobernante y partido político que lo primero que hace -al llegar al poder- es destruir las reglas del juego e instalarse en la antidemocracia. 

Quiero creer que la democracia en México resistirá el embate autoritario y destructor del actual gobierno morenista, más allá de si el 2 de junio haya alternancia en la presidencia de la república o repita el partido en el poder.  

Lo creo porque los excesos autoritarios y destructores de las instituciones y contrapesos son tantos que empiezan a jugar en contra de quien los inició. Tanto cinismo no pasará inadvertido en la sociedad. Tanta corrupción material y del espíritu exhibida día con día por el líder morenista en un lamentable espectáculo matutino ha envenenado a la sociedad, es verdad, pero también a quien lo emite y lo propaga. 

La resistencia ciudadana ha dado sus frutos, las vías judiciales han frenado varias de las locuras presidenciales, la presión externa ha detenido algunos excesos del poder. 

La verdadera defensa de la democracia mexicana reside, sin embargo, en una vía más lenta y que deberá nutrirse generación tras generación: cultivar en nosotros y los descendientes la cultura política de la democracia, educar para ser ciudadanos a plenitud, hacer de los valores cívicos algo así como el pan nuestro de cada día y el agua que tomamos. 

Vamos a dar la batalla en las urnas el 2 de junio con nuestros votos de castigo al autoritarismo y de premio a las opciones de gobierno y proyectos que podrán no ser perfectas, pero serán perfectibles una vez en el poder. 

Reconstruir a México es reconstruir su democracia. 


lunes, marzo 04, 2024

Fuerzas Armadas y candidatos presidenciales


Por Rogelio Ríos Herrán


¿Qué tienen qué decir los candidatos presidenciales sobre la militarización de México? ¿Qué tienen que decir sobre el tipo de ejército, fuerza aérea y marina que la nación mexicana demanda para el siglo 21 y sus retos globales?

Lo que los mexicanos queremos no es que las fuerzas armadas se conviertan en una élite económica con poderes autónomos que la excluyen de ser auditada y vigilada por los poderes judicial y legislativo, en particular sobre el cumplimiento de su deber y récord de derechos humanos.

Para que se enteren los candidatos presidenciales, queremos un Ejército que no se desvíe y degrade en la corrupción al asumir la operación de sectores económicos que no le corresponden. Que no se degrade por la violación constante de los derechos humanos, su elevada letalidad y la aun más elevada opacidad que impide la observación puntual de los poderes públicos y la sociedad.

El reclamo se extiende a la Marina y la Fuerza Aérea mexicanas, en particular por su aversión al escrutinio público que nos impide saber exactamente la eficiencia y resultados de su operación.

La militarización de México empezó desde gobiernos anteriores, pero ha sido con el presidente López Obrador que la tendencia alcanzó su punto máximo, a pesar de que la postura pública de él durante su larga trayectoria como opositor era la de oponerse a la militarización, un extenso reclamo compartido también por la sociedad mexicana.

Hasta qué punto tienen amarradas las manos los candidatos presidenciales con el tema de la militarización, no lo sabemos. La reversión de la entrega de poderes económicos, políticos y una total autonomía de facto a las Fuerzas Armadas no se reduce a la simple acción de “regresar a los soldados a sus cuarteles”.

La desmilitarización del gobierno mexicano requerirá años de transformación de una burocracia y élite militar poderosa -que pesa como factor político para la sucesión presidencial- en un cuerpo militar moderno, ágil, compacto y adecuado para el combate a desafíos globales, como el cambio climático y la ciberseguridad.

Empecemos con lo obvio: ¿qué va a hacer la candidata o candidato ganador con la carga económica y burocrática de la existencia de tantos generales para tan pocos soldados?

Víctor Antonio Hernández Ojeda escribió una tesis de maestría muy interesante: “The self-government of the Mexican Armed Forces: The Political Rise of the Mexican Army During the War on Drugs (2006-2023)”, sin fecha, para obtener su maestría (MA in Intelligence and International Security) en el King’s College de Londres, bajo la supervisión de la doctora Eleonora Nataly.

