La frase de López Obrador de que “yo pido 90% lealtad y 10% capacidad” (palabras más, palabras menos) para seleccionar en su momento a los funcionarios, con todo el cinismo que conlleva, se aplica bien en el caso del nuevo presidente norteamericano.
Por Rogelio Ríos Herrán
Dice una conseja popular que “los extremos se tocan”, lo cual es una forma de decir “Dios los crea y ellos se juntan”, cuando de ideólogos fanáticos estamos hablando.
En la última semana de enero, el desfile de candidatos a cargos de alto nivel en el gabinete del Presidente DC Donald Trump (DC por delincuente Convicto) ante los Comités del Senado de Estados Unidos, es un carnaval de la ineptitud política.
Uno no puede menos que horrorizarse al contemplar cómo el aspirante a Secretario de Salud de Estados Unidos, Robert Kennedy Jr. (hijo de Bobby Kennedy) o Tulsi Gabbard, quien pretende dirigir el FBI, no solamente son notoriamente incompetentes para los cargos, sino que exhiben sin pudor su único mérito: la subordinación incondicional a Trump.
Kennedy Jr, fue descalificado públicamente el 29 de enero por su prima Caroline Kennedy, quien ha ocupado cargos diplomáticos a nivel de Embajadora de Estados Unidos, al exhibir sus pasadas adicciones a drogas y alcohol y, sobre todo, una personalidad violenta y estrambótica, además de ignorancia llana en temas concretos sobre los que fue interrogado por los senadores.
Claro, Bobby Jr., recurrió a su exaltado patriotismo, a explotar la memoria de su padre y de su tío John, y a rendir pleitesía al DC Trump como las mejores cualidades para que lo ratifiquen en la chamba.
Podría seguir en la lista de aspirantes a funcionarios sin méritos, pero bien conectados a la ubre trumpista, pero al ver la defensa a ultranza de los aspirantes que hacen los senadores republicanos, me di cuenta de que todo es una farsa, a pesar de la solemnidad del Senado de Estados Unidos.
No importan los méritos, sino la lealtad al jefe máximo, por eso serán ratificados.
La frase de López Obrador de que “yo pido 90% lealtad y 10% capacidad” (palabras más, palabras menos) para seleccionar en su momento a los funcionarios, con todo el cinismo que conlleva, se aplica bien en el caso del nuevo presidente norteamericano.
Lo que sucedió en 2018, cuando se formó el primer gobierno nacional morenista, bajo el criterio obradorista mencionado, se repitió en 2024 al decidir la presidente Sheinbaum reciclar a varios secretarios de estado del sexenio anterior, más algunas pocas designaciones que tuvo libertad de decidir.
En esencia, se mantiene bajo el “sheinbaunato” el mismo criterio que bajo el obradorismo: en mi gabinete, mientras más serviles, mejor. La capacidad la dejamos para después, faltaba más.
El hilo que une a los movimientos MAGA (“Make America Great Again”) y MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) es delgado, pero resistente: es el hilo de la complicidad.
Si los anteriores militantes demócratas Robert Kennedy Jr. y Tutsi Gabbard se volvieron militantes y defensores destacados de MAGA, todos sus pecados son perdonados en tanto repitan el “Evangelio de Trump”.
Si los antiguos militantes priistas, perredistas o panistas que forjaron un prestigio negro de corrupción y complicidades se adhieren a MORENA, sus trapacerías se tiran al basurero de la historia en tanto difundan el “Evangelio de Andrés Manuel”.
No dude usted, estimado amigo, que si Robert Kennedy Jr., se viniera a México sería morenista empedernido y, viceversa, Mario Delgado pasaría como un destacado militante de MAGA y trumpista de hueso colorado, no se diga Manuel Bartlett, ¡Ah, perdón! Don Manuel nunca cruza a los Estados Unidos.
Es verdad, los extremos se tocan entre güeros y morenos. Por eso los morenistas le contestan a los MAGAs, cuando los amenazan con el petate del muerto, lo que cantaba Lupita D’Alessio: “te pareces tanto a mí, ¡que no puedes engañarme!
¡Cuánta razón tenía La Leona!
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