sábado, junio 01, 2024

¿Qué hará AMLO el 3 de junio?

 

Por Rogelio Ríos Herrán 
El extenso periodo entre los días 3 de junio y 1 de octubre (casi cuatro meses) es un grave error político que en México nadie quiere corregir: ¿por qué tanto tiempo entre el día de la elección y la recepción de la banda presidencial? 
A partir del día siguiente de la jornada electoral (o los días siguientes en caso de indefinición o conflicto electoral), el presidente en funciones entrará en un limbo político muy arriesgado para la estabilidad política del país, de por sí frágil. 
Recuerdo que López Obrador, cuando era el candidato triunfante, aunque no aún presidente electo, le pidió de inmediato en 2018 al presidente Peña Nieto que lo recibiera en Palacio Nacional como un supuesto gesto de buena voluntad que, en realidad, fue una forma de acelerar la transferencia de poder. 
Una vez declarado presidente electo, pero sin asumir el poder, López Obrador se atrevió a anunciar la cancelación de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco, ante el asombro de la opinión pública, 
Cometió AMLO, en ese momento, un error político catastrófico que lo marcará de por vida: decidir un asunto de política pública por encima de la autoridad presidencial en funciones. 
Gane quien gane el 2 de junio, se enfrentará al día siguiente con el primer asunto grave sobre el escritorio de la candidata ganadora: ¿qué hacer con López Obrador? 
No le va bien a AMLO el papel de presidente saliente, al cual el poder se le desmorona de las manos día a día. Es casi una sensación física de desgaste, muy dolorosa para un ego político del tamaño de una catedral y a quien le gusta ser comparado ¡con Mandela y Gandhi! 
Digamos que la elección se resuelve sin conflicto poselectoral. Incluso en ese escenario, no será menor la gravedad del caso de qué hacer con AMLO, al cual no le encuentro otra solución que no sea la renuncia por motivos de salud para López Obrador y su salida voluntaria del país. 
Me dirán que exagero, pero no lo hago. La incapacidad de López Obrador para compartir o delegar el poder, incluso con una candidata ganadora de su partido, estuvo a la vista de la opinión pública durante el sexenio. 
Aunque suene increíble, el presidente se negó a dialogar con personajes y partidos políticos de oposición a lo largo de su mandato, cosa que hubiera criticado el mismo Mandela. 
Ceder el poder o delegarlo en alguna medida, en la visión lopezobradorista, es perder el control total sobre los subordinados y derruir el muro construido ante las fuerzas opositoras. 
No menos importante es la consideración de que ceder el poder abriría una puerta a que arranquen las investigaciones judiciales sobre corrupción en el gobierno y la persona de AMLO. 
Hay razones estratégicas, personales y de vanidad que le impiden a López Obrador dar el paso natural que la costumbre impone en la política mexicana: presidente que sale, presidente que se retira -figurada y físicamente- del poder y la política. 
Esa regla no escrita ha permitido que incluso en sucesiones presidenciales tormentosas (como la de 1982 de López Portillo a Miguel de la Madrid), el país no se haya ido al abismo político y financiero. 
No veo que esa regla se vaya a honrar en 2024. Desafortunadamente, puede más el egoísmo en un hombre como AMLO que su sentido de solidaridad con la nación entera: después de mí, ¡el Diluvio!, pensará rememorando a Luis XV. 
Preparémonos entonces, cualquiera que sea el resultado del 2 de junio, a casi cuatro meses de inestabilidad y turbulencias políticas generadas hasta el 30 de septiembre -¿de dónde más? -desde la persona del presidente saliente, en este caso, un presidente doliente. 

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