martes, diciembre 31, 2024

Adiós, 2024

 


A partir del primer día del año nuevo 2025, lo sensato es oponer la razón, la educación y la mente crítica al pensamiento populista y su discurso polarizador.


Por Rogelio Ríos Herrán 

En la última columna del año 2024 que llega a su fin, no cabe el recuento de los sucesos más importantes a nivel mundial ni en México, pero sí una reflexión sobre cómo lo acontecido en el último año ha dejado huella en la percepción personal. 

En las primeras horas del 31 de diciembre, yo busco en la memoria los acontecimientos y tendencias positivas del año 2024 que me den pie a renovar la esperanza de un mundo mejor en 2025, pero encuentro muy pocas cosas de valor. 

Siendo un optimista empedernido desde joven, tal vez la edad aquietó ya el entusiasmo y abrió la puerta a la cara ruda del mundo: las cosas, lejos de mejorar, empeoran en el planeta. 

Por cualquier indicador que lo veamos, el mundo sufrió tragedias, guerras, degradación ambiental, fenómenos climáticos extremos, migraciones bíblicas, violencia extrema y sociedades polarizadas que dejarían a la Edad Media de la humanidad como un juego de niños. 

No sólo sociedades enteras, sino las familias y amistades cercanas se han separado por la polarización política que las enfrenta y divide. 

No mejorará eso en el año nuevo 2025 por la razón de que la polarización política -el odio y resentimiento entre ciudadanos- es el combustible que alimenta a la política del populismo que permite a líderes y gobiernos sin escrúpulos capturar el poder y retenerlo a su antojo. 

En Estados Unidos, en mi querido México y la América Latina toda, el liderazgo torcido que es el populismo se implantó con fuerza en el terreno fértil de la escasa educación, la debilidad moral y cívica, y las necesidades materiales de millones de personas. 

Recordemos que el populismo “es un enfoque político que se caracteriza por apelar al ‘pueblo’ como una unidad homogénea, movilizar a las masas y proponer medidas de justicia social”. 

El populismo “tiende a utilizar un discurso emocional, apelando a los sentimientos de frustración, miedo y esperanza de la gente. Esto puede incluir el uso de narrativas que evocan una identidad compartida o un sentido de pertenencia” (ver el portal concepto.de/populismo/).  

Basta una mirada en el entorno personal, familiar y social que nos rodea, para constatar que “el discurso emocional”, el llamado a lo irracional de las personas en vez de a su racionalidad, es lo que desafortunadamente predomina. 

Por eso, la democracia como concepto liberal y sistema de gobierno, cuya actitud de inclusión y diversidad abrió la puerta al populismo, es la primera víctima del resentimiento y la frustración que los liderazgos populistas utilizan para el control político. 

No se sorprenda usted si su familia está dividida políticamente hablando, si los hijos se enfrentan a los padres, los hermanos entre sí y en las familias de amigos y compadres se vive la misma situación de polarización extrema. 

La estrategia del populismo así lo determina: la destrucción de los lazos familiares, de parentesco y amistad es una condición indispensable para la captura y retención del poder político. 

No puede ser de otra manera, pues sin el elemento de resentimiento social no podría prosperar el estilo populista de hacer política, del cual en Estados Unidos tenemos el ejemplo del movimiento MAGA ("Make America Greast Again") y en México tenemos el del gobierno de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), para no ir tan lejos hasta la Argentina de Javier Milei. 

¿Qué hacer ante esta situación de predominio populista? 

A partir del primer día del año nuevo 2025, lo sensato es oponer la razón, la educación y la mente crítica al pensamiento populista y su discurso polarizador. 

Frente a la ignorancia, la ilustración. Ante la mente cerrada, el pensamiento abierto.  

En fin, frente a los corazones contagiados del virus del resentimiento social, oponer los corazones llenos de bondad, solidaridad, fe y espiritualidad que nos impulsan a dar la mano a quien lo necesita, no a cortárnosla como proponen los populistas. 

Ante el odio que divide a familias y amistades, el perdón y el agradecimiento de estar vivos y ayudar a los demás. 

¡Feliz Año Nuevo 2025! 

Rogelio.rios60@gmail.com 

 

 

domingo, diciembre 29, 2024

Jimmy Carter, el muchacho sureño


Qué elevada luce hoy la figura
moral y política de James Carter ante personajes como Donald Trump y su vacío de principios y escrúpulos. La partida de Jimmy es una gran pérdida para la nación americana.
 

