lunes, noviembre 26, 2018

Año de las Caravanas






Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Yo recuerdo, en estos días, una visita que hice, en el año 2003, a Tijuana y San Diego con un grupo de periodistas mexicanos invitados por el Departamento de Estado de Estados Unidos, en la cual las autoridades migratorias que cuidaban la garita de San Ysidro nos hablaron de sus experiencias con los indocumentados.

Dos cosas que nos mostraron me dejaron muy impresionado. La primera, una serie de videos en donde se veía la forma de cruzar de los indocumentados en los 80s y 90s, antes de que se construyera un muro que empezaba desde la playa y continuaba durante varias millas hacia el desierto: se juntaban del lado mexicano grupos de cientos de migrantes y se arrancaban corriendo a pasar entre las casetas hacia el lado estadounidense.

Los agentes de migración, escasos y tomados por sorpresa, no atinaban más que literalmente a “taclear” a los indocumentados que pescaban (muy pocos, por supuesto), mientras el grueso del grupo seguía corriendo por la carretera o entre los campos.

Lo más peligroso de todo, nos decían los de la “Migra”, era que había atropellados y muertos en la carretera, pues el caos era tremendo para conductores y peatones. No había, sin embargo, uso de las armas de fuego de los agentes.

Como parte de la visita, nos subimos después a unas camionetas de Migración y enfilamos por el camino aledaño a la cerca divisoria, durante varias millas, hasta llegar a la playa. La cerca se internaba todavía algunos metros más en el agua con la vana esperanza de disuadir a los migrantes de rodearla a nado.

El contraste entre el lado americano y el mexicano era brutal. Los sensores, cámaras, reflectores y la vereda bien definida les servían a los agentes de la Migra para realizar su labor de vigilancia. Del otro lado, oscuridad casi total, sin cámaras ni agentes que resguardaran la frontera mexicana.

Había algunos puntos de reunión de indocumentados, quienes se apostaban ahí a la espera de una oportunidad para intentar saltar la cerca. Por supuesto que eran vulnerables a asaltos y vejaciones de pandilleros y criminales que hacían con ellos lo que querían.

Mike, uno de los agentes migratorios, nos contó que lo más duro que le había tocado vivir había sido la ocasión en que, recién ingresado a la Migra, en sus primeros patrullajes le tocó observar desde su lado de la frontera cómo un grupo de pandilleros violaba a una muchacha en total impunidad.

Al gritarles los agentes estadounidenses que la dejaran en paz, los pandilleros se burlaron de ellos y siguieron con la violación grupal como si nada. Mike no pudo contenerse, desenfundó su pistola y apuntó a los violadores, pero su compañero le tomó la mano y lo contuvo, no había nada que ellos pudieran hacer salvo dar aviso a la policía mexicana. Mike lloró de coraje, desde ese día quedó profundamente marcado por la realidad del cruce fronterizo.

Por eso cuando veo lo que sucede ahora en Baja California con el grupo de centroamericanos que intentan entrar como sea a Estados Unidos, comprendo que se trata de la nueva versión de un problema viejo, muy viejo, que de tanto en tanto vive escenas climáticas como las del domingo 25 de noviembre en Tijuana y las corretizas y golpes entre policías mexicanos, agentes de la Migra y los indocumentados.

No ha existido antes empatía alguna de las autoridades migratorias estadounidenses contra los indocumentados, ni la habrá hoy. La respuesta en esta ocasión ha sido de mayor dureza hacia quienes intentan acercarse a la frontera, de despliegue militar, de alambres de púas e instrucciones de uso de “fuerza letal” completamente absurdas.

No veo, por otra parte, la capacidad suficiente de las autoridades mexicanas, municipales, estatales y federales, para abordar el problema desde otra perspectiva que no sea la de la contención policiaca. Ahí se agota el esfuerzo, hasta ese punto parece llegar la comprensión del fenómeno migratorio.

No hay, en fin, quién atienda ahora oficialmente lo que sucede en Tijuana y lo que se viene para varias ciudades fronterizas mexicanas: el fenómeno de la migración por caravanas o grupos de miles de personas desde América Central, muchas de las cuales -quizá la mayoría- tendrán que quedarse en territorio mexicano.

Se nos vino encima a los mexicanos la versión nacional del gran desafío que son las migraciones internacionales, el desplazamiento de personas y la necesidad de auxiliarlos humanitariamente que agobia a muchas otras naciones, desde Alemania, hasta Colombia y Turquía, por mencionar algunos casos.

Es un fenómeno del siglo 21 ese desplazamiento desordenado de personas expulsadas de sus comunidades por la guerra, la violencia o la pobreza. México acaba de entrar apenas al nuevo siglo, al siglo de los migrantes, en este 2018 que será el Año de las Caravanas.

No estábamos preparados, no sabemos bien qué hacer, vaya ni siquiera cómo mirar a los inmigrantes: ¿son personas que necesitan y merecen nuestra ayuda por razones humanitarias? ¿Son una bola de holgazanes que no quieren trabajar, sino vivir de lo que les den?

¿Se trata de familias enteras desesperadas por huir de las amenazas y la muerte o son meramente unos padres irresponsables que arriesgan a sus hijos en un viaje aventurero?

¿Son seres humanos y personas como nosotros que buscan salir de la pobreza o son extranjeros de un nivel inferior que amenazan nuestro nivel de vida?
Cada quien deberá responder a esas cuestiones según sus principios, creencias y sentido humanitario. Lo que es ineludible para el Gobierno mexicano (el federal, los estatales y municipales) es atender el fenómeno, no evadirlo ni diluirlo en la agenda pública, tomar posiciones firmes frente a la hostilidad manifiesta de Estados Unidos en este tema y aliviar, a la altura de sus responsabilidades y el derecho humanitario, la penosa vulnerabilidad de los migrantes centroamericanos.

Hoy, desafortunadamente, no hay quien dé la cara entre las autoridades mexicanas ni quien le conteste al Presidente Donald Trump las barbaridades que dice por Twitter sobre la Caravana.

Bienvenido México al siglo 21, el de los migrantes.

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