Por Rogelio Ríos Herrán
Mientas escribo estas líneas, sigo online por C-Span la
sesión de instalación del 116 Congreso de Estados Unidos de América, el cual
viene ahora con mayoría demócrata.
La presencia en el recinto del Capitolio de niños y
jóvenes, hijos y acompañantes de algunos congresistas, me conforta el ánimo
para bajarle un poco al tono pesimista con el que concebí escribir este
artículo.
Al fin, se ve una luz al final del túnel en el que
está sumergido Estados Unidos. No se trata solamente de la incompetencia
absoluta del Presidente Trump para gobernar, sino de algo que venía de más
atrás y que va más allá de la Casa Blanca y el Congreso: una nación
profundamente dividida e incapaz de reconciliarse, sobre la cual medran los
partidos políticos y los políticos oportunistas.
Las casi dos semanas de “shutdown” del Gobierno
federal dan fe de esa incapacidad de negociar a ambos lados del pasillo, como
suelen decir los analistas estadounidenses sobre el abismo entre demócratas y
republicanos.
Veo a la Unión Americana a la deriva, sujeta a las
peripecias del día a día de su vida política, sin visión ni aspiraciones que
muevan a los protagonistas a hacer a un lado sus profundas diferencias, sentarse
a la mesa y negociar.
No es poca cosa decir esto de un sistema político al
que se tiene alrededor del mundo como un modelo ejemplar de democracia
representativa con sus “checks and balances”, respeto a la ley y un nivel
aceptable de vida cívica digna. Todo eso parece que está en pleno derrumbe.
La llegada de nuevos representantes al Congreso, la
presencia de muchas mujeres, nos habla de una renovación largamente necesaria
entre los congresistas, los jóvenes que vienen a reemplazar a los más antiguos
y ciclados en la vida legislativa.
Se perderá experiencia, es verdad, pero se ganará
frescura en el avance de una agenda legislativa que refleje mejor que la
anterior la vida, los anhelos y las durezas que viven hoy los estadounidenses.
Sobre todo, el Congreso retomará su papel de vigilante
de la constitucionalidad de la vida pública, en especial de un Ejecutivo
federal que muestra un profundo desdén por las leyes y por la separación de
poderes.
Ese rol fue prácticamente abandonado por la anterior
legislatura, dominada por los republicanos, que se subordinó a los deseos del
Presidente Trump y cuyas diferencias con él fueron, si acaso, ventiladas en
privado, no en el pleno del Congreso como debió suceder.
“Impeachment” o no, la orientación de la mayoría
demócrata debería apostar por aliviar de inmediato la vida de los ciudadanos,
la cual se ha visto afectada por el “desmantelamiento” de la seguridad social,
las regulaciones económicas y ambientales impulsadas por el Presidente Trump y
apoyada por los complacientes legisladores republicanos en la anterior
legislatura.
Sí, claro, es importante que sean llamados a cuentas
quienes dieron su complicidad a los manejos irregulares del Presidente Trump
(el cual tiene hasta ahora 17 investigaciones judiciales abiertas en su contra),
desde el Gobierno y desde el Congreso y el Senado, pero en la balanza deberán
poner los demócratas cuál batalla es la que quiere la sociedad que peleen.
En el horizonte inmediato empieza, no podría ser de
otra manera, con el nuevo año, la carrera por la sucesión presidencial en el
2020. Lo que viene en la vida pública estadounidense es un proceso simultáneo
de atención a los asuntos públicos del día, pero con un ojo puesto en la
carrera presidencial.
Un complejo panorama espera a la nueva vocera
demócrata del 116 Congreso, Nancy Pelosi, para balancear el deseo del “impeachment”
que anima a muchos demócratas contra la conveniencia política de enfocarse a
solucionar los problemas económicos y sociales que aquejan al estadounidense
común: Trump es una presa jugosa, ¿pero vale la pena abandonar por completo otros
temas por perseguirlo?
Hay mucho qué decir del nuevo Congreso, quiénes
llegaron, qué representan, y por supuesto mucho qué comentar sobre Nancy
Pelosi, una mujer de trayectoria pública extraordinaria. Por lo pronto, a
partir del 3 de enero hay un cambio importante en la correlación de fuerzas políticas
en Estados Unidos, ni Trump ni los republicanos dominan todo por completo. No
podría haber mejores noticias.
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