domingo, febrero 03, 2019

Migrantes: ¡que ruede el balón!






Por Victoria Ríos Infante



Las canchas de futbol en los albergues de atención a población migrante constituyen no sólo espacios para la recreación y el esparcimiento físico, son también espacios terapéuticos. La presencia de un balón de futbol en contextos de crisis es igual de valiosa que la presencia de especialistas en temas de salud física y mental: es el mejor complemento a los anteriores.



Los balones son los juguetes que se quedan con el niño y la niña interior que los adultos llevan dentro. Son bolas de cuero sintético que nos hacen soñar mientras las tenemos cerca. Y, cosa importantísima, no sólo alimentan los sueños y la imaginación de hombres, sino también de muchas mujeres.



“Estoy practicando, tal vez algún día sea una profesional…” Escuché decir en Tijuana a una mujer que cabeceó el balón por más de hora y media. Hombre, tras hombre pasaba para hacerle mancuerna y ella, incansable, seguía dándole vuelta a cada uno. Agachándose e impulsándose con estilo, con técnica, con fuerza. La misma fuerza que seguramente le llevó a salir de Honduras, atravesar todo México y llegar hasta esta ciudad fronteriza. “Esa catracha vale oro”, murmuraba un cúmulo de hombres que se reunían para presenciar la cátedra que la mujer daba con el balón.



En El Barretal (Tijuana, Baja California), un recinto de espectáculos adaptado como albergue temporal de cientos de migrantes hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses, unos jóvenes de la caravana migrante peloteaban la bola y disfrutaban lucirse con los pies, mientras esperan su número para pasar a Estados Unidos a solicitar asilo.



Jon y Noé tenían meses, si no es que años, sin poder jugar futbol como solían hacerlo cuando eran más pequeños. La dura rutina de trabajo, la escuela, no les permitía ya tener espacio para “cascarear”. La charla, que inició con la nostalgia del deporte, trascendió en el estigma que cargan como jóvenes cuando los tachan de criminales y holgazanes; mientras uno era estudiante de agronomía, el otro deseaba iniciar una carrera como ingeniero antes de sumarse a la caravana.



“Lo extrañaba muchísimo, jugar…”, decía un joven migrante, por eso, los balones en El Barretal les llenaban las piernas, el pecho, la cabeza y el corazón de felicidad.



Podrá parecer algo pequeño, pero una cancha o un balón pueden cambiar totalmente la vivencia de un espacio de atención a personas migrantes: “Las canchas de los albergues que he estado, ¡púchica! créame que, para desestresarse, yo allá la pasaba feliz, al principio jugaba todos los días. El torneo de los sábados, ¡púchica! todo mundo lo esperaba con ansias, y me acostumbré a eso” narra Javier sobre su experiencia en La 72 (en Tenosique, Tabasco), en el sur del País, contrastando esa experiencia con la de los albergues de la frontera norte.



“Lo primero que pregunté yo aquí fue: aquí no hay una cancha ni nada, porque es la única forma de poder hacer ejercicio, y a la vez poderse distraer de este camino tan duro y tan largo”, concluyó.



Todo esto lo reflexiono mientras en Tijuana me siento como en casa cuando coreo con la barra de mi equipo Tigres “¡aquí no existen fronteras, vamos a donde sea!”, en un partido de futbol contra Xolos de Tijuana, y festejo el gol de dos migrantes (un francés y un chileno, jugadores de Tigres) que en Monterrey son abrazados sin peros -al menos por la mitad de la ciudad. Mientras las copas de oro nos llenan de alegrías, estos balones —los que se pasean por los incansables pies migrantes— son los balones de la esperanza, son medicina para el cuerpo y el alma.






Victoria es migrante permanente, Licenciada en Estudios Internacionales (Universidad de Guadalajara), estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales (ITESM Campus Monterrey). Ha colaborado con organizaciones y redes especializadas en el estudio y atención de la migración.




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