martes, septiembre 15, 2009

BICENTENARIO




Por Rogelio Ríos Herrán


Hay una cura contra la angustia provocada por los acontecimientos que nos abruman en nuestro día a día: narcotráfico, robos, asesinatos, violencia generalizada, corrupción rampante, ingobernabilidad.


Cuando estemos instalados en la desesperanza total, cuando nos pese levantarnos en las mañanas a enfrentar a nuestro propio país, empecemos a levantar la mirada más allá de lo cotidiano y descubriremos en los senderos de la historia de México las claves no sólo del presente, sino de lo que nos depara el futuro.


Llegar al bicentenario de nuestra nación como país independiente es una hazaña en sí misma cuando entre nosotros, hombres del siglo 21, prevalece comúnmente la negativa creencia de que en realidad México es ingobernable, por decir lo menos, cuando al colocarla en perspectiva, no es la nuestra, ni de lejos, la peor época por la que haya pasado nuestro país, por ejemplo, cuando el 13 de septiembre de 1847 la bandera norteamericana fue izada en el Palacio Nacional en la Ciudad de México.


Ni la “revolución del narco”, con toda su crudeza, se compara a la cauda de destrucción y muerte provocada por la Revolución Mexicana y su millón de muertos a partir de la cual surgió el México contemporáneo.


¿Cómo será nuestro país en el año 2110? ¿Qué revoluciones nos aguardan: la de la tecnología, la educación y la eliminación de la pobreza o la de la desintegración social y territorial de nuestra nación? ¿Quién ha influido más en el México contemporáneo, el “Chapo” Guzmán o Norman Bourloug, Luis Echeverría u Octavio Paz?


El camino a la celebración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución está oficialmente abierto, pero esa reflexión doble siempre ha estado al alcance de nuestra mano. Investigadores que han sintetizado el estudio histórico con al análisis político contemporáneo, como Daniel Cosío Villegas, nos han legado su obra junto a muchos otros: Luis González, Jean Meyer, Lorenzo Meyer, Josefina Vázquez, Luis Medina Peña, Enrique Florescano o Gastón García Cantú, siempre polémico, quien escribiera:


“La historia de México, respecto de la de Latinoamérica, aporta el mayor número de invasiones y agravios de los norteamericanos. México ha sido su presa mayor. No hay ninguna otra historia, en América Latina, comparable a la nuestra por los despojos padecidos. Ante esa experiencia, la alternativa es obvia: o aceptación pasiva del destino que se trata de imponernos, o lucha por la nueva independencia”.


Andrés Molina Enríquez consideraba, en 1909, que “tiempo es ya de que formemos ya una nación propiamente dicha, la nación mexicana, y de que hagamos a esa nación soberana absoluta y dueña y señora de su porvenir”.


Florescano, por su parte, expresa una inquietud: “¿Y no es una contradicción mayúscula que en los libros donde se enseña la historia patria se diga que esas etnias (las indígenas) fueron las creadoras de la civilización mesoamericana, una de las más altas de la antigüedad y afuera de la escuela los indígenas sean considerados seres inferiores y no representativos del verdadero México?”


Independencia, sustentabilidad como nación e identidad colectiva: he ahí tres motivos para reflexionar sobre cómo vivimos esos conceptos en nuestra vida diaria, en el México del 2009, frente a los siempre presentes Estados Unidos y frente a nosotros mismos, llenos de defectos y virtudes, pero exaltados al primer grito de ¡Viva México! que escuchamos en la calle.


Traducir nuestra patria emocional, el sentimiento que nos embarga cada septiembre en la energía que el país requiere para cambiar y progresar es un reto inmenso, ciertamente, pero susceptible de establecerlo por metas precisas que nos permitan medir el avance hacia esa meta.


En México, no todo tiempo pasado fue mejor, pero el futuro sí puede serlo. La historia no es destino, sino el mapa del camino hacia una tierra prometida: La nueva independencia que menciona García Cantú.


