jueves, septiembre 23, 2010

AVIDA DOLLARS




Por Rogelio Ríos Herrán

Septiembre 23 de 2010

“Meticulosamente Breton compuso un anagrama vengativo con este nombre admirable que es el mío”, rememoró Salvador Dalí en su diario. “Lo transformó en ‘Avida Dollars’”, una forma de expresar la veneración al dinero que en su tiempo, como en el nuestro, amenazaba a artistas surrealistas y militantes políticos.

Dalí aceptó gustoso el dardo bretoniano. Para él, artista aislado y rebelde en una época de “decorativismo materialista” y de “existencialismo aficionado”, para “aguantar el golpe había que ser más fuerte que nunca, tener dinero, producir oro, rápido y bien, para poder subsistir”.

Así, “el dinero serviría para lograr todo lo que deseábamos en cuanto a belleza y bondad. En ello radicaba todo mi ‘avida dollars’”.

No vivir para el dinero, sino que el dinero ‘viva’ para nosotros, parecería decir el maestro catalán: “el modo más simple de negar cualquier concesión al oro es tenerlo. Con oro, es totalmente inútil ‘comprometerse’”. El dinero como instrumento para sustentar la autonomía y el libre pensamiento del artista, era su propuesta.

‘Avida Dollars”, sin embargo, en nuestro tiempo y circunstancia mexicanos, hubiera horrorizado al mismo Dalí: el hombre como instrumento del dinero; el oro como fin último de toda aspiración humana; la avidez incesante de capitales y riquezas sin mayor sentido que el de la acumulación misma. Dólares a los que se les rinde culto, fortunas amasadas que rebasan por mucho la capacidad de sus poseedores para asimilar tal riqueza.

En la delincuencia organizada encontramos los ejemplos conspicuos de estos personajes como los capos de los cárteles, pero, en realidad, los hallamos como empresarios, gobernantes, deportistas, modelos, profesionistas, etcétera, que forman entre todos ellos la comunidad de los insaciables del dinero, dispuestos a obtenerlo a toda costa, sin escrúpulo que valga.

Sed de dinero contante y sonante, de fajos de billetes nuevos cuyo aroma seductor les resulta irresistible. Ellos redefinen el concepto bíblico de codicia hasta dejarlo irreconocible: dinero, dinero y más dinero, 24 horas al día, los 365 días del año durante toda la vida.

El País les queda muy chico. La pobreza de millones de compatriotas no los abruma ni mucho menos: les resulta completamente indiferente. Su Patria es otra, su alma está en otra parte, su bandera es solamente verde, su genio y capacidad creadora, desafortunadamente, no tiene altura de miras. No son Dalí. No son Breton. No lo serán nunca.

¿Cómo educar a nuestros hijos en un País así si ellos, los insaciables, lo dominan todo? ¿De qué manera desterramos de nuestras propias vidas, en el ámbito de nuestras familias y de la comunidad en que habitamos la adoración del Oro?

Vaya reto para nuestra generación cuando ganarse la vida se ha vuelto tan difícil, cuando es inevitable ‘comprometerse’ casi a cada paso y casi en cada circunstancia con tal de mantener el sustento y llevar comida a la mesa, y cuando los apasionantes debates del compromiso del intelectual, del militante y del artista con la sociedad que consumían a los surrealistas del siglo pasado en dudas infinitas ya ni siquiera se plantean.

Pero nadie dijo jamás que construir un País equitativo y justo iba a ser un día de campo. Doscientos años después, México sigue luchando por consolidarse como Nación, y los mexicanos por prosperar y llevar una vida digna a pesar de las inmensas adversidades y resistiendo a sus depredadores con una fortaleza admirable.

Que en manos de unos cuantos mexicanos se concentre la riqueza de la Nación es una tragedia de magnitud incalculable. Que su mentalidad materialista y su cultura de la codicia intente ser la predominante, es, sin embargo, un despropósito, y delata no conocer realmente a los mexicanos.

El 16 de septiembre, después de la fiesta y la resaca, empezó la cuenta regresiva del tricentenario en 2110. Los mexicanos de hoy rendiremos cuentas entonces a nuestros descendientes, pero una certeza me da esperanza de salir bien librado: Nunca han pasado a los libros de Historia los insaciables, a los “Avida Dollars’ versión nacional los olvidamos tan pronto pasan de esta vida; son los mexicanos sin fortuna, pero con audacia e idealismo los que escriben nuestra historia. Ellos encarnan todo lo que deseamos, como diría Dalí, en cuanto a belleza y bondad para México.

rogelio.rios60@gmail.com

Publicado en El Norte el 18 de septiembre de 2010.

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