martes, enero 28, 2014

Chomsky: crítica sin compromisos



Por Rogelio Ríos Herrán
Enero de 2014.


Más que reseñar, me permito compartir con ustedes la impresión que me produjo la lectura de un libro de Noam Chomsky que me pareció deslumbrante por varias razones.

La obra es "Estados Fallidos. El abuso de poder y el ataque a la democracia". Barcelona: Ediciones B, 2007, 364 pp.

Mi punto de partida es el de un observador que si bien conocía al autor, no había leído -lo confieso- un libro completa de él, sólo fragmentos o escritos periodísticos. Tal vez por eso no esperaba encontrar en una obra de fondo, extensa y cuidada, documentada y pensada para el espacio de un libro, a un Chomsky tanto académico como militante, riguroso en sus argumentos, sólido en la documentación empírica de sus hipótesis y afirmaciones, y a la vez con una clara postura política y un compromiso intelectual a toda prueba.

Transitar por el pantanoso camino del activismo político sin perder no sólo el rigor intelectual, sino la credibilidad misma –el único tesoro de un analista político- es un difícil arte que Chomsky domina con sapiencia para a partir de ahí deshilvanar una devastadora crítica a las estructuras de dominación política contemporáneas que, bajo el disfraz de la democracia, en realidad la distorsionan para que se ajuste y soporte sus intereses de clase o particulares.

El objeto de estudio de Chomsky es la democracia en Estados Unidos y las amenazas que enfrenta, pero sus observaciones se aplican realmente al universo de las democracias occidentales de finales del siglo 20 y principios del 21, es decir, difícilmente alguna de ellas escapará a lo que el autor conceptualiza como un gran esquema de manipulación de la opinión pública para servir a los objetivos políticos de quienes detentan el poder, todo ello a nombre de una sacrosanta seguridad nacional.

Al enfocarse al intercambio de información entre gobierno y sociedad en Estados Unidos, Chomsky aborda un dilema de las sociedades modernas: ¿cómo evitar ser conducidas –“pastoreadas” como rebaños- por la maquinaria informativa generada desde el Gobierno estadounidense y replicada puntualmente por los medios de información? ¿De qué manera evitar que los asuntos que realmente interesan a los ciudadanos comunes y corrientes –su empleo, su educación y su salud- se vean excluidos de la agenda pública que tan convenientemente establecen los políticos a su beneficio?

Una declaración esencial que encontré en el texto nos puede dar la clave del pensamiento chomskiano:
“No es tarea fácil adquirir cierta comprensión de los asuntos humanos. En algunos aspectos, la tarea resulta más difícil que en las ciencias naturales. La Madre naturaleza no ofrece las respuestas en bandeja de plata, pero al menos no se desvive por imponer obstáculos a la comprensión. En los asuntos humanos, esas barreras son la norma. Es necesario desmantelar las estructuras de engaño erigidas por los sistemas doctrinales, que adoptan un abanico de artimañas que emanan con gran naturalidad del modo en que el poder está concentrado” (p. 124),

A eso dedica Chomsky sus afanes intelectuales en “Estados Fallidos”, a exhibir la enorme distancia que media entre los ciudadanos y sus gobernantes, a sacar a la luz la falla esencial de la democracia al no servir al pueblo, sino a sus gobernantes, por obra de un aparato de dominación que controla y domina la información pública; y finalmente, el papel de los medios de comunicación, los cuales francamente no salen muy bien librados balo la lupa de Chomsky, incluso los conocidos como liberales en Estados Unidos (The New York Times) o el rol de intelectuales y académicos prestigiados como Robert Pastor (recién fallecido), quien fuera asesor de seguridad nacional para Latinoamérica del Presidente Carter, a quien le dedica unas líneas muy ácidas al ubicarlo en el extremo liberal de las “palomas” del espectro político:

“Él (Pastor) explicó por qué la Administración tenía que apoyar al régimen sanguinario y corrupto de Somoza en Nicaragua y, cuando esto se demostró imposible, intentar al menos mantener la Guardia Nacional adiestrada por Estados Unidos incluso mientras ésta masacraba a la población ‘con una brutalidad que una nación suele reservar para su enemigo’, a la que sucumbieron unas cuarenta mil personas. El motivo era el de siempre: ‘Estados Unidos no quería controlar Nicaragua o el resto de las naciones de la región, pero tampoco quería que los acontecimientos se salieran de madre. Quería que los nicaragüenses actuaran con independencia, salvo cuando al hacerlo afectaran de manera adversa a los intereses estadounidenses” (p. 292-292), (tomado por Chomsky  de Pastor, Robert, Condemned to Repetition. Princeton, 1987).