En lo personal, el bicentenario y el centenario representan una espléndida oportunidad de releer o abordar por primera vez la rica, extensa, profunda y por momentos sabrosa bibliografía sobre la historia de México, desde el análisis académico hasta los testimonios y memorias que nos dibujan, en el país que fuimos, la nación que podemos ser.


Empecemos con las memorias del increíble Padre Mier, ¿qué le parece?


domingo, julio 19, 2009

El "Baby Burner"





Por Rogelio Ríos Herrán


Analista de Relaciones Internacionales


La muerte el 6 de Julio de Robert MacNamara , el Secretario de Defensa de Estados Unidos más influyente del siglo 20 –según el New York Times-, nos recordó cómo los hombres en el gobierno de países poderosos están expuestos a caer fatalmente en las trampas de la guerra.


Hombre de muchas facetas, desde directivo de la Ford hasta director del Banco Mundial, no pudo evitar que al final de su vida se le recuerde irremediablemente asociado al involucramiento de su país en la guerra de Vietnam.


Apenas 20 años después de luchar infatigablemente y derrotar a poderosos enemigos como la Alemania nazi y el Imperio del Sol Naciente, cientos de miles de soldados de ese mismo Ejército se debatían en las selvas del sureste asiático peleando una guerra incomprensible en un territorio desconocido.


MacNamara y los hombres del Presidente Kennedy que llevaron a Estados Unidos a involucrarse en Vietnam, no eran precisamente un montón de reaccionarios o ideólogos extremistas, por el contrario, compartían ideas progresistas sobre política y economía del desarrollo que en otros ámbitos públicos pusieron en práctica, por ejemplo, con la Alianza para el Desarrollo de América Latina o en el Banco Mundial.


Incluso The Economist, publicación de orientación conservadora, otorga en su obituario el calificativo de “liberal instintivo” a MacNamara, de quien dice que si no se hubiera metido al servicio público, habría permanecido en Harvard enseñando economía.


Como en la trama de una tragedia griega, sin embargo, la Guerra Fría lo atrapó en su rígido marco ideológico y lo sometió a la doctrina del combate al comunismo a toda costa y en todo lugar, sin reparar en medios y costos.


Que Vietnam fuera el territorio de combate de la contienda nunca declarada entre China y Estados Unidos se debió a la primera de las trampas de guerra: la falacia de pensar que mediante las acciones militares se asegura la paz y se protegen los intereses nacionales de la mejor manera posible, y que la guerra, como expresó el clásico, es la continuación de la política por otros medios.


Al “profesor” MacNamara le reclamó una vez desesperadamente Jackie Kennedy, golpeando con los puños el pecho del Secretario de Defensa, que detuviera la “carnicería” de los bombardeos sobre los vietnamitas. Su propio hijo participó en las protestas contra la guerra de Vietnam en las calles estadounidenses, las mismas en donde lo acusaron de “baby burner”.



Dado el primer paso, el de la luz verde doctrinal para la guerra, las demás trampas llegan por sí solas: no saber cuándo terminará un conflicto, contra quién se pelea realmente, y aplicar en ello dinero y vidas de soldados y civiles –amén de la destrucción material- en una escala vergonzosa.


MacNamara dejó el cargo de Secretario de Defensa en 1968, años antes del fin de un conflicto que se extendería hasta mediados de los 70. Ni lo que hizo después al frente del Banco Mundial ni su trayectoria anterior a la llegada al gabinete de Kennedy lo librarán de ser recordado, precisamente, por los bombardeos en Vietnam.


La Historia puede ser o no justa en sus apreciaciones, pero una cosa sí es segura: es implacable, y una vez que da su veredicto no hay apelación posible.


Las guerras posteriores a la de Vietnam en las que ha participado Estados Unidos le permitieron rectificar algunos de los errores cometidos allá, y reestructurar su milicia para la lucha contra enemigos no convencionales.


La Guerra del Golfo en 1991 y las de Afganistán e Iraq comenzadas en 2003 y aún en curso se pelearon sobre otras bases, en particular, que atemperaran el costo en muertes y heridas de soldados y civiles.


