viernes, septiembre 09, 2011

9/11 + 10






Por Rogelio Ríos


Tal vez con la distancia de los años, pensaba hace una década, podría entender realmente la profundidad y el significado de un evento trágico de la magnitud del ataque con aviones al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Pero una década después hay muchas preguntas sin respuesta, y no parece acabar de asentarse en el mundo entero las consecuencias nefastas de la era que se inauguró sombríamente aquel día septembrino de años atrás: ¿por qué se da ahora primacía a las razones de seguridad sobre los derechos humanos fundamentales del hombre? ¿Qué llevó a Al Qaeda y al círculo estrecho de fundamentalistas que controlan la organización terrorista a pensar que su lucha sería aclamada masivamente entre los musulmanes del mundo? ¿Cómo se explicaría esa misma organización, o lo que queda de ella, que diez años después del 9/11 se observe a lo largo del norte de África y Medio Oriente un levantamiento popular que se denomina la “primavera árabe” desde el mundo occidental?

La gran atención mediática que provocó el ataque a las Torres Gemelas llevó a la noción de terrorismo, entendida según la visión estrecha y brutalmente simplista de Al Qaeda, a ubicarse justamente en el centro de la agenda pública internacional. Al detonar en el mundo occidental una respuesta de fuerza y doctrinariamente reduccionista y brutal –la doctrina del ataque preventivo- de Estados Unidos ante la agresión de la que la gran potencia fue víctima, no hubo ya más espacio para otra cosa que no fuera el binomio terrorismo/antiterrorismo, bajo el cual se justificaba toda división interna en Estados Unidos entre aliados y enemigos, y, por supuesto, proyectada en la arena internacional, justificaba igualmente toda la reorganización de los países en “amistosos” o “amenazantes” a la seguridad nacional estadounidense.

Así de simple, así de reducido a su mínima expresión, esta idea de un mundo en blanco y negro en el cual, como afirmara en su momento el Presidente George W. Bush, palabras más, palabras menos, “si no estás conmigo quiere decir que estás en contra mía”, delineó el inicio de un nuevo siglo que venía cargado de promesas para terminar hecho un rehén de la geopolítica mundial, en términos que se podrían calificar como de un retorno a la Guerra Fría, ahora no en un enfrentamiento entre dos superpotencias con capacidad de destrucción nuclear mutua, sino entre una superpotencia y su enemigo difuso –el terrorismo- que puede estar en cualquier lugar y adoptar la forma de cualquier cosa, concretarse en la forma de un jet comercial usado como misil, o en la de una joven mujer árabe que se inmola al detonar una bomba atada a su cuerpo en un atentado suicida en las calles de Kabul.

¡Qué triste arranque para el siglo 21! Desde el punto de vista de este observador en México, un país en desarrollo que vive desde hace años el flagelo del narcotráfico, y que se debate entre una cara moderna y globalizada y otra tradicional y rezagada, sumida en la pobreza de millones de personas, es terriblemente injusto que el mundo se transformara de nueva cuenta en un campo de batalla en el cual se vuelven a cerrar las oportunidades para países como el nuestro, y los recursos de los países desarrollados se empleen en nuevas guerras y políticas de seguridad, y no para impulsar el desarrollo económico y social en el mundo árabe en primer lugar –cuyos indicadores de desarrollo humano están por los suelos- y en África, América Latina y Asia entre los miles de millones de personas que sobreviven apenas con uno o dos dólares diarios de ingreso.

Por eso es que el 9/11 no puede ser entendido solamente como símbolo de la locura de una organización terrorista en contra de Occidente, sino como algo cuyo impacto ha sido mucho más extenso y nefasto: fue el símbolo de la cancelación o por lo menos la postergación de mejores oportunidades de desarrollo para lo que Frantz Fanon llamara “los condenados de la Tierra”, y en general para países que llevan ya por lo menos medio camino andado hacia la superación de su estatus como países en desarrollo o emergentes en pos de la anhelada meta del desarrollo pleno.

Lo que se derrumbó en Nueva York ese 11 de septiembre de 2001 fue algo más que las vidas de tres mil personas y la destrucción de un símbolo de la Gran Manzana y del mundo entero, suceso trágico en sí mismo y totalmente condenable; fue también la esperanza de un mundo mejor al que recién apenas, a partir de la caída del Muro de Berlín, empezábamos a acceder en la forma de un escenario multipolar más equilibrado y una agenda internacional orientada a los problemas del desarrollo económico, la preocupación por el medio ambiente y el calentamiento global, el surgimiento de la reivindicación de los derechos humanos y las metas del Milenio contra la pobreza y la exclusión social fijadas por la ONU. Todo ello pasó a un segundo o tercer plano ante la intrusión en la escena internacional de Al Qaeda y su postura de lucha por medio del terror en contra de Estados Unidos y Occidente. Seguridad primero, luego desarrollo, fue la nueva premisa del mundo occidental.

Una década después del 9/11, entonces, no sólo persisten muchas preguntas sin respuesta en torno al atentado mismo, sino que siguen intactas las reivindicaciones y esperanzas de un mundo en desarrollo y de millones de marginados para quienes las puertas del desarrollo permanecen cerradas, atrancadas bajo el candado ominoso de una lucha sin cuartel que nosotros no iniciamos, y a la cual, todavía, no se le ve fin.

Honremos siempre la memoria de los caídos el 11 de Septiembre, entre ellos, muchos mexicanos.
rogelio.rios60@gmail.com
@rogeliux


1 comentario:

Bruno Ríos dijo...

Estimado: me parece muy interesante tu artículo, al grano y con una excelente visión crítica. Me gustaría agregar que, a pesar de ser hechos sumamente condenables, trágicos, de una gran magnitud, queda claro que la gran atención, el hecho de que nos acordemos, es porque sucedió en el país más poderoso del mundo. ¿Quién ha lamentado los muertos de Irak, Afganistán, los atentados en Malasia o Indonesia, los atentados en Gaza o en Israel y Palestina? Nadie. ¿A quién le importan incluso nuestras decenas de miles de muertos en 6 años? A nadie. Porque si se mueren ellos, es una tragedia; si se mueren los demás, es el simple y conocido curso de las cosas.

Te mando un gran abrazo.

AMLO: la fatiga del poder

  Por Rogelio Ríos Herrán  Al poco tiempo de empezar las conferencias matutinas (“las mañaneras”) en el arranque del gobierno de López Obra...