domingo, abril 05, 2015

Contra el terror


Logotipo de la organización fundamentalista.
Fuente: google.com

Por Rogelio Ríos Herrán

Desde Dinamarca hasta Túnez, en Paquistán, y en el prolongado conflicto en Nigeria entre el Gobierno y sociedad nigerianos y los grupos radicales Boko Haram y Al Shabab que han masacrado a la población civil en ataques violentos, el miedo al terrorismo sacude a sociedades y pueblos enteros.

No basta que los gobiernos de esos países, algunos con economías y democracias avanzadas y otros en un lamentable atraso institucional o social, hagan ruidosas declaraciones sobre su voluntad de luchar y acabar con las amenazas terroristas.

Bien saben los ciudadanos tanto daneses como nigerianos que es materialmente imposible para cualquier gobierno evitar un ataque perpetrado por células o grupos terroristas cuando quienes los realizan son atacantes suicidas.

Los atentados de grupos fundamentalistas musulmanes contra poblaciones y sociedades islamistas son un señal de que esa lucha irracional de los radicales se llevó ahora a un terreno distinto: ya no contra Occidente solamente, sino contra los propios “hermanos” musulmanes.

La crueldad extrema de los ataques y ejecuciones del Estado Islámico, por ejemplo, en Iraq y Siria así lo atestiguan. No se diga la serie de atrocidades que han perpetrado Boko Haram y Al Shabab en Nigeria, el último de ellos el de un ataque a un campus universitario con un saldo de más de 140 muertos entre la población estudiantil.

La peor característica de esta lucha desigual entre grandes gobiernos y grupos pequeños o dispersos de radicales es que son las sociedades las que quedan en medio del fuego cruzado, el grupo más vulnerable a que en cualquier momento y en cualquier lugar caiga sobre sus espaldas toda la furia del radicalismo.

El endurecimiento de medidas que rayan en el autoritarismo en los gobiernos occidentales con sus leyes de vigilancia sobre la sociedad y de restricciones ni controles más estrictos a los movimientos de las personas eliminaron los ataques, desde Estados Unidos hasta el corazón de Europa en Francia, por ejemplo, contra la revista Charlie Hebdo.

Los grupos radicales parece que siempre encuentran la manera de sobrevivir a esas medidas, sacarles la vuelta y golpear en donde menos se espera. No los detiene ya ninguna consideración o escrúpulo: golpean a occidentales y musulmanes por igual.

Militantes radicales de Al Shabab
Fuente: ggogle.com

¿Por dónde está la salida a esta situación? No es la respuesta ciertamente la de un Estado Big Brother que observe y controle rigurosamente a la sociedad en su totalidad, escenario que por lo demás es imposible de materializar.

Lo inmediato es buscar nuevas formas, desde las estructuras de autoridad, de enfrentar, desmantelar y anular a la amenaza terrorista de los grupos radicales, pero no pisoteando a la sociedad civil sino llevando la lucha a un plano superior que el que proponen sus enemigos radicales: defender a la sociedad no a costa de su integridad física y sus derechos, sino precisamente asegurando que esos derechos sean la base de la derrota del radicalismo.

Se trata de derrotar al terrorismo con nuestros propios valores, no con sus mismos métodos.

El caos que pretende crear el radicalismo es el ambiente ideal para la descomposición social y política de cualquier nación. No hay manera de combatir eso más que con sociedades sólidas y gobiernos legítimos emanados de ellas, cuyo mandato popular sea la fuente de su fuerza.

¿Cómo pretenden gobiernos autoritarios y cuasi monárquicos, alejados de las necesidades de sus pueblos, combatir al terrorismo si al mismo tiempo sujetan a sus sociedades?

¿Qué clase de dilema es para un pueblo el de averiguar a qué va a temer más: a la violencia de los terroristas o a la opresión de sus gobiernos?

Un largo camino queda por delante en el siglo 21, sin soluciones mágicas ni rápidas, en esta guerra contra los grupos terroristas que desafía los fundamentos mismos de nuestra vida en sociedad.


rogelio.rios60@gmail.com

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