No es un debate lejano ni mucho menos ajeno al
ejercicio del periodismo en México el que se despliega en Estados Unidos entre
el Presidente Donald Trump, su staff de comunicación en la Casa Blanca y los
medios de comunicación estadounidenses.
El pasado 15 de agosto se publicaron en cientos de
periódicos de todos tamaños, colores y sabores en la Unión Americana, a
petición del diario The Boston Globe, editoriales en contra de las
declaraciones del Presidente Trump sobre que los medios difunden “fake news”
(noticias falsas) y los periodistas son nada menos que “enemigos del pueblo”.
Es increíble que un mandatario estadounidense no sólo
pensara, sino que dijera públicamente tal cosa. La respuesta no se hizo esperar
en forma solidaria entre medios y periodistas norteamericanos: una defensa
fraternal, sólida y firme de la libertad de prensa como elemento fundamental para
la democracia.
Fue tan elocuente la respuesta de los periodistas a la
crítica de su Presidente y su equipo de la Casa Blanca que no dejó duda alguna
de que la libertad de prensa, de criticar y señalar, de revelar la corrupción y
la incompetencia, son tareas periodísticas que no serán frenadas por ningún
político, aunque sea el Presidente de Estados Unidos: no alcanza su poder a poner
freno al periodismo libre.
No es ajena al periodismo mexicano esta lucha por la
libertad de expresar, criticar y señalar. No se escuchan tal vez públicamente críticas
de los gobernantes a los periodistas en el mismo tono que hizo Trump, pero eso
no quiere decir que no existan y que no se intente por cualquier forma posible
influir o censurar la información que aparece en los medios.
No es un día de campo hacer periodismo en México. Me
refiero a los reporteros, editores y dueños de los medios que se atreven a
tomar distancia del poder para ejercer sus críticas, pues sufren las
represalias a sus actos de muchas sutiles -y no tan sutiles- maneras.
No importa si es un gobierno municipal, estatal o el federal.
No se trata de que gobierne tal o cual partido de tal o cual ideología, si es
de derecha, de centro o de izquierda. Cualquiera de ellos querrá siempre
controlar lo más posible a los periodistas, influir en las notas que se publican,
frenar los reportajes que revelen corrupción o incompetencia. Sucede aquí, en Estados
Unidos y en China. Es el pan de cada día del oficio.
En el editorial publicado por el New York Times (“La
prensa libre te necesita”) en apoyo al Boston Globe se menciona algo muy
cierto: “Estos ataques a la prensa son particularmente amenazantes para los
periodistas en naciones con un estado de derecho menos seguro y para las
publicaciones más pequeñas en Estados Unidos, de por sí golpeadas por la crisis
económica de la industria (editorial). Sin embargo, los periodistas de esas
publicaciones continúan haciendo el trabajo duro de hacer las preguntas y
contar las historias que de otra manera nunca se escucharían”.
La prueba de fuego para el nuevo Gobierno nacional que
se instalará en México a partir del 1 de diciembre será la de su actitud ante
la tarea periodística de cuestionar, revelar y criticar la actuación pública de
los gobernantes.
Que sea un gobierno proclamado de izquierda no es, por
ese solo hecho, garantía alguna de que se respetará la libertad de prensa. No
se da eso por sentado. Se tiene que demostrar en el día a día, en la
transparencia y la rendición de cuentas, pero sobre todo en el convencimiento
íntimo – no de dientes para afuera- en Andrés Manuel López Obrador, su equipo
de gobierno y círculo cercano de que ‘los periodistas no son el enemigo’.
No son el enemigo, tampoco el amigo. Sólo déjenlos
trabajar libremente: es todo lo que piden.
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