miércoles, septiembre 11, 2019

Torres Gemelas: la huella mexicana


Martín Morales, víctima mexicana en el 9/11. 
Fuente: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán


Pasaron ya 18 años del ataque terrorista de Al Qaeda al World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, en el cual murieron casi 3 mil personas, entre ellas, un número indeterminado de mexicanos.

Se considera un número indeterminado de mexicanos porque solamente hay 16 víctimas identificadas. Solamente 5 de ellas fueron verificadas con pruebas de ADN y fueron susceptibles sus familias de recibir las compensaciones que otorgó el Gobierno estadounidense (de entre 1 y 1.5 millones de dólares).


En muchos otros casos, los mexicanos desaparecidos entre las ruinas de las Torres Gemelas no fueron reportados por sus familiares debido al temor de sufrir represalias por su situación migratoria como indocumentados.


De cualquier manera, todos ellos son la huella mexicana del derrumbe. Su sacrificio toca nuestros corazones porque eran compatriotas y sus vidas fueron cortadas de raíz por el odio de los atacantes a Estados Unidos. 


No merecían morir de esa manera, ni ellos ni las víctimas estadounidenses y de tantas nacionalidades que acudían día a día a sus empleos y oficios en el inmenso World Trade Center.


Nada más en el famoso restaurante “Windows of the World” murieron cuatro mexicanos: Antonio Meléndez, Antonio Javier Álvarez, Leobardo López Pascual y Martín Morales Zempoaltécatl.


Ubicado en los pisos 106 y 107 de la Torre Norte, la primera de las Torres Gemelas en ser atacada, el “Windows” era una insignia de la vida neoyorquina, un mirador privilegiado sobre la gran ciudad y un centro de reunión de mucha gente atraía por su excelente comida y su finísima carta de vinos.


Leobardo, Antonio, Martín y Antonio Javier trabajaban ahí, en el primer edificio en recibir el impacto de uno de los aviones jets de línea comercial secuestrados y usados como arma para el atentado.


Un mexicano más, Juan Ortega, quien trabajaba para el restaurante Fine & Schapiro, también pereció en esa torre. Los cinco mexicanos que trabajaban tienen sus nombres inscritos en el Monumento Conmemorativo construido en la Zona Cero.


Hablar de la huella mexicana en el 9/11, como de la huella latinoamericana, africana, europea y asiática, nos lleva a un nivel de entendimiento de los lazos entre México y Estados Unidos distinto y distante del bajo nivel de las relaciones entre gobiernos.


La dimensión de esa tragedia ocurrida hace 18 años nos recuerda que hay un horizonte de entendimiento más amplio, mucho más amplio, que las miserias de las políticas del día, de los presidentes en turno, del dominio de políticas ultraconservadoras en la clase gobernante estadounidense.


Ese horizonte es el de la solidaridad pura y simple entre las personas que una tragedia del tamaño del 9/11 hace brotar desde el fondo de los seres humanos.


El dolor y la tristeza que muchos mexicanos sintieron el 11 de septiembre del 2001 fue genuino, y no se limitaba a haber perdido o no aun ser querido en el derrumbe de las Torres Gemelas. Iba mucho más allá de eso, hacia una empatía natural ante quienes un día antes eran, para nosotros, unos perfectos desconocidos.


Por unos días, lo recuerdo muy bien, flotaba en el ambiente entre los mexicanos una necesidad de mostrar su apoyo moral y emocional a las víctimas directas del ataque tanto como a toda la nación norteamericana.


Hubo excepciones, es verdad, a estas manifestaciones de fraternidad, entre quienes se alegraron incluso de un evento trágico derivado de un ataque terrorista.


Pero, sin duda alguna, fue mucho más fuerte la empatía hacia toda una nación que sufría en carne propia las consecuencias materiales de llevar al extremo las creencias y las ideas que anidan en las mentes torcidas de los extremistas, en este caso, de los militantes de Al Qaeda.


Dieciocho años después, nadie puede decir que el mundo ya cambió y que se superaron las condiciones que propician el odio, el fanatismo ideológico y religioso, y el extremismo violento. Nada de eso. Seguimos viviendo con temor a que, en cualquier momento, el odio de los extremistas se manifieste en alguna de las múltiples formas en que lo hace, y dé un nuevo zarpazo mortal.


