lunes, enero 16, 2023

Inteligencia Artificial: ¿plagio o motivación?

 




Por Rogelio Ríos Herrán

 

En una comida entre amigos y ex compañeros de la época universitaria en El Colegio de México, celebrada en la CDMX el 15 de enero, resaltó entre lo platicado el tema del plagio de textos y la deshonestidad intelectual, a raíz del sonado caso en México de Yazmín Esquivel, ministra de la Suprema Corte de Justicia, quien plagió una tesis de licenciatura para presentarla como propia y obtener su grado de Licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

 

Mis amigos presentes en la comida son profesores universitarios y han dedicado buena parte de sus vidas a formar alumnos inteligentes e íntegros en los salones de clases. Yo mismo he sido profesor de cátedra o asignatura en la Universidad de Monterrey (UDEM) y el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Coincidimos todos en un punto: el plagio de textos, ideas y trabajo ajeno, es inadmisible y demuestra deshonestidad intelectual. Nuestro rechazo a esa práctica es tajante y creemos que debe ser castigada.

 

Mientras se desarrollaba la sobremesa, sin embargo, se contaron experiencias y ejemplos de casos en los que percibir el plagio y exhibirlo se vuelve complejo por sus consecuencias: para cualquier institución académica, se convierte en un problema mayor determinar un plagio y anular, por consecuencia, el grado académico otorgado para una licenciatura o un posgrado. 

 

El problema se complica, además, cuando el plagio se detecta a quienes ya ostentan grados como doctorados años y son “pillados” en el robo de textos o ideas: el desprestigio no es sólo para sus personas, sino para las instituciones en donde se formaron.

 

Al día siguiente, leí en el New York Times un artículo muy interesante sobre un nuevo desafío tecnológico que eleva el plagio a otro nivel de sofisticación: los textos redactados por la inteligencia artificial generativa que usan los alumnos universitarios para cubrir las tareas y exámenes de sus cursos.

 

El artículo, firmado por la periodista Kalley Huang, menciona casos de académicos y directivos universitarios en Estados Unidos que se enfrentan a la novedad de ChatGPT, un “robot” de inteligencia artificial que genera textos a a partir de los insumos temáticos con que un alumno lo alimenta. Los textos así generados los presentan los alumnos como ensayos propios para sus cursos, incluso cuando se trata de resolver exámenes de opción múltiple. ¿Se imaginan ustedes el dolor de cabeza para los profesores?

 

Puesto que no hay normatividad en las universidades para cubrir esas eventualidades, los directivos y maestros andan a tientas y resolviendo caso por caso lo que debe hacerse. Por lo pronto, los profesores entrevistados por Huang coinciden en empezar a cambiar el balance de lo que exigen a sus alumnos: menos ensayos escritos, más exámenes orales; o bien, contestar por escrito de manera presencial, ya sea en letra manuscrita o en computadoras restringidas especiales para tal fin. ¿Suena eso como escribir en una celda de prisión? Así parece, pero es el antídoto conocido hasta el momento.

 

En el Dallas Theological Seminary, el Sr. John Dyer, vicepresidente de tecnologías educativas, actualizó el código de honor de la institución para incluir esta definición de plagio: “usar texto escrito por un sistema de generación como texto propio, por ejemplo, ingresar un comando en una herramienta de inteligencia artificial y utilizar el producto en un escrito”.

 

No es “Copy & Paste”, como antes se estilaba, sino que herramientas como el ChatGPT realizan una búsqueda sobre el tema académico pedido, consultan libros y revistas de referencia, y redactan un escrito sobre lo consultado y lo solicitado específicamente por el alumno, todo ello en segundos o pocos minutos. Impresionante, ¿verdad? sin duda alguna.

 

No sé en qué termine esta tendencia y si será posible regularla del todo. De mi parte, coincido con los profesores consultados en la nota del NYT en la necesidad de estar más cerca de los alumnos, conocerlos a lo largo del curso y saber qué esperar de ellos, lo cual implica volver a herramientas tradicionales en la educación: los exámenes orales, las intervenciones en clases, la convivencia en pasillos y cafeterías, todo aquello que nos permite a los profesores darnos una idea precisa de la personalidad y capacidad de cada alumno, de cuál es su mejor forma de expresión (¿oral o escrita?) y hasta de cómo es su letra manuscrita, algo que ningún “robot” jamás podrá replicar ni plagiar. Bueno, ¡eso espero!

 

Rogelio.rios60@gmail.com

@rogelioriosherran

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