sábado, enero 17, 2009

Día de Inauguración


Por Rogelio Ríos Herrán
rogelio.rios60@gmail.com


Los estadounidenses tienen una forma particular de denominar el inicio de cada administración presidencial, le dicen Inauguration day, día de la inauguración, simbolizando con ello la apertura de un nuevo gobierno como un nuevo comienzo para la vida política y económica de Estados Unidos.

En esa fecha, el ritual del cambio de poder de manera pacífica se cumple puntualmente en la democracia americana: servicio religiosos en la mañana, recorrido al capitolio, el juramento presidencial y el discurso de apertura, el primero de los cuales lo dio George Washington en 1789, entonces en la ciudad de Nueva York.

Todo debe salir a la perfección para evitar que un error o un contratiempo empañe la magnificencia de las ceremonias y el entusiasmo de la opinión pública que observa su cambio de gobierno.

Pocas veces como ahora, sin embargo, el concepto de inauguración en su sentido más amplio es perfectamente aplicable a la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y la despedida de George W. Bush de la misma. Termina una época que desde ya muchos analistas no dudan en llamar de nefasta, y se inaugura otra plena de esperanzas y expectativas por lo insólito del caso: la llegada de un político afroamericano o negro si usted prefiere, a la presidencia de la Unión Americana.
No podemos dejar de resaltar la importancia simbólica de este suceso. Es, en efecto, un día histórico para Estados Unidos y para el resto del mundo. A partir del día 20 de enero, los libros de historia quedarán obsoletos si no incluyen en sus páginas un evento que es comparable, por ejemplo, en su sentido de hazaña positiva, a la llegada del hombre a la luna en 1969.
A partir del 20 de enero, la definición de “insólito” será elevada a un nuevo estándar, una vez superada lo que parecía la infranqueable muralla racial en Estados Unidos.

A partir del 20 de enero, los pesos y contrapesos del sistema político estadounidense tendrán a un nuevo actor político en el poder ejecutivo y junto con él a una nueva generación de políticos y asesores que serán como una bocanada de aire fresco al espeso ambiente dejado por los Rumfelds y Chineys y su mentalidad conservadora decadente que costaron la vida de miles de jóvenes en el campo de batalla.
El escritor de los discursos de Obama, por ejemplo, es un joven brillante de 27 años y uno de sus asistentes personales tiene apenas 24 años y muy poco tiempo desde que le permiten entrar legalmente a los bares.

A partir del 20 de enero, sólo habrá sucesos verdaderamente extraordinarios, como la llegada del hombre a marte o la llegada de un presidente de izquierda en México, que susciten el asombro de este observador en un sentido de cambio positivo en las sociedades.

En fin, a partir del 20 de enero, después de cumplidos rituales y ceremonias, de haberse concretado el cambio de poderes en el país más poderoso del planeta y como símbolo del funcionamiento de su democracia –un lujo que otras potencias como Rusia y China, por su autoritarismo, no pueden presumir- la Historia marcará en su calendario el 20 de enero de 2009 con una gran paloma para recordarnos que no a muchos les es dado vivir una jornada célebre como esta en el curso de sus vidas.

Al despertarse el 21 de enero, hacer sus ejercicios, despedir a sus hijas que van a la escuela, a su esposa en la puerta y presentarse al salón oval de la casa Blanca a despachar, empezará para Obama el día a día político, la vuelta a la realidad sin brillo ni gloria de la crisis, las emergencias, los problemas internacionales y el ejercicio del liderazgo.

Pero, como en la canción de Serrat, por una noche se habrá olvidado que cada uno es cada cual y la fiesta presidencial se habrá celebrado en Washington bajo los ojos anhelantes de media humanidad. Ahora, Presidente Obama, a cumplir en el gobierno como se espera de usted. Buena suerte.
rogelio.rios60@gmail.com

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