lunes, marzo 11, 2024

A qué le tiras cuando votas mexicano?

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

Entregar el voto individual a un candidato o partido político es ceder voluntariamente el poder ciudadano individual a favor de alguien más. 

Con ese voto nuestro en su poder, el candidato o partido político favorecidos se harán cargo no sólo de la administración pública sino de algo más importante: la acción de gobierno, el acto de mandar en nombre de otros, en una palabra, ejercer la representación popular. 

Con ese fin, el candidato y partido político favorecidos actuarán no con cualquier mandato ni con alcances ilimitados, sino con el mandato de ley y apegados a la Constitución y las leyes, a las instituciones políticas y judiciales, al sistema de pesos y contrapesos que conforman a la democracia fundada en el Estado de Derecho. 

Ante la complejidad del asunto y en vista de la ligereza que percibo entre muchos ciudadanos amigos y conocidos sobre sus razones e impulsos para votar, me pregunto, parafraseando al maravilloso cantante Chava Flores, ¿a qué le tiras cuando votas mexicano? 

Una forma concreta de la decadencia de la democracia mexicana (la “frágil democracia”, le llama José Woldenberg) se palpa de inmediato del lado de los ciudadanos, vale decir los votantes: no se informan adecuadamente o de plano no se informan en absoluto y transitan por la vida presumiendo una feliz ignorancia de los asuntos nacionales. 

Además, no ejercitan su capacidad de pensamiento (son “cerebros vírgenes”, decía un buen amigo) ni mucho menos el pensamiento crítico aplicando la suspicacia elemental que debieran mostrar ante cualquier candidato, sus promesas y exageraciones. 

A veces pienso que el abstencionismo no es culpa de la oferta electoral, sino de la demanda ciudadana.  

Al no exigir un estándar cívico y político elevado de los candidatos y partidos políticos en contienda, al no revisar críticamente cómo fue la gestión de tal o cual gobernante (empezando por la presidencia de la república), percibir sus fallas, vicios y virtudes, muchos ciudadanos prefieren no votar y culpan de ello a la clase política. 

Por el lado de quienes acuden a votar, no es difícil percibir que una mayoría, me atrevo a decir, no tiene una idea clara de por quién votar, aunque quieren ejercer su derecho al voto. Al votar, lo hacen en una especie de limbo electoral, esa zona incierta en la cual se ejerce el derecho ciudadano a sufragar, es verdad, pero sin mucha idea de por qué o por quién hacerlo. 

Es un error no votar, pero también es un error votar sin tener una idea cabal de lo que se está haciendo, cumplir por cumplir y a otra cosa, como el acto de ir a misa los domingos y el resto de la semana comportarse como un pecador consumado. 

En el fondo, la sociedad mexicana sigue padeciendo un problema ancestral: la falta de cultura cívica, por un lado; la carencia del impulso por educarse y adquirir una razonable cultura general, por otro lado, que aqueja a muchos mexicanos. 

“¿Por qué queréis que obren bien si los incitáis al mal?”, diría de mi parte parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Cómo van los gobernantes a respetar a unos ciudadanos que no se respetan a sí mismos? 

Si los electores mexicanos cambian sus votos por baratijas, ¿para qué esforzarse si con hacer o decir cualquier cosa van a votar de cualquier manera?, pensarán los candidatos. Es como quitarle un dulce a un niño. 

Por eso en cada temporada electoral, en cada oportunidad de votar, me pregunto lo mismo al recordar a Chava Flores: ¿a qué le tiras cuando votas mexicano? 


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