Por Rogelio Ríos Herrán
Me llamó poderosamente la atención el comentario de
Margarita Jin, durante una conversación que sostuvimos recientemente, al decirme
que coreanos y mexicanos sí tienen algo muy fuerte en común: el amor a vivir en
familia, a incluir no sólo a padres e hijos, sino abuelos, tíos, primos,
etcétera en la vida familiar. Todos tienen su lugar y hay una manera de dirigirse
a cada uno de ellos.
Por eso el concepto de “amigo” se dice en idioma
coreano de varias maneras dependiendo de a quien le hable uno: a una persona
mayor, a alguien de la misma edad o a alguien más joven.
Margarita dirige la Escuela de Coreano en Monterrey,
la cual agrupa a más de 100 alumnos de los grados de preescolar desde 4 años, primaria y secundaria, y
que visité como parte del interés del Instituto de Política y Economía
Corea-México en difundir la cultura coreana. Son hijos de familias de coreanos residentes en el área
metropolitana de Monterrey, incluyendo a hijos de matrimonios binacionales:
padre coreano-madre mexicana o madre coreana-padre mexicano.
Su objetivo, según me explico la directora Jin, es reforzar
cada sábado del ciclo escolar su identidad coreana, su historia, cultura,
normas de convivencia, idioma, geografía. Eso es adicional a la educación que
los niños coreanos reciben en escuelas mexicanas de lunes a viernes.
La experiencia de asistir a la Escuela (establecida
desde 2004), ubicada actualmente en la sede de la Iglesia Coreana de Monterrey gracias
a la generosidad de su Pastor, es muy importante para los niños coreanos de
padres itinerantes que trabajan fuera de su país para empresas o el gobierno
coreano.
La escuela no persigue fines de lucro, sino cumplir su
misión de enriquecer el lazo cultural que une a cada coreano, desde su
nacimiento, con su Madre Patria. Las maestras que atienden a los niños son
voluntarias y una parte de sus recursos provienen del Gobierno coreano, además
del esfuerzo local por sostenerla.
Al final, un mejor entendimiento de la identidad
cultural propia nos lleva a la mejor comprensión e integración a la cultura del
país a donde vayamos a vivir por las razones que sean.
Lo que se hace en la Escuela de Coreano de Monterrey
ayuda a los niños coreanos y a sus padres a entender mejor sus raíces y a
comprender las semejanzas y diferencias con los mexicanos para que al final se
establezca ese puente cultural al que Corea y México aspiran.
No es fácil lograrlo. Los coreanos, me comenta Margarita,
tienden a ser más bien conservadores en su mentalidad, les cuesta trabajo
confiar de entrada en los demás, debido a las experiencias que han tenido en
otras naciones a lo largo de su historia.
Pero una vez otorgada esa confianza, los mexicanos
saben que cuentan con socios y amigos leales y para muchos años. Sí, algo así
como lo que el “compadre” es para un mexicano.
La educación básica es fundamental para que los niños
coreanos echen buenas raíces. Hay un dicho en Corea, me dice la directora Jin, que
expresa que lo que se aprende mal a los tres años, ¡dura hasta los 80 años! En
México diríamos: “árbol que nace torcido nunca su rama endereza”.
El proyecto de la Escuela necesita dar otros pasos, comenta
su directora: conseguir un local propio con un patio escolar y otras áreas de actividades para atender el crecimiento de la comunidad coreana y el aumento
de la demanda de educación para los niños coreanos.
Me despedí de Margarita, los niños y niñas coreanos y maestras
con la novedad de haber conocido algo insospechado en Monterrey;
una Escuela de Coreano que refleja el espíritu de trabajo y perseverancia que
caracteriza a los coreanos y que es su aportación a las comunidades a las que
llegan fuera de su país.
En Mérida, Yucatán, según me comentó Margarita, hay
otra escuela coreana y el Ayuntamiento de la ciudad inauguró en diciembre de
2017 la “Avenida República de Corea” en conjunto con la Asociación de los
Descendientes Coreanos de Yucatán, en conmemoración de la primera inmigración
de más de 1000 coreanos en 1905 y como reconocimiento local a las raíces que
echaron los coreanos en la hermosa capital yucateca. En Monterrey, pregunto,
¿cuándo tendremos una calle con ese nombre?
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