miércoles, diciembre 27, 2017

2017: migración incesante



Por ROGELIO RÍOS HERRÁN

Se quedaron tan marcadas en mi mente las continuas imágenes de los migrantes de la guerra de Siria, de quienes vienen de Afganistán, Iraq y de quienes lo hacen desde África, sobre todo en su cruce mortal por el mar Mediterráneo, que me resulta imposible reflexionar sobre el 2017 sin pensar que ha sido un año que nos reveló en toda su crudeza lo hondo y trágico de ese fenómeno.

Uno no puede levantarse en las mañanas, tomar una ducha caliente, preparar el café y estar al pendiente de llevar a las hijas a la escuela, para después regresar a casa a desayunar sabroso antes de empezar la jornada laboral, sin tener presente a los cientos de miles de migrantes hacinados en campos de refugiados o muertos en las aguas furiosas que los ahogan al hundir sus frágiles embarcaciones.

Es como si sus gritos se escucharan en la cocina de la casa, como si su sufrimiento se pudiera ver desde las ventanas y al abrir la puerta estuvieran ahí. No están lejos en otra parte del mundo, ellos viven ya en nuestras conciencias.

Igual percibo desde hace años a los cientos de miles de migrantes centroamericanos que cruzan México rumbo a los Estados Unidos. Y, desde hace muchas décadas, a los mexicanos que deciden emigrar al vecino del norte para buscar mejor fortuna y que se arriesgan a emprender un viaje peligroso e incierto solamente para encontrar principalmente discriminación y rechazo en tierras estadounidenses.

Quiero plantear la presencia de los migrantes como algo que forma parte de mi vida personal porque cuando se recurre a las cifras de los flujos de migrantes se le da una magnitud numérica al fenómeno, es verdad, pero se pierde el toque personal, el calor humano que nos debe unir a ellos.

El 18 de diciembre pasado se conmemoró el Día Internacional del Migrante establecido por la Organización de Naciones Unidas. Según cifras disponibles para 2015, se estimó un total de 243.7 millones de migrantes internacionales, un 3.3% de la población mundial.

México ocupa el segundo lugar mundial entre los países expulsores de migrantes con un total de 12.3 millones, contra la India en primer lugar (15.6 millones) y Rusia en tercer puesto con 10.6 millones.

Hay unos 12 millones de mexicanos residiendo en Estados Unidos, de los cuales 5.9 millones están sin documentos. Entre todos enviaron 23 mil 908 millones de dólares de remesas a México entre enero y octubre del año que termina. En este mismo lapso del 2017, hubo un total de 135 mil mexicanos deportados a su país (todas las cifras provenientes de la ONU, ver www.gob.mx/conapo).

Falta en esas cifras el toque humano: la separación brutal de las familias de indocumentados por los agentes de inmigración en Estados Unidos; el tráfico criminal de migrantes a través de embarcaciones vulnerables en el Mediterráneo; las trabas en varios países europeos (Hungría, por ejemplo) al paso de los migrantes, en fin, el desdén hacia quien peregrina lejos de su tierra en busca de una vida mejor.

Nada de eso nos dicen las cifras: vivir en campamentos degradantes, pelear por comida y medicinas, cuidar desesperadamente a los hijos al cruzar el mar, vaya, no disponer siquiera de agua caliente para una ducha que alivie las fatigosas jornadas.

Definitivamente, este 2017 no fue un año bueno para los migrantes, como muchos años anteriores y, me temo, como muchos años por venir. Les debemos a ellos, nos debemos a nosotros, por lo menos un poco de solidaridad y compasión para su sufrimiento, ¿cuándo llegará una solución integral a este fenómeno?

rogelio.rios60@gmail.com






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