Por
Rogelio Ríos Herrán
No
sé si justa o injustamente, pero prevalece en muchas personas la percepción de
que el Gobierno mexicano no ha tomado una posición realmente firme ante los
embates de la nueva administración de Donald Trump.
Escucho
críticas por todos lados sobre que la postura oficial mexicana es “tibia”, que
debería responderse con mucho mayor firmeza a los “insultos” y “agresiones”
verbales de Trump, en fin, que tendría una figura gubernamental de peso que
elevar una voz más crítica ante la Casa Blanca para recoger los agravios que
muchos mexicanos sienten bajo el nuevo Gobierno estadounidense.
Pero
difícilmente puede esperarse, por ejemplo, de Luis Videgaray o de Ildefonso
Guajardo, secretarios de Relaciones Exteriores y Economía respectivamente y
ambos con muchas tablas en la administración pública, que asuman posturas
radicales con las cuales pondrían en riesgo su papel clave en las negociaciones
políticas y comerciales con los funcionarios estadounidenses.
Otras
voces de analistas y expertos en la relación bilateral México-Estados Unidos
aconsejan, por su parte, recurrir al cabildeo intenso ante legisladores
norteamericanos, litigar sin descanso en sus cortes, cortejar a sus ONGs, utilizar
los foros de sus universidades como plataformas para difundir las posturas
críticas de los mexicanos, en fin, tener la mayor presencia posible en los
medios de comunicación y las redes sociales al norte de la frontera para
reafirmar las posiciones y presentar los desacuerdos que en todo México se
sienten, en particular, ante la política migratoria de Trump.
¿Cuál
es el mejor camino con Estados Unidos? ¿Confrontar o convencer? ¿Aguantarse las
ganas de reaccionar de inmediato con represalias de botepronto o guardar la
compostura y tomar la ruta larga de una batalla de las ideas?
A
la larga tendrá mayor impacto la estrategia de presentar y defender nuestros
argumentos directamente ante la sociedad estadounidense, de convencerlos en su
propio terreno y con argumentos sólidos de la justeza de nuestra causa (que se
resume en que los mexicanos son muy valiosos para la economía y la sociedad de
Estados Unidos, no unos criminales y violadores), que los beneficios de cualquier
golpe temporal que por la vía de una represalia –comercial o de otro tipo-
podamos asestar a las políticas de la Casa Blanca.
No
olvidemos jamás una cuestión de fondo entre México y Estados Unidos: la
existente asimetría o desigualdad de poder e influencia que subyace a la
relación bilateral, la cual no desaparecerá como por arte de magia por los
eventos que se susciten día a día entre ambos países.
La
asimetría y la elevada concentración de nuestra economía hacia Estados Unidos
no son realidades que benefician al poder negociador de los mexicanos, es verdad,
aunque ciertamente no nos ponen de rodillas ante nadie.
Lo
que digo es que no debemos perder la cabeza ante Donald Trump. Presidentes van
y vienen tanto en México como en Estados Unidos y ninguno de ellos, por más
ominosas que sean sus políticas, van a alterar un hecho fundamental: somos
vecinos geográficos que viviremos por siempre uno al lado del otro, nadie se va
a mudar a otra parte. Es mejor para todos, entonces, tratar de entendernos y de
vivir en paz.
Una
cosa es segura: elevar el tema de México a un lugar prioritario en la opinion pública
estadounidense es nuestro principal reto, una batalla que se pelea con la
fuerza de las ideas y de los argumentos y
que será posible de lograr si hacemos los mexicanos –como usted y yo- el gran
esfuerzo de involucrarnos y participar activamente en ello, algo que siempre
nos cuesta mucho trabajo.
De
otra manera, si nos abandonamos a la inercia de las cosas, a dejar pasar lo que
venga, pesará sobre nosotros el poderío de nuestro vecino del norte. Por lo
menos, no nos pongamos nosotros mismos de rodillas, busquemos a quienes dentro
de Estados Unidos son afines y solidarios con nuestras posiciones y peleemos
por ese conducto nuestra batalla sin armas: el poder de la argumentación y del
debate. A eso no nos podrá ganar nadie.
rogelio.rios60@gmail.com
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