jueves, marzo 23, 2023

Los dos Franciscos


Por Rogelio Ríos Herrán

In Memoriam

 

En la vida de cada quien suceden cosas curiosas y coincidencias impensables. Por ejemplo, en mi caso, tuve la suerte de tener en el camino a dos personajes muy cercanos a quienes quise mucho y los dos se llamaban igual: Francisco Ríos. Uno, mi padre; otro, mi hermano. El primero falleció en el lejano 1985, el segundo acaba de emprender el viaje final en días recientes.

 

Ambos estuvieron unidos conmigo con lazos de sangre, pero entre ellos dos los lazos se extendían a los gestos, ademanes, manera de hablar, don de encantar a las personas y a su carácter firme, ¡vaya que muy fuerte! Realmente, nunca sentí ausente a mi padre, Francisco Ríos Jasso, pues platicar con “Pacorro”, Francisco Antonio Ríos Villarreal, era como estar tomando un café con papá enfrente, así de parecidos eran.

 

Les contaré: mi padre tuvo dos matrimonios (“guapo pa’l matrimonio”, decía él). En el primero (con la señora Ofelia, a quien tuve el gusto de conocer), el único varón fue “Pacorro” y hubo dos hermanas mayores que él, Rosita y “Acú”. En el segundo matrimonio (con mi madre querida), yo entré en escena junto con mis hermanos Roberto y Rodolfo. Era natural que el vínculo más fuerte se estableciera entre los hermanos varones, quienes nos conocimos siendo nosotros adolescentes en Monterrey. “Pacorro” era un profesionista graduado y con vida laboral; nosotros, todos estudiantes.

 

Desde ese primer encuentro en la cafetería de Benavides de Garza Sada, cerca del Tec, hubo buena química con Paco. Creo que mi padre acertó en el momento de nuestras vidas para juntarnos: ni antes ni después, sino justo cuando el lazo podía establecerse con firmeza.

 

A quien preguntara, nos referíamos o presentábamos como “hermanos”, no como “medios hermanos”, a la usanza de antes. A mí ni siquiera me pasó por la cabeza cortar a la mitad a ninguno de mis hermanos, como tampoco digo: “les presento a mi media esposa” (por aquello de la mitad del matrimonio), ¡imágínense cómo me iría con Paty!

 

Esa reunión de hermanos fue una de las mejores herencias de papá. “Qué bueno que los conocí”, dijo, “Pacorro” esa vez en la Benavides, “¡para que no me agarren a reatazos en la calle!”, después de ver a Roberto, grandote y corpulento cuando era jugador de futbol americano con Lechuzas de Leyes.

 

Mi padre vivió una vida azarosa, de ires y venires entre dos matrimonios, una vida de agente viajero, de cantante de teatro de revista en su juventud, de graduado de la Escuela Industrial Álvaro Obregón (primera generación, presumía), de obrero en el legendario Taller de Fundición de la Fundidora de Monterrey, vendedor de periódicos y bolero en la Plaza de la Luz de niño, al salir de la escuela. La situación en su casa así lo requería. Además, no se perdía por nada del mundo sus reuniones diarias de AA (“un día a la vez”, decía). 

 

Uno de los pendientes que tuvo papá en su vida, según le escuché decir, fue que no pudo estudiar la carrera de ingeniería. Contaba que se enlistó en el Ejército en el Campo Militar, bajo la promesa de que lo apoyarían para graduarse de ingeniero militar, pero terminó con pico y pala, junto con otros conscriptos, construyendo la carretera a Chipinque. Esto no es para mí, pensó, y buscó otros rumbos en la vida.

 

Quién diría que Francisco su hijo se decidiría por estudiar Ingeniero Mecánico Electricista en la FIME de la UANL, decisión que tomó cuando papá ya estaba separado de su primera familia. Supongo que mi padre esbozó una sonrisa cuando se enteró de que “Pacorro” estudiaría ingeniería, un sueño cumplido para él en la persona de su hijo sin habérselo pedido. Dios trabaja en formas misteriosas.

 

Quién diría, además, que se transmitiría entre ellos el don de la conversación alegre, la simpatía entre amigos, ser el alma de las reuniones. Cuando murió papá en 1985, “Pacorro” se encontraba trabajando en San Luis Potosí, cerca de la casa de mi primo Polo. ¿Saben cómo lo localizó para avisarle del mensaje urgente? Como no recordaba el número de su casa, Polo caminó a lo largo de la cuadra hasta escuchar voces de un grupo, en una reunión, en donde sobresalía una voz: la de Paco contando no sé qué a los presentes que lo escuchaban encantados.

 

Y el carácter fuerte, ¡ah, el carácter! Sirve para unas cosas, pero echa a perder muchas más. Deshizo matrimonios, envenenó el alma, puso el enojo por encima de todo lo demás. “Paquito Ríos” le decíamos a mi padre cuando le ganaba el enojo. “Paquito Ríos”, le decía yo a “Pacorro” cuando caía en las mismas.

 

Con disciplina y tesón de ingeniero, con mentalidad trabajadora (“chamba es chamba”, como decimos en Monterrey), “Pacorro” forjó su camino en la vida, apoyó a su madre como buen hijo, conoció el matrimonio con “Beba”, su esposa hermosa, y le dio cariño y apoyo total a su hija Cristina, a quien quiso como a nadie en el mundo. 

 

Murió de forma repentina (el infarto es como un toque del dedo de Dios) y en la soledad de su casa por decisión propia, la cual no hubo manera de hacerle cambiar. Cuando iba a visitarlo, desde la puerta del comedor me arrojaba las llaves a través de la cochera y a veces tiraba un mal lanzamiento, usando la expresión del béisbol, y caían lejos; ya te falla el brazo, Paco, le bromeaba yo, no debes vivir solo, pero por supuesto nunca hizo el menor caso. Genio y figura.

 

Ni a papá ni a mi hermano les escuché jamás quejarse de la vida, sentir lástima de ellos mismos o lamentarse de nada, y vaya que enfrentaron adversidades y enfermedades duras. Carácter fuerte de ambos, reitero. Luchadores hasta el final, esforzándose por vivir y ser útiles hasta el último segundo, cada uno siempre a su manera. Esa fue una lección de vida.

 

Esta es la historia de los dos Franciscos que compartieron mi vida: padre y hermano. Me los imagino en un rincón platicando y tomando café con la Corte Celestial, a la que deben tener muy entretenida contando las mil anécdotas de sus vidas y poniéndose al día entre ellos.

 

Ya los veré de nuevo un día; no tengo prisa, aclaro. Nos volveremos a reunir como aquella vez en la Benavides con asombro y alegría de conocer al nuevo hermano. Los llevo en mis recuerdos, de ahí no se irán jamás. Descansen en paz los Pacos y, por favor, ¡no discutan en presencia del Todopoderoso!

 

Monterrey, N.L.

6 de marzo del 2023.

 

 

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