sábado, octubre 05, 2019

Despuès del 'impeachment'


Presidente Trump y Speaker Nancy Pelosi en el Congreso.
Fuente: google.com


Por Rogelio Rìos Herràn

¿Se termina el problema de la decadencia de la democracia estadounidense con la salida del Presidente en turno en la Casa Blanca, suponiendo que el juicio político en contra del Presidente Donald Trump así concluyera?

O preguntemos de otra manera: Un cambio de personas, el relevo del Presidente y su gabinete actual por otro candidato demòcrata, ¿revertirìa la percepción de que la política en Estados Unidos, su estructura institucional, su sistema de representación de los ciudadanos y sus pesos y contrapesos está en crisis y dejó de ser un referente a nivel mundial de un gobierno eficaz, aunque no sin fallas?

Al hablar de decadencia me refiero a algo que empezó mucho antes que Trump y que afecta a los dos grandes partidos, republicano y demòcrata, al Congreso y los ciudadanos estadounidenses: la confianza ciega de que la democracia siempre funcionarìa, la creencia en la excepcionalidad de su país.

Incluyo a los ciudadanos porque su participación o falta de ella, su falta de exigencia ante sus gobernantes, han permitido que el Gobierno y la vida pública se conviertan en un espectáculo lamentable, frìvolo a más no poder e ineficaz.

Si no creo que esto empezó con Trump, sino mucho antes, es porque también pienso que no va a terminar con el "impeachment" de Trump o, en otro escenario, con la conclusión de su mandato y su posible no reelección.

La de ahora es apenas una batalla más en el camino por evitar la decadencia de la democracia como sistema de gobierno en Estados Unidos, en primer término, y en el resto del mundo en segundo.

Hay más enemigos de la democracia que gobernantes populistas y conservadores como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil u Orbàn en Hungrìa. Ellos son solamente personajes transitorios en la arena pública, vienen y se van (afortunadamente) con los ciclos políticos, pero el daño que hacen con su mera presencia en la cúspide del poder en sus naciones es profundo: minar y desgastar la nociòn de que la democracia, si bien no es un sistema perfecto de gobierno, sì es el mejor sistema que hay.

Cuando en los sistemas políticos se desemboca en resultados inexplicables al llegar al poder, como gobernantes legítimamente electos, quienes una vez instalados se dedican a destruir lo más posible las normas de legalidad y buen gobierno, como para cerrar al camino a futuros cambios (“Despùes de mì, el diluvio”, parecen decirnos a la manera del Luis XIV), nos damos cuenta que ese no era el resultado esperado, que el sistema está fallando, que no es posible que líderes que no creen en la democracia gobiernen a las democracias.

Manifestantes en el Capitolio.
Fuente: google.com

No soy ciudadano estadounidense, soy mexicano, pero me interesa tanto como a cualquiera de mis amigos gringos la suerte de su país, la aparición cada vez más frecuente del mote "Banana Republic" entre analistas y columnistas norteamericanos para describir el espectáculo circense que tienen ante sus ojos.

No tengo manera de saber con plena certeza el desenlace del proceso de impeachment iniciado con una investigación en el Congreso sobre algunos actos presuntamente ilegales del Presidente Trump, pero sì creo que ya era el momento de que el mismo sistema político, en voz de la mayoría legislativa demòcrata, le plantara cara y reaccionara.

Ted Kennedy, el Leòn del Senado, en un discurso ante el National Press Club en enero del 2005, expresó, ante los acontecimientos políticos del momento (era la Presidencia de George Bush) lo siguiente que me parece relevante hoy:

“Si los demócratas corren a refugiarse, si nos convertimos en una pàlida copia al carbón de la oposición e intentamos actuar como republicanos, vamos a perder y mereceremos perder… los demócratas deben ser más que tibios ante los republicanos. Lo último que este país necesita son dos partidos republicanos.”

Cuando digo decadencia, hablo sobre todo desde mi percepción personal. No recuerdo en ningún otro momento de mi vida, después de años de observar y leer sobre los Estados Unidos, una nación fascinante en muchos sentidos, haber tenido este sentimiento de que dejaron de ser un referente mundial, el ejemplo a seguir.

No quiero llegar al extremo de ver a los USA con esa sensación que me invade al abordar a Rusia o China, naciones igualmente fascinantes, pero que no inspiran políticamente a nadie en el resto del mundo (¿o alguien quiere ser como Vladimir Putin?) ni alientan un espíritu democrático. Los veo con la distancia del analista, pero no a los Estados Unidos, al cual veo sin distancia alguna, como parte de mi mundo, en donde tengo amigos y familia, y cuya suerte me preocupa tanto como a cualquiera de sus habitantes.

Unos años antes de sus palabras citadas, en 1978, el mismo Ted Kennedy pronunciò un discurso en donde decìa lo siguiente: 

“Los desafíos que enfrentamos requerirán cambios importantes en la estructura de nuestras instituciones. No será fácil encuadrar estos cambios en las viejas categorías de liberal o conservador, radical o reaccionario. En lugar de eso, ellos traerán a nuestra vida pública nuevos significados para viejas palabras en nuestro diálogo político: palabras tales como ‘poder’, ‘comunidad’ y ‘propòsito’”.

No podría estar más de acuerdo con el viejo Ted: nuevos significados para viejas palabras, ahí puede estar la salvación de Estados Unidos.

rogelio.rios60@gmail.com
  

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