Por ROGELIO RÍOS HERRÁN
A un mes de la jornada electoral del 1 de julio, tal
vez el saldo más notorio sea que las divisiones entre los mexicanos respecto a
sus preferidos y preferencias políticas no se han superado.
No importa qué tanto llamen Morena y AMLO a reconciliarse,
a la unidad de objetivos y a participar en una causa común, la respuesta de la
sociedad mexicana es la misma de siempre: los ganadores celebran y se burlan de
los perdedores; los derrotados no dan, ni darán, su brazo a torcer.
Hablar de “ganar” y “perder” es una buena parte del
problema. Como si fuera un partido de futbol, el ganador festeja frente a la
tribuna con cantos a sus seguidores y “cortes de manga” a los vencidos.
Para todo propósito práctico, ganadores y vencidos dan
por terminada la participación ciudadana el 1 de julio. Ya votaron, ya nos
dieron el poder, muchas gracias, se pueden retirar a sus casas y nosotros nos
encargamos de ahora en adelante.
Nos ganaron esta vez, piensan los demás, pero ya
tendremos la revancha en la próxima elección. Se desaparecen de la arena
pública no sólo los candidatos derrotados, sino los millones de votantes que
los apoyaron.
Ese sentimiento de confrontación, de sorna (“ya les
ganamos, ¡supérenlo!”) y de repliegue de tantos mexicanos es más que evidente
en las redes sociales.
A la menor crítica al proceso de transición, a las
propuestas de funcionarios (como la polémica en torno a Manuel Bartlett) o al
ritmo frenético de una transición apresurada, se vuelcan los insultos y
epítetos de seguidores y simpatizantes morenistas contra quienes osaron
levantar sus voces de desacuerdo, como en los casos de Manuel Clouthier y Gael García.
La noción de la democracia queda reducida a lo
electoral: ya votaron, ya “decidieron”, tenemos carta blanca para hacer lo que queramos.
Los ciudadanos se van a sus casas hasta que se les requiera en la próxima
elección.
No debe ser así. La crítica y la disidencia no se
acabaron el 1 de julio, los votos no se sufragaron para apagar voces, sino para
elevarlas.
La calidad de las personas y de las organizaciones
políticas se mide por su aceptación de la crítica, por la tolerancia a la
diversidad de opiniones. En una palabra: por el respeto a la democracia misma
al no limitarla a los votos en una urna, sino entenderla como una forma de
convivencia social -la más elevada- entre los mexicanos.
A un mes, falta mucho camino por recorrer.
rogelio.rios60@gmail.com
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