Me reconforta, sin embargo, saber que cuando eso suceda, si es que no logramos prevenirlo, será más poderosa la respuesta de la solidaridad, la fuerza de la empatía y el espíritu de fraternidad que cualquier violencia de extremistas y terroristas.


Lo aprecio así cuando veo, cada año, que familiares y amigos de las víctimas del 9/11 leen en voz alta, en Nueva York, sus nombres completos, todos y cada uno de ellos. Escucharlos es volver a sentir que uno es humano no por la fuerza de sus puños, sino por la fuerza de sus abrazos.


Descansen en paz los caídos.


Rogelio.rios60@gmail.com


viernes, septiembre 06, 2019

Violencia sin Muros

Fuente: Google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

Por una de esas irónicas coincidencias de la vida, se vive hoy una época de alta violencia tanto en México como en los Estados Unidos.

Desde El Paso, Texas (22 víctimas), hasta Coatzacoalcos, Veracruz (30 víctimas), no hay frontera que la contenga, no se detiene la ola de muertes trágicas en eventos de tiroteos masivos o ataques a civiles de manera indiscriminada.

No cesa tampoco el flujo de asesinatos en menor escala, en incidentes por venta de drogas, violencia familiar, furia en el camino, altercados entre vecinos, etcétera.

Para quien quiera consumir su vida en un evento violento, la mesa está puesta para hacerlo en ambos lados de la frontera: se consiguen armas con suma facilidad y legalmente en Estados Unidos; se pueden conseguir igualmente en el mercado negro en México.

Ni siquiera podría decir que, a diferencia de México, la mayor solidez de las autoridades e instituciones de justicia en Estados Unidos es un factor de disuasión para las personas violentas, pues la intensidad de los tiroteos masivos demuestra que, quienes los hacen, no tuvieron miedo de la justicia ni de la policía.

Violencia sin muros fronterizos, sorda y nefasta. Se lleva vidas, se roba la alegría de muchos hogares, le arrebata a sus padres y madres a los niños: los huérfanos de El Paso, los huérfanos de Coatzacoalcos.

Suceden en unos pocos minutos esas tragedias, pero sus huellas permanecen toda la vida con los sobrevivientes y las familias de los que perecieron.

Se rompen muchas vidas en formas que ni imaginamos, se mancillan también las ciudades en donde ocurren, sus comunidades se sacuden. Las naciones enteras lloran esas tragedias.

¿Qué hacer en México y Estados Unidos ante esta ola de violencia? Pregunto no para que respondan las autoridades, sino para que lo hagan los ciudadanos: ¿cómo se puede vivir así?

No he dejado de escuchar últimamente, en México, que “ya ni Estados Unidos es seguro”, cuando se comenta entre los mexicanos los terribles tiroteos masivos que se suceden una y otra vez, sin freno, en la Unión Americana.

Puede ser, así lo creo, que mexicanos y estadounidenses encontremos un camino de convivencia si nos une el dolor de las tragedias, pero sobre todo, el ferviente deseo de que no se repitan.

Tal vez en el luto y la tristeza que dejan en mexicanos y norteamericanos las matanzas que hoy vivimos se dejen de lado las diferencias en el color de la piel, en las nacionalidades, en el estatus económico y social, en las ideologías y entonces, sin esos velos que nublan la razón, encontremos finalmente el entendimiento entre ambos pueblos.

No esperemos mucho de nuestros políticos a ambos lados de la frontera. Sus palabras y sus actos denotan que están más preocupados por sus carreras políticas, por no perder el poder, que por el bienestar de sus gobernados.

Busquemos, tendamos las manos, abramos nuestras conciencias hacia quienes a ambos lados de la frontera han padecido el manotazo brutal de la muerte violenta en sus hijos y familiares.

Confortemos juntos nuestros corazones, en El Paso, en Coatzacoalcos, en Odessa (5 víctimas), en Tepalcatepec, Michoacán (11 muertos en una batalla campal entre narcotraficantes y las autodefensas del pueblo), pues nada ni nadie podrá regresarnos a nuestros muertos.

