Por Rogelio Ríos Herrán
No importa a cuál candidato presidencial apoyemos ni
por cuál partido nos inclinemos, cada vez que escucho la comparación entre
México y Venezuela pienso que, si de comparar se trata, es más preciso
compararnos con Chile.
México encaja mejor, como economía y como régimen
político, con la realidad chilena que con la venezolana: ambas son economías
con modernos sectores industriales, comerciales y financieros, mano de obra
calificada, presencia fuerte de inversión extranjera, tratados de libre
comercio que llegan a casi todo el mundo. La comparación es con Chile, no con
Venezuela.
Además, ambos poseen un sistema político con
instituciones fuertes, elecciones regulares y transición pacífica del poder; un
cuerpo legislativo y Poder Judicial sólido y los dos países mantienen una
actitud mucho más abierta que cerrada ante el mundo externo, la migración, el turismo,
etcétera.
Por otro lado, tanto en México como en Chile se sigue
teniendo un fuerte problema con la inequitativa distribución del ingreso y con
el acceso a la educación.
Sus gobiernos enfrentan regularmente protestas y
desafíos de sectores sindicales, como el magisterial. Sus economías padecen
igualmente las adversidades que provienen de depender en buena medida de la
exportación de materias primas (petróleo en México, cobre en Chile).
Finalmente, ambos regímenes políticos han aguantado
una de las pruebas más duras para cualquier sistema político: la alternancia en
la Presidencia de la República y el cambio completo de gobiernos de manera
pacífica.
La diferencia: Chile ha virado del socialismo a los
gobiernos conservadores, vuelta al socialismo y vuelta al conservadurismo, sin
problema alguno, no ha desaparecido la nación chilena ni se ha hundido en la
crisis económica ni en la desesperación política.
México, en el año 2000, vivió ya el cambio en la
Presidencia del Partido Revolucionario Institucional al opositor Partido Acción
Nacional, después de más de siete décadas de gobiernos priistas. No se acabó el
país ni desaparecieron los mexicanos del mapa. En muchos aspectos, como en el
manejo de la política económica del Gobierno, hubo más continuidad que cambio.
Ahora que en México se abre la posibilidad de que esa
alternancia alcance el segundo escalón, el posible paso a un gobierno de
izquierda (un asunto pendiente desde la recordada elección presidencial de 1988
que la izquierda perdió por la “caída del sistema” alegada desde el gobierno)
ha desatado una intensa discusión sobre que el posible triunfo de Andrés Manuel
López Obrador y su partido Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) llevaría
a México a vivir una nueva Venezuela (hiperinflación, gobierno autoritario, represión
a la oposición, populismo desbocado, etcétera).
Veo con interés esta discusión pública y mi primera
reacción, reitero, es que la comparación no es con Venezuela, sino con Chile:
la llegada de Michelle Bachelet, profesionista graduada de la Universidad de
Chile, militante del Partido Socialista de Chile, sobreviviente de la dictadura
pinochetista, le dio un giro a la política gubernamental hacia las cuestiones
sociales, es verdad, pero no acabó con su país. No expropió, no encarceló, no
fue autoritaria.
“Hay lazos doctrinarios de López Obrador con el
chavismo”, alegan muchos comentaristas mexicanos, pero sin mostrar evidencia
contundente hasta el momento. En el alegato referido no se toma en cuenta que,
a diferencia de Venezuela, la de México es una economía mucho más
diversificada, globalizada en el exterior mediante tratados comerciales e
inversiones, una red económica que difícilmente puede romper un nuevo gobierno
en el caso de que se lo propusiera.
Con Chile, en cambio, la comparación me parece más
exacta. ¿Cómo pudo Bachelet, una socialista, ganar la Presidencia chilena y
gobernar si no fue mediante la negociación y el apego a las reglas del sistema
político?
Vale decir, si gana la elección presidencial, ¿cómo
podría gobernar López Obrador si no es mediante la negociación con el Legislativo,
el respeto al Judicial y las demás fuerzas políticas de gran peso y,
precisamente, con el apego a las reglas políticas?
Romper por completo un sistema político es impensable,
el costo tan elevado anula la opción. Ganar en las urnas no implica recibir
poderes extraordinarios, sino un mandato limitado que se debe ejercer
estrictamente bajo las reglas del juego institucional.
Si de comparar se trata, me convence más el ejemplo de
Bachelet que el de Hugo Chávez o Nicolás Maduro. Me parece que Chile y México,
socios comerciales y pueblos fraternos, llevan un rumbo más parecido que el de
México-Venezuela.
Lamento profundamente la situación actual en
Venezuela. No puedo imaginar la vida diaria de los venezolanos, los menos
favorecidos, los más pobres, sumidos en una economía en bancarrota y con un
sistema político que sólo sirve a los intereses del gobierno en turno. Espero
que los venezolanos encuentren una salida, que no pierdan la esperanza.
Pero no veo cómo podría México llegar a una situación
como la venezolana sin que los mexicanos lo impidan antes de caer en ese nivel
crítico.
En el fondo, decir que México va a ser otro Venezuela
(una experiencia de fracaso) en lugar de otro Chile (una experiencia de éxito)
es subestimar gravemente a los mexicanos y su capacidad de poner un alto a cualquier
gobernante, incluso López Obrador si fuera el caso, que pierda el rumbo.
Mexicanos, chilenos y venezolanos llevan su propio
rumbo y viven su destino. Nos podemos ayudar unos a otros en momentos de
necesidad, pero nunca compararnos con excesiva simpleza. Cada quien su rumbo.
rogelio.rios60@gmail.com
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