Pero nada de eso ayudó a Estados Unidos a prevenir efectivamente el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, ni a evitar que la lucha contra los carteles de la droga se proyectara a la escala de una guerra casi tan costosa, en todos sentidos, como la de Vietnam.


Tal vez no baste el avance tecnológico militar por sí solo para evitar o aliviar los efectos nocivos de la guerra moderna. Si persisten las causas profundas que la producen, poco podrá hacerse para maquillarlas hasta que parezcan estrellas de cine, pues en última instancia, siempre asomarán su cara terrible.


Demócratas y republicanos por igual parecen seguir atrapados en las trampas de guerra que atormentaron a MacNamara, desde el pensamiento hasta la puesta en práctica. La inercia del poderío de Estados Unidos no los deja pensar de otra manera. Lo mismo sucede con sus adversarios en todo planeta. Al final, sin proponérselo, todos son “baby burners”, guerreros perseguidos por el remordimiento.

viernes, abril 03, 2009

Gracias, Torre Eiffel



Por Rogelio Ríos Herrán



Celebrar desde México el 120 aniversario de la Torre Eiffel el 31 de marzo pasado es válido por lo que tiene de francés y de universal el monumento a la Revolución Francesa levantado por Gustav Eiffel.


“Igualdad, fraternidad, libertad” nos legaron los revolucionarios franceses del siglo 18, valores compartidos por la humanidad no obstante que persiste en nuestro mundo el autoritarismo y el desprecio por las libertades humanas.


La Torre Eiffel nos legaron los visionarios franceses del siglo 19 que, venciendo las críticas de su época (Paul Verlaine, por ejemplo, calificó despectivamente de “esqueleto de atalaya” a la Torre; Guy de Maupassant la llamó “pirámide alta y flaca de escalas de hierro”), levantaron en honor de su Revolución y para su inspiración perdurara para siempre, una incomparable maravilla arquitectónica.


La visito con frecuencia en viajes por el Google Earth y celebro el honor de haber posado un pie en ella, como tantos viajeros cuya expectación de llegar a París reside, en buena medida, en llenarse los ojos y el alma con la Torre Eiffel, divisarla desde lejos como si en el horizonte apareciera una estrella de la irrefrenable imaginación y tenacidad del hombre.


Una estrella que no es fugaz por cierto, y que requirió, nos informa EL PAIS, de unas 60 toneladas de pintura (“castaño Torre Eiffel” es el tono), para decorar 250 mil metros cuadrados de vigas.


Una estrella de Belén que trajo a 6.9 millones de visitantes en 2008, 75 por ciento de los cuales provenían de fuera de Francia.


Es la Torre Eiffel la que bien vale una misa. Desde su cima, con el Río Sena a sus pies, el observador comprende por qué la grandeza humana reside en sus obras buenas, magníficas y enhiestas por sobre la miseria de la condición humana que la encadena.


Dentro del conjunto de los monumentos europeos, la Torre Eiffel es mucho más que un rasgo arquitectónico de París para el solaz de los visitantes y turistas, al concentrar en su estructura la resistencia del espíritu francés a adversidades como la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial, y su fidelidad a las libertades políticas del hombre, anhelo no siempre bien cumplido por los gobernantes franceses.


Cuando un mexicano conoce la Torre Eiffel no se siente extraño ante la magnitud de sus dimensiones ni ante la admiración compartida universalmente que suscita. Sabe que puede verse reflejada en ella, sin ser francés, en cuanto su mensaje de invencibilidad del espíritu lo hace suyo y lo lleva consigo de regreso a su patria.


Es aquí, en el México de hoy que sufre el asedio a sus ciudadanos y sus libertades y cuando la vida humana y sus ideas de progreso y libertad parecen valer cada día menos, en donde el simbolismo de la Torre Eiffel cobra un significado con sabor mexicano: nos eleva a las alturas por encima de nuestras tribulaciones, nos da esperanza de que no estamos solos en el mundo.


No en las pirámides que representan antiguos imperios prehispánicos de sometimiento y violencia, no en los rascacielos contemporáneos de estilizados diseños que nos dejan fríos y no representan otra cosa que el poder y la opulencia de sus dueños.


