Por Rogelio Ríos Herrán
A propósito del USMCA (por sus siglas en inglés), coincido,
de entrada, con lo expresado por el analista Enrique Quintana: es mejor tener
un acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá que ninguno. Siempre lo será,
agregaría yo. Es mejor pescar con red que a mano.
Pero de ahí en adelante empiezan las inevitables
diferencias de opinión y los debates en torno a lo acordado.
No podría ser de otra manera. Mientras se conoce más a
detalle el contenido específico del acuerdo comercial (no sé si llamarlo
“nuevo” o “revisado” de lo ya existente), y se sabe quiénes fueron los
ganadores y los perdedores, se imponen algunas observaciones mínimas sobre lo
que yo llamo “la política del comercio”, es decir, de qué manera influyeron los
intereses políticos en el cierre del acuerdo comercial conocido ahora como
USMCA.
1) La
negociación comercial estuvo condicionada por las presiones políticas. Los
calendarios electorales en México y Estados Unidos marcaron una manifiesta
prisa por cerrar un acuerdo a costa de la calidad de las negociaciones. Por más
avezados que sean los negociadores en particular (y los representantes
mexicanos lo eran) no es posible alcanzar los mayores beneficios cuando se
imponen plazos forzados. Es como la vieja broma del mundo de los negocios:
¿Quieres rapidez o calidad? No se consiguen siempre ambas cosas a la vez.
2) Parece
una vuelta al pasado más que un salto al futuro. Lo digo porque, con lo que he
visto y escuchado hasta ahora, predominó en la negociación (incluso en contra
de la visión de los negociadores mexicanos) una concepción económica del
comercio obsesivamente enfocada a los equilibrios en la balanza comercial, los
déficits comerciales, cuánto exportas y cuánto importas. Nada menos que una
concepción que los economistas llamarían quizá “mercantilista”, proteccionista y
desdeñosa de la realidad de la globalización. Parece, en fin, para México una
vuelta a escenarios anteriores a 1994 (TLCAN) o a 1986 (ingreso al GATT, ahora
la OMC), a una visión de fronteras más cerradas y no de apertura al mundo, como
se discutió intensamente entre los mexicanos en los años 80s.
3) ¡Bye,
bye diversificación! Como por arte de magia desapareció del debate público toda
referencia a la necesidad imperiosa de que gobierno y empresas mexicanas
diversifiquen sus relaciones económicas externas hacia otras partes del mundo y
aminorar así la elevada dependencia comercial frente a la economía de Estados
Unidos. Ya ni quien se acuerde de eso, sino hasta el próximo ciclo de crisis de
la economía estadounidense o cuando se venza el primer plazo de revisión del
USMCA en seis años aproximadamente.
4) La
meta del USMCA es corta: comercio, no integración. No se habla ahora -cuando en
su momento, en 1994, sí se mencionaba- de que la idea de un acuerdo comercial
con otro país no se reduce a comerciar con él, sino a lograr una mayor
integración económica entre naciones, sobre todo cuando son vecinos
fronterizos. De nuevo, el clima político actual impide plantear siquiera la
posibilidad de avanzar hacia la vieja noción de una comunidad integrada de
naciones de América del Norte.
5) Los
poderes mágicos del USMCA. Por lo que escucho y leo, volvemos los mexicanos a
caer en el mismo vicio de atribuir poderes sobrenaturales a los acuerdos
comerciales, como en su momento ocurrió con la entrada al GATT o el TLCAN. Se
habla de ellos como varitas mágicas de Harry Potter que allanarán los
obstáculos a un horizonte idílico de crecimiento y prosperidad para México. Muchos
empresarios mexicanos piensan que por el solo hecho de contar con un acuerdo
comercial ya tienen su éxito económico asegurado, ¿para qué preocuparse de la
diversificación y de ser lo más competitivos posible si ya se firmó con los
gringos un nuevo tratado comercial? Mejor sigamos con el “business as usual”.
6) No
es así, no hay soluciones mágicas. Un acuerdo comercial es solamente un
instrumento para el emprendimiento empresarial, un marco regulatorio para
facilitar los intercambios económicos. No está aislado del entorno político; por
el contrario, se somete a la política de poder de las naciones, es una
herramienta para presionar hacia otros fines no económicos ni comerciales, sino
políticos y estratégicos. Si la política cambia, también cambia todo lo demás,
no olvidemos eso jamás cuando pensemos en Estados Unidos y Canadá.
Como dije al principio, estoy convencido de que es
mejor un acuerdo comercial que ninguno. Si ya lo tenemos, no importa en qué
condiciones se haya negociado, tratemos de sacarle el mayor provecho.
México tiene muchas ventajas competitivas y un capital
humano invaluable con gente creativa y emprendedora. De nosotros depende dar a
nuestras relaciones con Canadá y Estados Unidos el giro más benéfico posible y no dejar de impulsar la idea de que una comunidad económica y política entre las tres
naciones es posible, no una utopía.
Presidentes van y vienen. Los países permanecen en su
lugar.
1 comentario:
Muy asertivo. Felicidades Rogelio.
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