sábado, agosto 27, 2022

Adiós a las armas, Hemingway

 



Por Rogelio Ríos Herrán  

 

Justo cuando llevo días siguiendo a detalle y revisando la situación de la guerra en Ucrania para dar una plática, me tropecé en mi librero con “Adiós a las armas” (1929), del escritor estadounidense Ernest Hemingway, en una edición en español de la época del Círculo de Lectores, un proyecto editorial muy interesante que se difundió en México, allá por los años 80s, y en el que estaba afiliado mi hermano mayor Roberto, quien trajo muy buenos autores a casa. 


Siendo admirador de Don Ernest, yo no había leído esta novela en particular, uno de sus “Best Sellers”. Me acerqué inicialmente al autor con la infaltable “El viejo y el mar” y con otra novela que me gustó mucho, “Islas en el Golfo”, cuando la leí de estudiante, por su ritmo y ambiente marino que me recordaba los años en que viví en el puerto de Veracruz. 


Me siento atraído, en literatura, por los autores que despliegan una gran capacidad narrativa en sus textos. Busco a quienes, como Mario Vargas Llosa, José Agustín o John Steinbeck, hacen fluir el relato y lo convierten en el hilo conductor de personajes, lugares y situaciones; construyen buenos personajes, sí, pero no sacrifican el relato. Hay un punto de partida, un camino a recorrer y un destino de arribo en sus novelas e historias que permiten a sus lectores disfrutar tanto el conjunto de lo narrado, como la narración misma. 


Parafraseando a Jack Kerouac (“En el camino”, 1957), diríamos que con ellos el relato es la novela tal como el camino es el viaje.  


En “Adiós a las armas”, y en otras novelas, Hemingway ejerce el oficio de un narrador extasiado ante el paisaje, las personas, sus formas de hablar, vestir, beber y comer. Hay pasajes enteros en donde una simple caminata en un pueblo o bosque es evocada con tal intensidad que los lectores comparten ese viaje en particular. 


La historia de amor entre Frederick y Catherine durante la campaña militar en el norte de Italia, en la Primera Guerra Mundial, tema de la novela, sucede en medio de una guerra terrible cuya mortandad en el frente de batalla le hace exclamar a cada rato a Frederick que aquello se parece “a los mataderos de Chicago” más que a una gesta patriótica. 


La asociación de la guerra con una carnicería humana en la novela, casi 100 años de su publicación, me petrificó: ¿No estoy viendo acaso una situación similar en Ucrania a las que describe con agudeza Hemingway durante la Primera Guerra Mundial? 


Los miles y miles de soldados rusos y ucranianos, jóvenes de menos de 25 años en su mayoría, destrozados por cañonazos, ametrallamientos, bombas y misiles no se alejan en nada a lo que el autor describe en el frente de batalla entre italianos, austriacos y alemanes.  


A un siglo de distancia, nos recuerda la novela de Hemingway, la guerra sigue siendo nada más que eso: una matanza de rastro, pero aplicada a los humanos. El otro saldo de la agresión rusa a Ucrania son los miles de civiles asesinados por las bombas y las balas rusas, los cinco millones de desplazados y refugiados, la destrucción física de pueblos, ciudades y su patrimonio cultural. La única diferencia de épocas es quizá la sofisticación tecnológica de los instrumentos de la muerte. 


Concluyo mi comentario con las palabras del autor en este pasaje revelador: 


“Me callé. Siempre me han confundido las palabras ‘sagrado’. ‘glorioso’, ‘sacrificio’, y la expresión ‘en vano’. Las habíamos oído de pie, a veces, bajo la lluvia, casi más allá del alcance del oído, cuando sólo nos llegaban los gritos. Las habíamos leído en las proclamas que los que pegaban carteles fijaban desde hacía mucho tiempo sobre anteriores proclamas. No había visto nada sagrado, y lo que llamaban gloriosos no tenía gloria, y los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago, con la diferencia de que la carne sólo servía para ser enterrada. Eran muchas las palabras que no se podían tolerar...” 


Se puede leer a Hemingway, su asombro ante la guerra y su agudeza sobre la naturaleza humana con plena vigencia hoy como hace casi 100 años, no lo dude. Si no conoce todavía al autor, le recomiendo empezar con “Adiós a las armas”. 


Rogelio.rios60@gmail.com 

 

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