Es en las alturas libres e ilimitadas de la Torre que domina la capital francesa en donde un ciudadano cualquiera, un ser humano sin poder y sin riqueza puede exaltar, sin embargo, la dicha sencilla de su condición humana en una cultura de libertad universal.


Gran logro y gran sueño que para cualquier mexicano, sumergido en la dura tarea cotidiana de salir adelante, puede parecer inalcanzable o quizá utópico, pero ahí están los símbolos universales para refutarlo.


Gracias, Torre Eiffel, por 120 años de portento.


sábado, marzo 28, 2009

HILLARY EN MONTERREY


Por Rogelio Ríos Herrán

rogelio.rios60@gmail.com

Muchas veces, la sola presencia de una figura pública es suficiente, más allá de lo que diga, para enviar un mensaje poderoso a sus receptores: aquí estoy con ustedes, parecía decir Hillary Clinton en México, en dos de sus principales ciudades (Ciudad de México y Monterrey) asediadas por el crimen organizado.


Ese gesto habló por sí mismo más que mil palabras. En particular en Monterrey, metrópoli que desde hace tres años ha visto recrudecer al crimen organizado y crecer exponencialmente las cifras de ejecuciones, secuestros y extorsiones, la visita de Hillary Clinton permitió a los regiomontanos contar con una referencia de en dónde está parada verdaderamente su ciudad: en una mala posición, es verdad, pero para salir de la cual no estará sola: contará con ello con el apoyo del gobierno de Obama.


Si en un punto hay acuerdo entre el Presidente Calderón y el Presidente Obama es en el relativo a la necesidad de hacer frente al narcotráfico. A partir de ahí empiezan los desacuerdos entre cómo hacerlo y quién lleva más responsabilidad en ello, pero me parece que después de negociaciones y acomodos se perfila una estrategia general a nivel bilateral: México seguirá enfrentando a los cárteles de la droga con el apoyo de la Iniciativa Mérida, y Estados Unidos pondrá atención a frenar el tráfico de armas a México.


Aparte de los aspectos de las controversias comerciales y la posibilidad de un acuerdo migratorio que empieza a abrirse entre los puntos de la agenda de Obama, el tema de la seguridad no admite dilaciones entre ambas naciones ni estará sujeto a otros temas.


No se puede esperar más, el crimen organizado no abre pausas de ningún tipo y la sociedad mexicana no aguanta más el hostigamiento y la violencia.


Hillary dijo, entre otras cosas, en Monterrey que la educación de los jóvenes (el principal recurso humano del narcotráfico) es la mejor manera de asegurar un futuro tranquilo para las sociedades de Estados Unidos y México, cuyas palabras llevaron ecos de aquella famosa campaña “It takes a village” de los años 90 sobre la conveniencia de que las comunidades acunaran a sus jóvenes y los educaran para tomar mejores decisiones en la vida.


Su figura serena, su semblante que refleja experiencia y agudeza, y su sonrisa cautivaron a los regiomontanos. Hillary habló fuerte y habló bien en Monterrey y venciendo la imagen negativa en los medios internacionales de la Sultana del Norte, la capital industrial del norte de México, vino a mostrar con su presencia que nadie que se proponga combatir a la delincuencia organizada estará solo en su lucha.


Lo dicho, una presencia vale más que mil palabras.

jueves, enero 29, 2009

FALSO DILEMA




Por Rogelio Ríos
rogelio.rios60@gmail.com



El hilo se tenía que reventar por lo más delgado: era insostenible la sumisión de los derechos humanos a la seguridad en Estados Unidos que prevaleció en los ocho años de gobierno republicano, era una daga clavada en el corazón de la democracia estadounidense que, con todo y sus defectos, no podía convivir en conciencia contra el ataque a los principios libertarios y de convivencia social perpetrado por Bush y su gabinete.



