Por Rogelio Ríos Herrán
Leí con mucho interés la obra del historiador Luis
González, “Los Artífices del Cardenismo”, publicada por El Colegio de México
como el tomo 14 de su “Historia de la Revolución Mexicana. Periodo 1934-1940” (México, 1979), porque no ha dejado de darme vueltas por la cabeza la idea de que las
propuestas y el espíritu de la “Cuarta Transformación” que proponen AMLO y su
partido Morena para México -cuando tomen posesión del gobierno nacional el 1 de
diciembre- tienen un aire de nostalgia cardenista.
La transformación propuesta por los morenistas es la
de lograr un México soberano y desarrollado a partir del rechazo del modelo
económico neoliberal que nuestro país ha seguido, por lo menos en las últimas
tres décadas, y la recuperación de las raíces nacionalistas del desarrollo
nacional.
Más que avanzar hacia algo nuevo, se propone recuperar
lo que supuestamente ya se tenía y se perdió en el camino: la soberanía y manejo
plenos del petróleo (a partir de la expropiación petrolera de 1938), la
intervención determinante del Estado en la economía, la política social intensa
que compense a los más vulnerables, contener la corrupción y el dispendio de
recursos públicos, etcétera.
En su libro (y otras obras más que ha escrito sobre el
cardenismo) Luis González explora los fundamentos del liderazgo de Lázaro
Cárdenas en el sexenio 1934-1940 en que fue Presidente de la República (los
años en que se formaron las instituciones que dieron cara a México tal como lo
conocemos hoy) y el intento del gobierno cardenista de revertir la
vulnerabilidad de México haciéndolo un país soberano, protegido frente al
exterior y dispuesto a sobrevivir con sus propios recursos.
Al respecto, vale la pena considerar esta cita de
González:
El
gobierno (cardenista) tenía ideales y no sólo de la reforma agraria y
persecución religiosa. Incesantemente predicaba el ejercicio de la Constitución
de 1917, suma de los propósitos de los hacedores de la revolución mexicana. En
el orden económico, los fines gubernamentales solían resumirse en seis puntos:
1) nacionalismo o economía propia, autónoma, dirigida y actuada por mexicanos;
2) colonización o conquista para la agricultura de las tierras ociosas; 3)
industrialización o revolución industrial como la que había hecho ricos y
poderosos a los países que lo eran; 4) sustitución de la economía de
autoconsumo por la economía de compraventa, y comercio exterior limitado a la
compra de maquinaria y equipos de trabajo y a la venta de manufacturas, y sólo
transitoriamente a la de materias primas; 5) subida de jornales, y 6)
entrometimiento del estado en todas las ramas y en cada uno de los instantes de
la vida económica, ya como empresa encargada de producir energéticos y de hacer
caminos de fierro y asfaltados, ya como aviadora de empresas particulares, ya
como encargada de la policía y regulación de los varios elementos que
intervenían en la manufactura de bienes materiales. En el orden social, la
ideología del poder revolucionario se proponía suprimir los desniveles sociales
por medio de la reforma agraria, el fomento del sindicalismo, el arbitraje
entre el capital y el trabajo y otras formas de tutela en beneficio de las
clases trabajadoras y desvalidas (p. 77-78).
Las similitudes entre el cardenismo y el morenismo son
evidentes. Por supuesto, el México de hoy es muy distinto al de los años 30 del
siglo pasado, pero más allá de las circunstancias de época perdura la afinidad
ideológica en torno al nacionalismo económico, principalmente en la cuestión
del petróleo: recuperarlo para los mexicanos, revertir la participación privada
o extranjera en su explotación, etcétera, lo cual fue uno de los debates más
intensos durante el sexenio cardenista.
Qué tanto podrá el gobierno morenista reimplantar un
modelo de desarrollo nacionalista en el mundo globalizado del siglo 21 y con la
economía mexicana fuertemente entrelazada al exterior, eso está por verse y
dependerá no solamente de la voluntad política del gobernante en turno, sino de
que las circunstancias lo favorezcan y que su liderazgo convenza a la sociedad.
Lázaro Cárdenas apostó todo, la estabilidad de su
gobierno y su permanencia en el poder, a la expropiación petrolera en 1938. Tenía
preparado el michoacano un plan para incendiar los pozos petroleros en caso de
una intervención militar estadounidense antes que entregarles el petróleo,
además de su renuncia y salida del país si era necesario en caso de conflicto,
como bien lo documenta Luis González.
Así de extrema fue la situación con Cárdenas, quien al
final ganó la apuesta nacionalista y se convirtió en leyenda.
¿Cómo le irá a Andrés Manuel López Obrador con su
propia apuesta? Lo veremos a partir del 1 de diciembre.
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