Viene a mi mente el título del cuento clásico del escritor Edmundo Valadés (1915-1994), “La Muerte tiene Permiso”, para describir lo que vivimos en estos días: asesinatos masivos, familias rotas, vidas truncadas, huérfanos y más huérfanos, como si, en efecto, hubiera un permiso para matar, pero ¿quién lo dio?

No más de eso. Ante la impotencia de las autoridades para protegernos, tendamos nuestras manos hacia quienes sufren, no importa de qué lado de la frontera se encuentren, para consolarlos, para consolarnos.

rogelio.rios60@gmail.com 

(Publicado en Periódico La Visión, Atlanta, Georgia, 06/09/2019).



“-Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dónde andará la justicia, queremos tomar aquí providencias. A ustedes -y Sacramento recorrió a cada ingeniero con la mirada y la detuvo ante quien presidía, que nos prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano”.

Edmundo Valadés, La Muerte Tiene Permiso.




domingo, septiembre 01, 2019

Las formas del Informe


El Presidente López Obrador en su Primer Informe
FUENTE: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán



Como asiduo observador de las conferencias de prensa matutinas (las “mañaneras”) del Presidente López Obrador, no esperaba cambio alguno en lo que dice -y cómo lo dice- ahora que rindió su Primer Informe de Gobierno.

Y así fue: nada nuevo bajo el sol de la 4T. Se resaltaron las cifras, datos y hechos positivos, se minimizaron y casi ignoraron las cifras, datos y hechos negativos. 


Hubo las debidas referencias a Benito Juárez (“el triunfo de la reacción es moralmente imposible”), a don Porfirio Díaz y a los conservadores y liberales del siglo 19 que son el marco de referencia del Presidente López Obrador en el siglo 21. Gran omisión: no dijo nada de Lázaro Cárdenas.


Lo interesante fueron las formas. Primero que nada, destanteó a muchos que en el muro situado atrás de donde hablaba el Presidente dijera “Tercer Informe de Gobierno al Pueblo”. ¿Tercero? ¿Qué no es el Primero? 


La contabilidad presidencial empezó en el “Informe” de los primeros 100 días de gobierno (en marzo), siguió con el Segundo Informe el día 1 de julio (a un año de su triunfo electoral) y desembocó en el Tercer Informe, el del 1 de septiembre, que en realidad es el Primer Informe.


Segundo, la pequeña audiencia cautiva de funcionarios, gobernadores, legisladores, empresarios e invitados especiales reunida en el Patio Mariano del Palacio de Gobierno (situado en la esquina más cercana a la Catedral Metropolitana y cuyo acceso es la Puerta Mariana), no logró llenar las sillas dispuestas.


Para tapar los evidentes huecos, se pidió a los presentes, minutos antes de que empezara a hablar el Presidente, que se recorrieran para las sillas delanteras, y atrás se acomodó a militares y marinos uniformados de gala para la ocasión. Aún así, quedaron algunas sillas vacías: cuando quiso felicitar en público al empresario regiomontano Carlos Bremer, resulta que no había sido invitado.


El Presidente López Obrador no portó la banda presidencial, solamente un pequeño ensarte o pin en la solapa de su saco con la bandera nacional. Tuvo algunas dificultades con el escrito que leyó, una síntesis del texto del Informe, y por momentos daba la impresión de que lo leía por primera vez, que escudriñaba los párrafos antes de empezar a leerlos, y se permitía hacer disgresiones o ampliar algunos de los temas. Muy raro.


Lo más importante de las formas, sin embargo, se dio en lo que llamaría la visión presidencial “desde su burbuja”, es decir, desde un México construido a la forma y medida de sus convicciones políticas e ideológicas, y al cual acomete con la fuerza de su voluntarismo.


Por el tiempo dedicado a temas de suma importancia, por lo menos como se perciben desde la opinión pública, parece que en la burbuja presidencial ese sentido de urgencia no existe.


Hasta los 45 minutos de iniciado su discurso hizo la primera referencia a la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, para decir que “aun con el costo (de la cancelación), estoy convencido de que fue la mejor decisión”.


Esa decisión se tomó, agregó el presidente, porque el terreno escogido iba a presentar hundimientos, para salvar a los patos y otras aves del Lago Nabor Carrillo y por la corrupción (así en general, sin detalles) que rodeó al proceso de construcción. 


