jueves, diciembre 29, 2022

Dos mil navidades después…


 Por Rogelio Ríos Herrán

 

Dos mil navidades después del nacimiento de Jesucristo, en aquel humilde pesebre de Belén y en medio de las penalidades de los peregrinos en el camino, este mundo es más violento que durante el Imperio Romano e infinitamente más sanguinario que las atrocidades de los centuriones.

 

Para ser exactos, 2022 años después, el mensaje de paz entre los hombres es más urgente hoy que entonces. Es preciso que el Redentor resucite de nuevo y camine entre el frente de batalla en Ucrania, se refugie en un edificio en Kherson ante el acoso de los misiles rusos, y proteja a los niños ucranianos de la furia de Putin, el nuevo Herodes de la niñez ucraniana determinado a exterminarlos.

 

Sí, dos mil navidades después, siete de cada diez recién nacidos mueren a los pocos días en Yemen del Sur en las clínicas atendidas por personal de la ONU, ante la desesperación de sus madres, pues la crisis humanitaria en esa región no permite el abasto seguro de medicinas y alimentos para los bebés que salen al mundo de los vientres desnutridos de sus madres. Maria Madre llora por ellos, como lloró por su hijo ante la cruz.

 

Dos milenios después, tendría que caminar Jesucristo sobre la aridez de los antiguos campos de cultivo africanos que se han secado irremediablemente por el cambio climático y de los cuales han salido sus pobladores a buscar su suerte en el mundo. El Hijo de Dios transformaría hoy el agua no en vino, sino en más agua abundante para volver a cultivar esos campos y difundiría un nuevo mandamiento: amarás a la Tierra como a ti mismo.  

 

María Magdalena lo acompañaría, dos mil años después, a escuchar a las madres buscadoras de los desaparecidos en Sonora, Nuevo León, Tamaulipas, Guerrero, en todo México. Con su voz serena, les diría palabras de aliento, quizá haría, en ese momento y conmovido por ellas, el milagro de señalar en dónde están enterrados sus restos, sacarlos y orar por el reencuentro (al fin y al cabo, reencuentro) con sus madres atribuladas.

 

Seguido de sus apóstoles, que lo esperaron dos milenios, y los nuevos fieles del siglo 21 en su inagotable andar, Santiago  lo llevaría a recorrer su ruta y acompañar a los peregrinos que en sus piernas y en su voluntad ponen toda la fuerza de su fe que los lleva a andar kilómetros y kilómetros por el Camino de Santiago. A pedir, al final del sendero, por ellos mismos, sus familias, sus amigos y la humanidad entera. 

 

Yo le pediría, dos mil años después, que acogiera bajo su mirada a los periodistas y reporteros que son masacrados y desaparecidos a mansalva en México, que trabajan y se afanan en su tarea de informar a la sociedad, a cualquier costo, porque su oficio es más que una forma de ganarse la vida: es una forma de ganarse la eternidad. Le pediría que enjugara sus lágrimas con su manto lleno del polvo de los caminos, polvo bendito que alivia y conforta. Ellos no se detendrán si lo sienten a su lado.

 

En fin, que dos mil años después, en el mundo hay destrucción, violencia, odio y maldad como cuando Jesucristo llegó a Belén. Si hay un Antes y Después de Cristo, sin embargo, es porque la fuerza de su mensaje de paz sigue vigente para quienes vivimos la cristiandad como la posibilidad de la fraternidad entre las personas. Esa posibilidad, siempre latente, que puede o no materializarse aquí o allá, requiere que cada generación, cada uno de nosotros, la reviva y la ponga en práctica día tras día.

 

Me cuesta trabajo comprender el misterio, pero creo que el mensaje del pesebre y la humildad del nacimiento de Cristo, antes de la Iglesia y la Liturgia, el momento único y original de su llegada al mundo, lo que nos quiere decir es que, a partir de entonces, no esperemos que regrese Jesús reencarnado en su persona, sino en nosotros mismos si estamos dispuestos a aceptar ese mensaje de paz y vivir en consecuencia.

 

Dos mil años después, la esperanza de esa paz posible es la que me sostiene en pie.

 

Francisco de Asís nos dejó, hace ocho siglos, una oración que he hecho mía y les comparto: “Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor y sufren tribulación y enfermedad. Bienaventurados los que las sufren en paz porque ellos de ti, ¡Oh, Altísimo!, coronados serán”.

 

¡Feliz Año Nuevo 2023!

 

 

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