El flamante Presidente Obama estableció claramente desde su primer día en la Casa Blanca que rechazaba vivir bajo el falso dilema entre los ideales y la seguridad, una discusión tan viva y cercana a cada uno de nosotros en donde sea que nos encontremos en el mundo que no nos puede pasar desapercibida.



Las órdenes presidenciales sobre la prohibición de la tortura y el cierre del centro de detención en Guantánamo y otras prisiones secretas o clandestinas de la CIA en diversas partes del mundo son acciones contundentes con las cuales desde ya se pinta la raya de la presente administración en contraste con la anterior.



No más “asaltos a la razón”, como calificó Al Gore a la cruzada conservadora que en nombre de la seguridad nacional americana pisoteó su Constitución. No más utilización del aparato gubernamental para invadir ilegalmente la privacidad del ciudadano estadounidense. No más tortura como recurso de interrogación a detenidos carentes de las garantías debidas en todo proceso legal. No más barbarie judicial.



La implementación de las órdenes ejecutivas se cumplirá en plazos, por supuesto, y habrá detalles por afinar y reticencias por vencer. Pero es innegable que el espíritu que está detrás de las mismas, el de la vuelta al orden legal en la conducción del gobierno, ha detenido de golpe lo que ya equivalía a una vuelta a un orden político medieval en donde no había ciudadanos, sino súbditos, ni presidente, sino un rey de opereta con su corte y sus bufones.



La CIA en particular necesita de una profunda reestructuración en su organización, recursos humanos y procedimientos en vista de su ineficacia en la labor de inteligencia de alto nivel que apoye la toma de decisiones presidenciales en la defensa del interés nacional de Estados Unidos.



Las reiteradas fallas de la CIA en el acopio de inteligencia y su incapacidad para trabajar de manera coordinada con otras agencias de gobierno, son uno de los factores que explican, para analistas como Richard Clarke, lo que él llama los “desastres de seguridad nacional” que como el 11 de septiembre, pudieron ser evitados de haber funcionado la CIA y el FBI de manera eficiente, pues ya se sabía de los planes de los terroristas y se sabía que estaban en territorio estadounidense. Las señales de alerta, perdidas en un laberinto burocrático insalvable, no llegaron a donde tenían que llegar y el desastre ocurrió.



Poner a Leon Panetta, abogado y funcionario de impecable trayectoria en diversos puestos de alto nivel del gobierno estadounidense y una persona de aguda inteligencia, sensibilidad y capacidad analítica, es un buen primer paso para asegurarse que la Agencia Central de Inteligencia, de triste reputación en América Latina, empiece a transformarse profundamente para encarar los globales de seguridad para la Unión Americana en el siglo 21.



Guantánamo, por su parte, es apenas una señal de lo que se ve venir como un cambio largamente requerido en la relación entre Estados Unidos y Cuba que permanece como rehén de una Guerra Fría que hace tiempo concluyó y que deja sin sustento a la actual condición que aleja y enfrenta a los pueblos cubano y estadounidense mediante el encono de sus respectivos gobiernos.



Cambios geopolíticos de la mayor importancia se están gestando en el Golfo de México, en los cuales México necesariamente está presente, pues en realidad, la relación Estados Unidos-Cuba-México es un triángulo amoroso cuyos participantes no pueden vivir unos sin otros no sólo porque son vecinos geográficos en sus aguas marinas, sino porque la historia así lo ha dictado.


Barack Obama, León Panetta y Hillary Clinton habrán, pues, de maniobrar para hacer realidad las históricas órdenes dadas por el Ejecutivo norteamericano que, de cumplirse, transformarán en el corto plazo a la CIA y a la relación con Cuba, ambas instancias con repercusiones directas para México, dentro de las cuales no es menor el simbolismo de la prohibición de la tortura como recurso policiaco y de negar que los ideales deban someterse a las consideraciones de seguridad nacional, un falso dilema que también padecemos los mexicanos.