Nada nuevo a lo que ya dijo sobre este tema en las “mañaneras”, ni mencionó la cifra del costo de la cancelación de contratos y el pago de bonos por poner un alto al aeropuerto en Texcoco. Todo eso lo mencionó el Presidente en 2 minutos.


Hasta 1 hora y 45 minutos de iniciado su discurso, casi al final del evento, fue que López Obrador habló de la violencia e inseguridad en el país.


Durante apenas 3 minutos que le dedicó al tema dijo que “no hay buenos resultados” para contener la incidencia delictiva, pero que continuaba reuniéndose a las 6 de la mañana todos los días con su gabinete de seguridad e invocó la fuerza de sus palabras: “estoy seguro que vamos a serenar al país”, pero no dijo cómo piensa lograrlo, sólo dio a entender que al que madruga, Dios lo ayuda.

Presidente AMLO. Fuente: Google.com

Agregó que no se permitirá el contubernio entre gobernantes y delincuentes.


Reiteró que soldados, marinos y Guardia Nacional seguirán enfrentando a los delincuentes bajo las mismas condiciones: no reprimirán, respetarán los derechos humanos, etcétera, pues ellos son “pueblo uniformado”.


Se esperaba (como piensan muchos ex militares en retiro) un posible cambio de estrategia en este sentido en vista de las múltiples humillaciones públicas que han sufrido las fuerzas armadas, pero no hubo tal giro.


Fuera de la mención a los Estados Unidos (el acuerdo del 7 de junio en Washington que evitó la imposición de aranceles a México), y de que se intenta involucrar a ese país en el plan de impulso económico en América Central, no hubo más referencias al panorama internacional.


El Presidente solamente se refirió, sin mencionarlos por su nombre, al factor externo que China y Estados Unidos han creado con su guerra comercial que presionó a la pérdida de terreno del Peso frente al dólar. 


Nada más agregó, como si el mundo externo no existiera o, si existe, no incidiera en México o simplemente no tuviera espacio en la agenda que se elabora en la burbuja presidencial. 


Así, el aislamiento de México frente a los temas y problemas internacionales se dibuja con más claridad ahora como una postura deliberada del Presidente López Obrador, quien no viaja al extranjero y ha cancelado anteriormente su asistencia a foros internacionales de alto nivel. 


En fin, la que vi desplegada en el Primer/ Tercer Informe presidencial fue la estrategia de comunicación empleada en las “mañaneras”: hablar de temas selectos, reiterar que los gobiernos anteriores dejaron un desastre de país y señalar que la corrupción es la causa principal de los problemas de México; si funciona todos los días en las “mañaneras”, ¿para qué cambiar el guión?


La cuestión es que el Presidente utiliza constantemente el mismo discurso, las mismas palabras, frases y giros de lenguaje, las referencias de siempre a Benito Juárez. 


No hay señales de que incorpore el Presidente nuevos giros en su discurso, otros ángulos de opinión, un lenguaje distinto que permita vislumbrar que sí escucha las críticas, que sí las analiza y sí las usa en su toma de decisiones.


Por el contrario, cada día lo que veo en él es que endurece su “blindaje” político e ideológico contra las críticas, y no cambia sus posturas para nada.


Por eso, el Presidente habla casi exclusivamente de asuntos internos y no utiliza, fuera del tema de Estados Unidos, referencias a la situación internacional, a otros temas como el cambio climático, el desarme nuclear, el papel de la ONU, etcétera. Su visión internacional, una vez instalado en Palacio Nacional, no se ha ampliado; al contrario, parece estrecharse cada día más.


Solamente cambia de postura y de políticas el Presidente López Obrador cuando su voluntad se estrella contra alguna dura realidad, de manera que se ponga en riesgo su Gobierno o perciba una gran amenaza, como en el caso del Presidente Trump y sus aranceles.


En fin, los informes presidenciales siguen la misma tónica: el lucimiento presidencial, una audiencia cautiva, resaltar lo bueno, omitir o disminuir lo malo, los aplausos a sus frases (“¡primero los pobres!”). Éste apenas fue el Primero/Tercero, y como dicen los americanos: “business as usual”.


rogelio.rios60@gmail.com






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