Es curioso, pero de la misma manera que sentimos
casi a diario que el aire que respiramos en nuestra Sultana del Norte está
cargado de polvo, olores y mónoxido de carbono de las emisiones de los
automóviles, al punto que se torna irrespirable, así también percibimos el
clima político mexicano en estos días de fines de Noviembre.
No importa el nivel de análisis, desde lo local
hasta lo estatal y nacional e incluso en los asuntos que trascienden fronteras,
el aire se vuelve, literalmente, asfixiante para los ciudadanos comunes.
El espectáculo de lo que es la arena pública, un
eufemismo elegante para referirse a la lucha libre política, tal vez no sea ni
más ni menos edificante que en otros momentos, pero en ésta época en particular
nos lleva a los límites del hartazgo.
Se combinan entre los ciudadanos,
situados en el último eslabón de la cadena alimenticia electoral,
circunstancias personales y de calendario, pues el fin de año nos vuelve
nostálgicos de los momentos dorados, además de que parece caernos encima, y de
golpe, el estrés y las fatigas de todo el año de andar afanosamente
“correteando la chuleta”, para decirlo llanamente.
Pero no sólo es eso, sino algo más: de veras, la
clase política mexicana se esmera en alcanzar niveles de degradación cada vez
más bajos y los escándalos de corrupción, las negociaciones truculentas y las
declaraciones altisonantes se suceden sin freno, como si eso llenara por
completo el hambre de vida pública que padecemos los mexicanos, pero de vida
pública de altura, no de arrabal.
Es tan profundo el impacto de los personajes y los
actos nocivos de la política mexicana que opacan casi por completo a aquel
sector político que trabaja correctamente y empujado por un genuino interés en
los asuntos públicos –no para enriquecerse groseramente- , realmente, la última
muralla con la que contamos los ciudadanos para evitar el derrumbe total del
escenario político y con ello de nuestras expectativas de alcanzar a vivir en
una democracia que funcione, y que no sea sólo de membrete.
Gobernadores, alcaldes, diputados, funcionarios
federales, estatales y municipales, todos ellos protagonizan escándalos y
exhiben malas prácticas de gobierno que en verdad dan pavor por el nivel tan
bajo y pedestre de sus motivaciones públicas. Si no aspiran esos malos
políticos a otra cosa que no sea enriquecerse a manos llenas, si no hay en
ellos un rastro ya de dignidad y de vocación de servicio, ¿qué nos espera a los
mexicanos?
Transcurrida casi década y media de este siglo 21, aún tengo fresco en la memoria el ambiente de altas esperanzas y
enormes expectativas que para la democracia representaba la alternancia
política, en el año 2000, con la llegada de la Oposición panista a la
Presidencia de la República, los rostros iluminados por el entusiasmo, las
visiones idílicas del inminente fin de la añeja corrupción mexicana.
Sueños que no se cumplieron probaron ser, al final,
muchos de ellos. En el final del año 2013 así se percibe, en particular, entre
la generación de mexicanos menores de 25 años a quienes, en su mayoría, poco
parece atraerles e importarles la política, opinar y participar en la vida
pública, o por lo menos informarse de manera suficiente y útil sobre lo que
sucede en su comunidad, ya no digamos en México o en el mundo.
¿Quién puede culparlos o reprocharles su actitud?
Nadie de mi generación, ciertamente, quienes les hemos dejado una democracia
limitada y que parece existir sólo en el papel, y un país en donde la corrupción
no sufrió en la última década ni un rasguño a como se ha practicado
ancestralmente.
Las prácticas corruptas siguen siendo, al final, el
gran obstáculo al crecimiento de México como democracia moderna y como economía
competitiva. No olvidemos eso en el 2014, mientras seguimos adelante en el
trajinar de nuestras vidas, pero no dejemos de creer en la democracia posible
en México, a pesar del “smog” político, luchemos duro por ella y porque los
jóvenes tomen la estafeta del cambio político en nuestro país: es su turno.
@rogeliux
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