En su tesis, Hernández aborda una situación que los mexicanos solemos describir como “hay más generales que tropa”, lo cual decimos cuando en una organización todo mundo quiere ser jefe y nadie quiere ser parte de la tropa.

Desde la llegada de Miguel Alemán a la presidencia de la república en 1946, al entregarle el poder el general Manuel Ávila Camacho, ningún militar volvió a llegar a la presidencia y comenzó a partir de ahí lo que se consideró un “pacto” (informal y no escrito), según el cual se permitiría “la transformación del ejército de una élite política a una económica”.

En otras palabras, los civiles dejaron a los militares en paz, en su mundo aparte, con tal de que no intentaran incursionar de nuevo en la política. 

¿Cómo se logró esto? Con autonomía administrativa, casi nula supervisión legislativa y permitiendo dejar a un general (no a un civil, como en otros países) al frente de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Según la investigación realizada por Hernández, desde la adopción de ese “pacto”, el Ejército ha tenido al menos a 500 generales en su nómina en cualquier momento determinado. 

En el presupuesto federal para 2023 se contempló en el “payroll” de la Sedena a 557 generales: uno de cuatro estrellas (el Secretario de Defensa), 45 generales de división (tres estrellas), 186 generales de brigada (dos estrellas) y 325 brigadieres (una estrella). 

El total de soldados del Ejército y la Fuerza Aérea (la Marina es una secretaría aparte) para ese año sumaba 272 mil 233, por lo que la razón es de un general por cada 488 soldados.

Para la Marina, Hernández nos dice que en ese presupuesto federal de 2023 se contemplaba a 387 almirantes: un almirante secretario de Marina, cuatro estrellas; 30 almirantes, tres estrellas; 102 vicealmirantes, dos estrellas; 251 contraalmirantes, una estrella. La razón es de un almirante por cada 211 marinos.

“No hay una razón operativa para mantener en la nómina un exorbitante número de comandantes para una fuerza tan pequeña”, concluye Hernández.

Vaya desafío para el siguiente gobierno civil: ¿de qué manera revertir la militarización de México sin entrar en conflicto con los militares? ¿Cómo fue que llegamos a este punto crítico bajo el gobierno de López Obrador?

Rogelio.rios60@gmail.com

 

domingo, marzo 03, 2024

¿Qué dirán los candidatos presidenciales sobre la corrupción del gobierno de AMLO?


 

Por Rogelio Ríos Herrán


Desde hace tiempo, no se me quita de la cabeza la convicción de que es la lucha contra la corrupción del gobierno de López Obrador la mejor bandera electoral que puede tener cualquiera de los candidatos de oposición (Xóchitl Gálvez o Jorge Álvarez, además de la piedra en el zapato de la candidata del partido oficialista (Claudia Sheinbaum, MORENA y coaligados).

Si fuera posible reducir las campañas a un tema o “issue” solamente, no dudaría en proponer que fuera luchar contra “la corrupción vigente”, tal como Mauricio Merino denomina en un análisis reciente al grave fallo en la lucha contra la corrupción del gobierno de AMLO (en el capítulo sexto del libro coordinado por Ricardo Becerra “El daño está hecho. Balance y Políticas para la Reconstrucción”, México: Libros Grano de Sal, 2024, 307 pp.).

No se trata únicamente de los escándalos de sobornos, contratos o enriquecimiento súbito e inexplicable de personajes del gobierno de AMLO o el partido oficial, sino de algo más grave.

Merino lo señala puntualmente: “La corrupción no sólo sigue vigente en México, sino que los medios jurídicos y administrativos que nos dimos para combatirla han sido desdeñados y bloqueados. Una mirada agria sobre estos hechos podría llegar a concluir que el gobierno no quiso evitar la captura del Estado ni cancelar los abusos cometidos por los servidores públicos para hacerse de dinero o poder, sino que, por el contrario, al minar sus propias capacidades para prevenir, disuadir y castigar esas conductas, contribuyó a acrecentarlas bajo el supuesto de que sólo así podrían llegar ´los buenos y los leales’ a los puestos públicos y el presupuesto podría asignarse, libremente, a los programas y las obras elegidas por el presidente.”