Por Rogelio Ríos Herrán 

Durante los años en los que estudié Relaciones Internacionales en mi carrera universitaria, por exacta coincidencia, James Carter (1924-2024) fue el Presidente 39 de los Estados Unidos de América: 1977-1981. 

A Carter lo recuerdo por su hablar suave, con acento sureño, y por sus maneras amables, amplia sonrisa y discurso orientado hacia la promoción de los derechos humanos como elemento fundamental de la política exterior de Estados Unidos, particularmente en América Latina, que llamaron mi atención. 

La cuestión del Canal de Panamá y el reclamo por la soberanía panameña del presidente panameño Omar Torrijos, por un lado, y la brutalidad de la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua, en plena Guerra Fría mundial, por el otro, ponían una tensión extrema sobre la región centroamericana. 

¿Qué era eso de los derechos humanos en la política exterior de los gringos?, nos preguntábamos los compañeros estudiantes y lo cuestionaban los analistas y periodistas de la época. 

¿Es una treta del Presidente Carter o habla en serio? Treta o no, al final Carter firmó con Torrijos, en 1978, el tratado internacional que devolvió el control y administración del Canal a los panameños. 

Treta o no, el retiro del apoyo estadounidense al General Anastasio Somoza fue fundamental para que el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocara al dictador y tomara el poder en managua. 

Antes de todo eso, desde Georgia, en el sur profundo de los Estados Unidos, un joven político demócrata -siempre apoyado por su esposa Rosalynn- fue construyendo paso a paso la carrera política que lo llevaría a la Casa Blanca, además de un larga e inédita trayectoria como expresidente en su Centro Carter. 

Senador estatal por Georgia (1963-1967) y posteriormente gobernador por el mismo estado (1971-1975), Carter supo hacer el trabajo político necesario para, desde abajo y contra todo pronóstico, ganar la candidatura presidencial demócrata y enfrentar a Gerald Ford, candidato republicano y quien había otorgado el perdón presidencial a Richard Nixon, en noviembre de 1976. 

Carter ganó esa elección presidencial con poco margen (297 votos electorales a su favor contra 240 votos de Ford), aprovechando el profundo impacto en la nación americana del Escándalo Watergate, un caso de corrupción que dañó la imagen del Partido Republicano. 

Todavía recuerdo las burlas de militantes y políticos republicanos, periodistas y moneros de la época que dibujaban a Jimmy como un agricultor de maní con elevadas aspiraciones políticas, o como unsouthern boy al que se iban a comer vivo los tiburones políticos en Washington. 

Jimmy, sin embargo, llegó más lejos que a la Casa Blanca para establecer una reputación política impecable –tras concluir su mandato presidencial- como activista global de los derechos humanos y observador electoral internacional desde la plataforma del Centro Carter (fundado en 1982 en Atlanta, Georgia), a lo largo de más de cuatro décadas. 

Al expresidente y su Centro Carter les fue otorgado el Premio Nobel de la Paz (2002) por promover la democracia, los derechos humanos y el desarrollo económico, además de su aportación a la solución pacífica de conflictos internacionales. 

De esa manera, James Carter fue el primer presidente estadounidense en recibir un Nobel después de su mandato de gobierno. Otros presidentes de Estados Unidos receptores del Premio Nobel de la Paz lo fueron durante sus mandatos: Barack Obama, Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson. 

El “southern boy”, el “cultivador de cacahuates”, le dio al estado de Georgia un segundo Nobel de la Paz; el primero lo recibió Martin Luther King Jr., en 1964, en reconocimiento a su lucha pacífica en contra de la discriminación racial. 

Como todo político estadounidense, Carter tuvo sus lados claros y oscuros, tomó decisiones buenas, malas y peores, y fue percibido como un presidente débil en el manejo de la economía y el control de la inflación. 

De mi parte, lo recordaré siempre con aquel asombro de estudiante de relaciones internacionales ante un presidente estadounidense que hablaba de los derechos humanos, apenas unos años después del asunto Watergate que reveló la corrupción profunda de la clase política norteamericana. 

Qué elevada luce hoy la figura moral y política de James Carter ante personajes como Donald Trump y su vacío de principios y escrúpulos. La partida de Jimmy es una gran pérdida para la nación americana. 

Descanse en paz, Jimmy Carter, su legado perdurará siempre. 

Fuentes: 

Entrada “Jimmy Carter” en Wikipedia consultada el 29/12/2024 para revisar datos y fechas. 

 Página Web de The Carter Center:

https://www.cartercenter.org/


 

 

  

 

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