miércoles, octubre 29, 2025

CLAUDIA: LA SORDERA HEREDADA

Si Andrés Manuel decía que él “tenía otros datos”, era por su sordera. A Claudia no le he escuchado esa frase, bien por ella, pero, con su actitud y su desempeño en las conferencias de prensa matutinas, parece decir: yo vivo en otro mundo.


Por Rogelio Ríos Herrán


Fingir que no se escuchan las críticas y señalamientos de los ciudadanos, ha sido una costumbre añeja de los gobernantes mexicanos para evitar la molestia de que les señalen su incompetencia, corrupción y arrogancia.


Andrés Manuel López Obrador se formó en esa tradición de “sordera institucional", por llamarla de algún modo. Nació, creció y se nutrió de esa costumbre nefasta que Carlos Salinas de Gortari resumió en su famosa frase: “ni los veo, ni los oigo”, al referirse a los opositores a su gobierno.


Ojos que no ven y oídos que no escuchan, corazón que no siente, parafraseando el sabio refrán.


A partir de 2018, cuando llegó al poder junto con su partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), López Obrador retomó la frase de Salinas de Gortari y la llevó al extremo de, en efecto, no atender las críticas como el rasgo central de su liderazgo político.


La sordera institucional como política de Estado, ni más ni menos. 


La herencia del “Mesías Tropical” a Claudia Sheinbaum, quien lo sucedió en la presidencia de la república tras una elección cuestionada en 2024, incluyó el punto número uno del manual político de López Obrador: no ver ni oír a los opositores.


Claudia, nada despistada, extendió el alcance de su sordera institucional más allá de la esfera política (partidos políticos, diputados, senadores, gobernadores, etcétera) hasta cubrir a la sociedad civil y, por increíble que parezca, a los medios de comunicación que observan su gobierno.


Lo de Sheinbaum es impresionante: no escucha ni a las mujeres mexicanas, quienes aportan la mitad de los votos en el padrón electoral y encabezan poco más de la mitad de los hogares mexicanos como jefas de familia.


No se ha reunido personalmente, por ejemplo, con las organizaciones de madres buscadoras que encuentran fosas clandestinas y desentierran, por sus propios medios, a sus hijos y esposos desaparecidos. Ni las ve ni las oye.


En una ocasión en que el periodista regiomontano Plácido Garza conversó con Elena Poniatowska en su casa en la CDMX, la periodista y escritora le comentó tres rasgos de personalidad de López Obrador que nos ayudan a entender el origen de la sordera de Claudia:


  1. El principal defecto de López Obrador es que no le gusta trabajar con quienes piensan diferente a él.

  2. El papá de Morena (AMLO) suele sumar aliados bajo su estricta conveniencia y cuando considera que ya no le son útiles, se deshace de ellos.

  3. Andrés Manuel tiende a perder el oído, esto es, no escucha y con eso se encierra en sí mismo.


Viniendo de Elenita, cuyo certificado de periodista crítica y afín a la izquierda es intachable, sus certeros señalamientos sobre los defectos terribles de López Obrador, podemos entender con mayor claridad el tipo de liderazgo político de Claudia.


Al encerrarse en sí misma, ella pierde la noción de la realidad y se vuelve impermeable a cualquier voz que no sea la de su círculo cercano.


Si Andrés Manuel decía que él “tenía otros datos”, era por su sordera. A Claudia no le he escuchado esa frase, bien por ella, pero, con su actitud y su desempeño en las conferencias de prensa matutinas, parece decir: yo vivo en otro mundo.


Hay otro aspecto que contribuye a su sordera y desapego de la realidad.


De joven, tuve la oportunidad de trabajar en una oficina de asesoría de la Secretaría de Hacienda ubicada en Palacio Nacional. Fue mi primer trabajo, recién graduado de la universidad, y desde que di el primer paso por la puerta mariana, la más cercana a la Catedral Metropolitana, me envolvió el influjo de la construcción colonial.


Al trabajar cotidianamente en Palacio Nacional, la solidez del edificio, su importancia como centro político del país precedido del palacio de Moctezuma ubicado en el mismo punto geográfico como sede del poder mexica, te hace sentir seguro y protegido en una fortaleza.


Al sentimiento de seguridad y abrigo, naturalmente, sigue el de la sensación de poderío que envuelve a sus ocupantes. Te llegas a sentir, desde mi puesto de analista perdido en una oficina de asesoría hasta el ocupante principal, dueño de un poder indefinible, pero cierto.


Me bastaba salir a comer a algún lugar cercano para sentir las miradas celosas de burócratas de otras oficinas de gobierno situadas fuera del Palacio Nacional, como si los de adentro fueran burócratas VIP.


Si elevamos esa sensación de poder indestructible que se siente en el recinto a la décima potencia, entenderemos por qué la decisión de AMLO de regresar el despacho presidencial al Palacio Nacional fue una mala idea.


El presidente Lázaro Cárdenas, de izquierda socialista, había hecho el cambio del despacho del Palacio Nacional a la casa que acondicionó como sede y residencia presidencial en Los Pinos, por la zona de Chapultepec.


Quizá el General Cárdenas recordó lo que Emiliano Zapata dijo una vez en Palacio Nacional cuando le pidieron sentarse en la silla presidencial para una fotografía: “esa silla está maldita”, replicó el Caudillo del Sur y no se sentó en ella.


Yo no sé si está maldita, pero sí produce sordera institucional.


FUENTE:

Plácido Garza. Irreverente. Antología I. México: UANL, primera edición, 2020, 333 pp.




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