¿A qué se refiere Merino con la frase “la captura del Estado”? A una situación de la mayor gravedad derivada del criterio de selección de funcionarios que el presidente López Obrador anunció desde el principio de su gobierno: noventa por ciento lealtad y diez por ciento capacidad, criterio que abrió la puerta a la utilización del aparato de gobierno para el lucro personal y partidista.

Bajo tal perspectiva, Merino cita informes elaborados por el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) que se refieren a “la fragmentación de las instituciones encargadas de evitar la captura del Estado.”

Merino (quien preside el Instituto de Investigación en Rendición de Cuentas y Combate a la Corrupción de la Universidad de Guadalajara) afirma que “la tesis fundamental de ese mirador institucional (el SNA) sostiene que el origen de la corrupción está en la captura de las instituciones del Estado para utilizarlas con propósitos excluyentes y para conservar o incrementar el poder de un grupo sobre otros, ya sea con fines políticos o económicos o ambos.”

Agrega el investigador que “este fenómeno connota la apropiación abusiva de decisiones y procesos administrativos, deliberadamente desviados de los fines para los que fueron creados… la corrupción se refiere a todo aquello que, mediante la captura, se vicia -se daña, se pervierte, se pudre, se echa a perder- en demérito de su naturaleza original.”

Como se ve, el problema de fondo del gobierno de López Obrador no es que aparezcan por aquí o por allá casos de corrupción de funcionarios o familiares, situaciones que han estado presentes en gobiernos anteriores.

Lo grave del actual gobierno morenista es que ha erosionado o destruido los organismos y las leyes que dieron vida en México al mejor aparato anticorrupción que se pudo construir en décadas, lejos de ser perfecto, pero que es el único arsenal con que contamos los ciudadanos para señalar la corrupción y pedir la rendición de cuentas al gobierno. 

“A diferencia de sexenios anteriores”, agrega Merino, “en el gobierno actual se han desconocido deliberadamente los modestos avances que se tenían para combatir ese fenómeno (la corrupción) profundamente arraigado en la cultura política del país y se ha intentado derrotar y eliminar a las instituciones autónomas encargadas de hacer valer una política anticorrupción completa y bien articulada. En dos palabras: no sólo se ha mantenido el virus, sino que se han tirado las vacunas.”

La gran batalla contra la corrupción en México la han dado los ciudadanos activos, las organizaciones de la sociedad civil y el periodismo de investigación de los medios críticos nacionales e internacionales desde hace décadas. Ellos son la última línea de resistencia en contra de la captura total del Estado (al estilo Venezuela o Nicaragua) del gobierno de López Obrador.

Como ciudadanos, hay que prepararnos para lo que viene durante la campaña electoral y después, una vez formado el próximo gobierno. Hablo de preparar la resistencia, como lo sugiere la activista ciudadana Aixa García (@aicha13410), quien ya vivió una situación parecida en Venezuela.

Merino (doctor en ciencia política por la Universidad Complutense) no es optimista, pero creo que recoge un sentimiento de realismo presente en muchos mexicanos: “es evidente que todos esos esfuerzos (la lucha ciudadana contra la corrupción) han sido superados por las decisiones tomadas desde la presidencia de la República, que una y otra vez ha desdeñado, difamado, boicoteado y lastimado a las instituciones con las que quisimos, en buena lid, erradicar la corrupción de México. En efecto, el daño ya está hecho.”

Ante esta afirmación, reitero la pregunta: ¿Qué dirán los candidatos presidenciales sobre la corrupción del gobierno de AMLO?

Rogelio.rios60@gmail.com

AMLO: la fatiga del poder

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