viernes, agosto 26, 2011

Monterrey que duele



Por Rogelio Rios


¿Cuando empezó todo esto? Esa sensación de ciudad perdida, de regiomontanos atrapados en una red tan grande de la cual no se ve el principio ni el fin, ¿de dónde viene? ¿Cayó como una plaga de langosta, súbita, inesperada, completamente mortífera? ¿O fue más bien como el moho que crece lentamente, seguro de alcanzar cualquier rincón de la casona si se le da el tiempo y las condiciones apropiadas? Los abuelos no dan crédito a lo que ven, a lo que los demás les cuentan, a la comparación con la ciudad que ellos habitaron y disfrutaron en sus años mozos, una ciudad acogedora y generosa con sus hijos nativos y con sus hijos adoptados que a todos por igual repartía las oportunidades de vida. Los padres más jóvenes tampoco conciben que una ciudad violenta como ésta sus hijos puedan crecer sin riesgo, sin terminar como víctimas de una delincuencia rampante que no conoce límite alguno a su crueldad y avaricia.

¿Por qué mueren personas en cantidades masivas? ¿Cuál es el límite de la indignación: Uno, dos, treinta, sesenta muertos? ¿A partir de cuándo dejar de contar los bultos carbonizados de incendios, granadazos, balaceras, secuestros y asesinatos callejeros? Si alguien puede cuantificar la muerte, muy bien, adelante, que cuente los muertos, pero ¿cómo contar el dolor profundo, el agravio irreparable de perder una sola vida? No hay manera de cuantificar eso, no existe método alguno para recoger la agonía de quien pierde a una persona cercana, amada, entrañable, única en un universo que no la volverá a ver. No, no hay forma de hacer eso. Llegados a ese punto, no hay retorno.

Qué tragedia, sin embargo, saber que en ese punto estamos precisamente. Uno en donde no hay garantía de la vida propia, de las vidas que queremos proteger. Un lugar en el que la soledad nos abruma, la impotencia de nuestros escasos recursos nos llena de frustración, el alcance limitado de nuestras voces aisladas se pierde en la nada. Un páramo que jamás pensábamos que existiría, ahí en medio de nuestro asombro, plantado por un jardinero vengativo que se roba nuestra tierra, se lleva nuestros frutos con todo y árboles y raíces tan sólo para su propia ganancia, para colmar su absoluto amor enfermizo por el dinero y las ganancias. Un Monterrey que duele.

Todos volteamos ahora al interior de nuestros pensamientos, exploramos los sentimientos que teníamos arrinconados, que pensábamos jamás tener que usar en el curso de nuestras vidas, para desenterrar el dolor extremo, la pesadumbre por nuestra suerte y la de los demás, con el fin de ayudarnos a contestar la pregunta que nos devora. ¿Qué hacer? ¿En quién confiar? ¿Cómo resolver este problema que nos amenaza de manera terrible?

¿Rescatar la Ciudad o rescatarse a uno mismo? ¿Es incompatible una cosa con la otra? ¿Somos solamente un grupo de individuos viviendo unos al lado de otros a los que difícilmente se le puede llamar colectividad? ¿O en verdad somos, quizá sin saberlo y sin medir el potencial, una comunidad a la que agrupan una identidad compartida en rasgos comunes, el orgullo del suelo nativo o adoptado, y, sobre todo, el miedo común a perderlo todo?

Apuesto por esto último, a pesar de todo. A pesar de los muertos por decenas del Casino Royale, del Sabino Gordo, de todos los que día a día sucumben en nuestras calles, sean culpables o inocentes, verdugos o víctimas, porque ellos pudieron haber construido, si hubieran tenido la oportunidad, un Monterrey muy distinto al que hoy vivimos. Ya muertos todos, no hay remedio. Nada se puede hacer ni construir ni proponer como ejemplo de sociedad próspera y feliz.

¿Qué hacer? Sacudirnos de una vez la inmovilidad que nos atenaza, levantar la voz que ha estado enmudecida, participar, reclamar, proponer, debatir interminablemente, actuar en la medida de nuestras posibilidades y en nuestro ámbito personal, ser, en una palabra, mucho mejores ciudadanos, mucha mejor sociedad. Adentrarnos en la política, llegar a los puestos de decisión, renovar y relevar a una clase política vieja y gastada cuyo único mérito, si lo hay, es que ha llenado un espacio (el de los cargos de elección popular) que nadie más ha querido llenar.

Ya basta de más de lo mismo, de las viejas actitudes. Hay una ciudad que rescatar, hay un presente que hacer nuestro y un futuro que asegurar a las generaciones venideras. Es nuestra tarea y responsabilidad, de nadie más, ¿estaremos a la altura de lo que hoy nos demanda la Historia como habitantes de Monterrey? Así lo creo, y no tengo más evidencia de ello que mi propia fe y convicción.
rogelio.rios60@gmail.com

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