lunes, septiembre 02, 2024

AMLO: la traición a Juárez


Por Rogelio Ríos Herrán 

Nunca creí que Andrés Manuel López Obrador fuera un demócrata en la mejor tradición del liberalismo mexicano del siglo 19, el de Benito Juárez (1806-1872) y su tiempo, porque no encontré nada en su trayectoria pública y opiniones que lo definieran como tal. 

Al contrario, un examen de su ruta como militante y político priista, activista social, militante de izquierda en el PRD y, finalmente, como fundador del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) revela lo que es: un político pragmático, estratégico y oportunista que esgrime la figura de Juárez como su modelo ideal, pero que, contrario al espíritu juarista, ataca a la Constitución mexicana para demoler sus instituciones y la división de poderes. 

No tiene López Obrador el menor escrúpulo ni inquietud de conciencia en hacer lo que se tiene propuesto en el mes de septiembre: consumar la transformación de México de una república federal y constitucional a un régimen de partido único y presidencialismo avasallante. 

Como otros políticos populistas en el mundo, López Obrador aprovechó la ruta de la democracia electoral para, una vez conseguido el poder, cambiar no sólo las reglas del juego, sino la Constitución misma a su favor y asegurar la máxima continuidad en el poder. 

Claudia Sheinbaum y el partido Morena, sus diputados y senadores, se redujeron, en el esquema obradorista, al nivel de simples actores y aparatos políticos al servicio de Andrés Manuel en el último mes de su presidencia y, lo que es peor, durante el siguiente gobierno nacional. 

No importa el cambio de timón presidencial hacia una mujer por primera vez en México. No es motivo de celebración nacional ese hecho histórico: lo que en el país se debate hoy es la forma en que López Obrador está maniobrando para asegurar su continuidad de mando, aunque formalmente la titular del Poder Ejecutivo sea Claudia Sheinbaum. 

La reducción de la democracia al nivel paupérrimo en que la piensa dejar Andrés Manuel con su reforma al Poder Judicial y la eliminación de los organismos autónomos no la hubieran aprobado, ciertamente, Juárez ni su generación de pensadores y políticos liberales redactores de la Constitución de 1857. 

“Juárez no debió de morir”, se dice en un excelso danzón de Acerina y su Danzonera, con lo cual estoy de acuerdo. El Benemérito no su hubiera prestado a los artilugios de baja estofa de López Obrador para arrebatar el poder mediante mecanismos democráticos y romper luego el tablero de juego. 

Juárez no se hubiera prestado a la traición a la democracia, aunque él mismo sufrió tentaciones autoritarias en su momento. 

¿Por qué no permitió López Obrador una transición de poder tranquila y sin sobresaltos? ¿Qué precio está dispuesto a cobrarle a la nación mexicana por el cumplimiento de sus obsesiones autoritarias? 

No sé las respuestas a esas interrogantes. Al paso de los años sabremos quizá las motivaciones de su impulso autoritario y visión paranoica y perversamente simplista de la política mexicana. Será demasiado tarde para detener su tarea destructiva. 

Toca padecer a los ciudadanos el lamentable fin de sexenio obradorista que viviremos en septiembre, un final que promete superar a cualquier otro que hayamos atestiguado. Al tiempo me remito. 

Lo que no nos va a robar Andrés Manuel es el grito de ¡Viva, México! No, señor, ni él ni ningún otro gobernante puede gritar con el sentimiento y la convicción de cada mexicano que ama y defiende a su Patria como mejor puede: el Grito es nuestra voz de protesta. 

@rogeliux  

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