Buena suerte a León Panetta, considerado como un extraño dentro de la comunidad de inteligencia estadounidense que lo ve con recelo, en su cirugía mayor de la CIA. Los latinoamericanos se lo vamos a agradecer.




rogelio.rios60@gmail.com

sábado, enero 17, 2009

Día de Inauguración


Por Rogelio Ríos Herrán
rogelio.rios60@gmail.com


Los estadounidenses tienen una forma particular de denominar el inicio de cada administración presidencial, le dicen Inauguration day, día de la inauguración, simbolizando con ello la apertura de un nuevo gobierno como un nuevo comienzo para la vida política y económica de Estados Unidos.

En esa fecha, el ritual del cambio de poder de manera pacífica se cumple puntualmente en la democracia americana: servicio religiosos en la mañana, recorrido al capitolio, el juramento presidencial y el discurso de apertura, el primero de los cuales lo dio George Washington en 1789, entonces en la ciudad de Nueva York.

Todo debe salir a la perfección para evitar que un error o un contratiempo empañe la magnificencia de las ceremonias y el entusiasmo de la opinión pública que observa su cambio de gobierno.

Pocas veces como ahora, sin embargo, el concepto de inauguración en su sentido más amplio es perfectamente aplicable a la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y la despedida de George W. Bush de la misma. Termina una época que desde ya muchos analistas no dudan en llamar de nefasta, y se inaugura otra plena de esperanzas y expectativas por lo insólito del caso: la llegada de un político afroamericano o negro si usted prefiere, a la presidencia de la Unión Americana.
No podemos dejar de resaltar la importancia simbólica de este suceso. Es, en efecto, un día histórico para Estados Unidos y para el resto del mundo. A partir del día 20 de enero, los libros de historia quedarán obsoletos si no incluyen en sus páginas un evento que es comparable, por ejemplo, en su sentido de hazaña positiva, a la llegada del hombre a la luna en 1969.
A partir del 20 de enero, la definición de “insólito” será elevada a un nuevo estándar, una vez superada lo que parecía la infranqueable muralla racial en Estados Unidos.

A partir del 20 de enero, los pesos y contrapesos del sistema político estadounidense tendrán a un nuevo actor político en el poder ejecutivo y junto con él a una nueva generación de políticos y asesores que serán como una bocanada de aire fresco al espeso ambiente dejado por los Rumfelds y Chineys y su mentalidad conservadora decadente que costaron la vida de miles de jóvenes en el campo de batalla.
El escritor de los discursos de Obama, por ejemplo, es un joven brillante de 27 años y uno de sus asistentes personales tiene apenas 24 años y muy poco tiempo desde que le permiten entrar legalmente a los bares.

A partir del 20 de enero, sólo habrá sucesos verdaderamente extraordinarios, como la llegada del hombre a marte o la llegada de un presidente de izquierda en México, que susciten el asombro de este observador en un sentido de cambio positivo en las sociedades.

En fin, a partir del 20 de enero, después de cumplidos rituales y ceremonias, de haberse concretado el cambio de poderes en el país más poderoso del planeta y como símbolo del funcionamiento de su democracia –un lujo que otras potencias como Rusia y China, por su autoritarismo, no pueden presumir- la Historia marcará en su calendario el 20 de enero de 2009 con una gran paloma para recordarnos que no a muchos les es dado vivir una jornada célebre como esta en el curso de sus vidas.

Al despertarse el 21 de enero, hacer sus ejercicios, despedir a sus hijas que van a la escuela, a su esposa en la puerta y presentarse al salón oval de la casa Blanca a despachar, empezará para Obama el día a día político, la vuelta a la realidad sin brillo ni gloria de la crisis, las emergencias, los problemas internacionales y el ejercicio del liderazgo.

Pero, como en la canción de Serrat, por una noche se habrá olvidado que cada uno es cada cual y la fiesta presidencial se habrá celebrado en Washington bajo los ojos anhelantes de media humanidad. Ahora, Presidente Obama, a cumplir en el gobierno como se espera de usted. Buena suerte.
rogelio.rios60@gmail.com

Una visita a CDMX

Por Rogelio Ríos Herrán  Todo estaba planeado para pasar Paty y yo un domingo perfecto el 21 de abril en una visita de pisa y corre, de viaj...