domingo, enero 22, 2023

México: ¿es imposible ser tolerantes?




Por Rogelio Ríos Herrán

 

Sabemos que estamos en problemas, como individuos y comunidad, cuando la convivencia desaparece prácticamente de nuestra vida diaria. Los amigos se alejan, la familia no disfruta más las reuniones que antes eran una fiesta. Las conversaciones en cafés y restaurantes, cuando están presentes desconocidos o personas con las cuales hemos tenido poco trato social, son restringidas por el temor a provocar una conflagración verbal entre los presentes.

 

La causa inmediata y más visible es, por supuesto, el discurso público que fomenta la división entre los actores políticos, las clases sociales y los grupos de poder. A partir de 2018, con la llegada del partido Morena y su candidato a la presidencia mexicana, las palabras de odio y encono han fluido desde el presidente en la cumbre hasta el simple militante morenista en las calles. Como la gota de agua que erosiona la roca, las palabras encendidas han erosionado a la sociedad mexicana.

 

No me ciego, sin embargo, al hecho de que ese discurso de división y odio viene de mucho más atrás que el año 2018. Otros actores políticos lo han utilizado, con mayor o menor éxito, en épocas diversas: Lázaro Cárdenas, Luis Echeverría, Vicente Fox, Felipe Calderón y, en el presente, Andrés Manuel Lopez Obrador.

 

No podía ser de otra manera con AMLO, pues su formación política, su mentalidad y recursos de acción, se forjaron durante su larga militancia en el Partido Revolucionario Institucional. Es evidente su afinidad con las palabras y modos de Luis Echeverría, por ejemplo, y obtuvo su escaso repertorio de ideas políticas de otro priista: Enrique González Pedrero, ex gobernador de Tabasco.

 

El recurso al odio verbal funciona cuando lo utilizan los candidatos a la presidencia durante sus campañas electorales: “Es Echeverría o el fascismo”, “AMLO es un peligro para México”, “la mafia del poder”, etcétera. Seguramente, usted recordará estas y otras frases más que cautivaban a muchos electores.

 

Una vez en el poder, el recurso polarizante pierde su utilidad y se vuelve contra sus creadores. Como moderno Frankenstein, el discurso de odio atrapa al flamante candidato y no lo suelta, pero lo que servía para competir en las elecciones se vuelve una receta segura para el fracaso en la administración pública una vez alcanzado el poder y las riendas del gobernante.

 

Por esa razón (y otras más) a López Obrador le fue imposible renunciar a sus palabras de odio y veneno en sus discursos públicos, pues no conoce otra forma de expresión. El antecedente de lo que hoy vemos en él como sus perores características (es agresivo, insultante, mentiroso y opaco) lo exhibía desde su cargo como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, pero la sociedad no lo recordó o no lo supo leerlo en su momento.

 

Lo mismo pasó con los demás presidentes mencionados. Calderón, por ejemplo, recurrió a la frase “AMLO es un peligro para México”, la cual le ayudó a ganar la elección, pero a un precio muy elevado: la polarización del electorado en dos bandos encontrados e irreconciliables. Desde el 2006 se puede trazar más clara y visiblemente lo que ha sido un reino de la intolerancia entre los mexicanos que amenaza no sólo con amargar sus existencias cotidianas, sino acabar, como lo pretende Morena, con la democracia tal como la conocemos. Sí, tres décadas de lento y penoso avance democrático se encuentran en grave riesgo.

 

En un país de casi 130 millones de personas como el nuestro, es ilusorio e irracional pensar, como lo hace el partido gobernante, que sólo hay “conservadores” y progresistas”, que la corrupción se acabó, que “la mafia del poder” le impide gobernar a AMLO, qué hay que defender al presidente a toda costa y sin críticas. 

 

No es así como se disipará la polarización. Es preciso practicar la tolerancia en privado y en público para que podamos disipar la bruma del odio y la intolerancia. La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) nos marcó el rumbo conceptual desde 1995 con su Declaración de Principios sobre la Tolerancia. Vean ustedes:

 

“La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad, de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz.

 

“Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás, en ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales. La tolerancia han de practicarla los individuos, los grupos y los Estados.”

 

Para el recién llegado año de 2023, me propongo practicar el consejo de la UNESCO: “la tolerancia consiste en la armonía en la diferencia”. Yo digo que sí es posible recuperar la tolerancia entre los mexicanos.

 

Rogelio.rios60@gmail.com




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