Ése es el tono del análisis de Chomsky: duro, incisivo, hipercrítico con instituciones, gobernantes y personas, como si todos fueran parte del mismo universo político que utiliza y distorsiona a la democracia para sus propios fines, mientras mantiene en la sociedad la ilusión de que vive en un régimen democrático y de libertades:

“Estados Unidos se parece mucho a cualquier otro estado poderoso. Persiguen los intereses estratégicos y económicos de los sectores dominantes de la población, al son de una fanfarria retórica sobre su dedicación a los valores más elevados. Se trata prácticamente de un universal histórico, y es el motivo por el que la gente sensata presta escasa atención a las declaraciones de nobles intenciones de los dirigentes o los elogios de sus seguidores” (p. 303).

Publicada la obra en el año 2007, antes de la llegada de Barack Obama a la Presidencia de Estados Unidos, el ángulo crítico de Chomsky se sostiene hoy, sin embargo a pesar de la alternancia demócrata en la Casa Blanca. La polémica levantada por las revelaciones de Edward Snowden al filtrar una montaña de documentos de la Agencia Nacional de Seguridad que revelan las actividades de vigilancia y espionaje a todas luces ilegales (aunque haya jueces de distrito estadounidenses que sostienen lo contrario), y que le costaron el exilio en Moscú al ex contratista de la Agencia, le dan al libro de Chomsky una vigencia completa respecto a las amenazas a la democracia, reales y tangibles.

Puede uno no estar de acuerdo total o parcialmente con las opiniones de Chomsky, pero es innegable reconocer la contundencia de su argumentación, siempre basada en evidencia documental. Pero esa misma fuerza de argumentación que intenta demoler al adversario lo lleva a terrenos en donde parece alejarse de la serenidad digamos académica que le permitiría matizar o cambiar algunas de sus críticas, por ejemplo, en lo referente a los medios de comunicación, a Pastor o a otros comentaristas y analistas a los cuales mete en el mismo saco que los políticos y los trata sin piedad intelectual.

Noam Chomsky
El enfoque intenso de Chomsky en la democracia tal como se entiende y practica en Estados Unidos es analizada en lo grueso y se extraña que el autor no matice sus afirmaciones ni sus verdaderos obuses críticos a personajes diversos. Se ve que, por decirlo en otros términos, tira con escopeta cuando sería eso precisamente de lo que un académico se cuidaría en primer lugar. La línea tenue entre académico y activista, entre el intelectual despegado de su objeto de estudio y el intelectual militante que postula y defiende una postura y no concede nada a los contrarios, se cruza muchas veces a lo largo de los seis capítulos del libro:

1) Descarnada, espantosa e ineludible.
 2) Estados forajidos.
3) Ilegal pero legítimo. 
4) Fomento a la democracia en el extranjero. 
5) Pruebas acreditativas: Oriente Medio.
6) Fomento de la democracia en casa.

Claro que su solvencia intelectual y moral le permite a Chomsky darse esos pequeños lujos, pero es inevitable al leerlo levantar de vez en cuando alguna bandera sobre cosas que dice o perfiles que dibuja sobre los cuales nos gustaría ver más detalle, más balance y menos “punch” dirigido al nocaut y más al equilibrio del debate, una tarea que correspondería a sus editores llevar a cabo en primer lugar.

Al final, el propio autor se defiende de éste y otros tipos de señalamientos:

“Es frecuente oír que los críticos machacones se quejan de lo que va mal pero no ofrecen soluciones. Existe una traducción fiel para esa acusación: ‘Ofrecen soluciones, pero no me gustan’” (p. 303).

Chomsky es un referente indispensable en el debate público en Estados Unidos, no se puede acabar de entender la vida intelectual que gira alrededor del escenario político de nuestro vecino del norte sin su presencia, su aguda inteligencia y su figura de intelectual comprometido, radical, que no acepta compromiso ni condescendencia en la crítica, una especie de Sartre norteamericano de nuestro tiempo. Hay que leerlo siempre, se los recomiendo ampliamente.

@rogeliux

De Wikipedia:

Avram Noam Chomsky (FiladelfiaEstados Unidos7 de diciembre de 1928) es un lingüistafilósofo y activista estadounidense. Es profesor emérito de Lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. Es, asimismo, reconocido por su activismo político, caracterizado por una fuerte crítica del capitalismo contemporáneo y de la política exterior de los Estados Unidos. Se ha definido políticamente a sí mismo como un anarquista o socialista libertario. Ha sido señalado por el New York Times como "el más importante de los pensadores contemporáneos".

http://es.wikipedia.org/wiki/Noam_Chomsky

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