lunes, agosto 29, 2022

Ucrania, trigo y pasteles


 

Por Rogelio Ríos Herrán 

Los mexicanos tuvimos en el siglo 19 un conflicto humillante con Francia en la llamada “Guerra de los Pasteles” (1838-1839), que de reclamos comerciales específicos escaló a una contienda militar: las armas no fueron los pasteles, claro está, pero  supimos desde entonces que el comercio (su bloqueo como el del puerto de Veracruz, o su impulso) es una arma poderosa entre las naciones y puede servir para mantener la paz o encender una guerra. 

En la fase actual de la guerra de agresión de Rusia a Ucrania, iniciada el 24 de febrero con el intento fallido de la captura de la capital Kiev (como continuación del conflicto iniciado en 2014 en torno a Crimea), si quisiéramos ponerle un nombre, yo le llamaría “La Guerra del Trigo”. 

No por nada, Ucrania aporta el 10% de la provisión de trigo mundial (15% de maíz y 13% de cebada). Al verse impedida hasta hace poco de embarcar sus cosechas de trigo a través del puerto de Odesa, el estrangulamiento de unos 25 millones de toneladas de trigo afectó severamente tanto a países africanos como asiáticos: los cinco principales importadores de trigo en 2020 fueron Egipto (el mayor importador de trigo ucraniano), China, Turquía, Nigeria e Indonesia. Si no tienen trigo, tienen hambre.

Por su parte, los rusos reclamarían quizá que más bien se trata de “La Guerra del Gas”. Al menos, para ellos (aunque Rusia es también gran productora de cereales), cerrar su válvula de aprovisionamiento de gas licuado a varios países europeos es un arma más eficaz que lanzarles misiles (esos los reservan para los civiles ucranianos). 

Rusia exporta más de 6 mil millones de metros cúbicos de gas diariamente y, antes del conflicto ucraniano, aproximadamente el 72% iba dirigido a las principales naciones europeas. Dicho de otra manera, hasta antes de la guerra los rusos proveían a la Unión Europea (UE) hasta el 40% del gas natural y un 27% del petróleo, por lo cual recibían unos 400 mil millones de euros al año.

Si bien la UE en su conjunto se comprometió recientemente a disminuir su dependencia del petróleo y gas rusos, hubo reservas y excepciones para varios países europeos, el asunto no es nada fácil. Hungría decidió, aunque fuera en contra del resto de la Unión Europea, seguir adquiriendo petróleo ruso sin limitaciones.  

Gas y petróleo, su acceso o imposibilidad de suministro, es lo que tiene a Europa con el alma en un hilo a raíz del conflicto ucraniano. Recientemente, el español Joseph Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE), expresó en una entrevista a El País que “hay que explicar a nuestros ciudadanos que la de Ucrania no es una guerra de los demás. Nos va mucho en ello: la ciudadanía tiene que estar dispuesta a pagar un precio para mantener el apoyo a Ucrania y la unidad de la UE.”. 

No paró ahí Borrell, pues agregó que “estamos en guerra: esas cosas no son gratis, aunque sí hay que tratar de repartir los esfuerzos de forma equitativa. Pero repito: esta guerra nos afecta directamente, aunque nuestros soldados no estén ahí”.

En un escenario ideal de corto plazo con un cese al fuego negociado entre Moscú y Kiev entre agosto y septiembre, Europa se salvaría de que la Guerra del Gas le impidiera contar con ese suministro vital para el inminente invierno. Para Africa y América Latina, sería una garantía de que la Guerra del Trigo ya no les ahogaría con la falta o escasez de cereales. El efecto de alivio sobre la economía mundial podría ayudar a bajar la inflación y el atasco en las cadenas de suministro internacionales al eliminar una fuente de tensión mundial (no olvidemos a otra tensión que se está gestando en torno a Taiwán).

En un escenario negativo de fracaso de las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania y la prolongación indefinida del conflicto, podríamos presenciar cómo se materializan las dos guerras (trigo y gas) al mismo tiempo en una economía mundial que ya no soporta más tensiones: inflación desbocada, nuevas olas de Covid y otros virus, migraciones masivas, dislocación casi permanente de las rutas marítimas del comercio internacional en el Estrecho de Taiwán, el Medio Oriente y el Mediterráneo, guerras de aranceles y sanciones económicas que, recordemos, dañan tanto al que las emite como al que las recibe. “Europa debe prepararse para un conflicto de larga duración en Ucrania”, sentenció Borrell.

Con un intercambio comercial con Rusia y Ucrania sumamente pequeño comparado con el de nuestros socios del TMEC ( 4 mil 700 mdd y 291 mdd al año, respectivamente, en 2020) y con las reservas de petróleo y gas que existen en México, podemos caer en la tentación de decir, como se queja Borrell, “esta guerra no es nuestra”. Por el contrario, es más nuestra de la que pensamos: si la gana Vladimir Putin, cortaría de tajo la transición mundial hacia una economía verde, sustentada en la inteligencia artificial y las innovaciones tecnológicas para dejarnos anclados todavía en la era de los combustibles fósiles y el efecto invernadero, por no hablar del retroceso político.

Ucrania merece, por lo menos, nuestra comprensión y solidaridad, como una nación que a pesar de la pandemia y la guerra ha logrado mantener su dignidad nacional en pie y su aportación de cereales al mundo. Los ucranianos pagan un alto precio por ello en vidas y destrucción de sus ciudades. Su guerra es la nuestra: no son pasteles ni trigo o gas solamente; son la vida y la libertad que todos apreciamos. 

Rogelio.rios60@gmail.com 

El autor es periodista, escritor, editor y consultor independiente.

 

 


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