viernes, septiembre 06, 2024

¿Claudia contra los yanquis imperialistas?


Por Rogelio Ríos Herrán 

Corren los días, pasa la primera semana de septiembre, avanza la nefasta reforma al Poder Judicial, se acerca el día 1 de octubre y Claudia Sheinbaum no da las señales y palabras esperadas por la nación entera: ¿Se va a diferenciar o no de Andrés Manuel López Obrador? ¿Va a gobernar ella o será la simple fachada de AMLO? 

Además, sigue pendiente una cuestión esencial para la viabilidad de su gobierno: ¿Cuál será su postura frente a Estados Unidos? ¿Claudia y Kamala reconstruirán la arruinada relación bilateral? ¿O será, como quiere Andrés Manuel, Claudia contra los yanquis imperialistas? 

Sobre el escenario “Claudia y Kamala” (si, por el contrario, ganara Trump la elección presidencial, no habría más escenario que la confrontación cruda y violenta con México), una luz de esperanza la encontré en las palabras de Roberta Jacobson (ex embajadora de Estados Unidos en México entre 2016 y 2018) en una entrevista reciente que concedió a AQ Podcast (Americas Quarterly Podcast, “What Kamala Harris Would Mean for LatinAmerican Policy, 29/08/2024) sobre la eventualidad de la coincidencia de dos mujeres en las presidencias de los dos países vecinos. 

A la pregunta sobre qué esperaría ella de una relación política entre Kamala Harris y Claudia Scheinbaum, Roberta respondió: 

  1. -“Creo en verdad que estas son dos mujeres rudas, lo digo sin que suene misógino el comentario. Ellas han abordado temas difíciles, ya sea como Fiscal General de California, un estado más grande que muchos países, o como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México con sus millones y millones de personas y prioridades totalmente distintas en sitios diferentes.” 

  1. -“Creo que ellas serán menos transaccionales que López Obrador, quien fue un presidente muy transaccional. Esta es una de las razones por las que se llevó bien con el Presidente Trump: tú me das esto, yo te doy aquello.” 

  1. -“Tengo la esperanza de que estas dos mujeres crearán una asociación real. El enfoque sobre el cambio climático es un área en la que pueden trabajar juntas productivamente, Sheinbaum estuvo en el panel de Naciones Unidas que ganó el Premio Nobel. Su predecesor, sin embargo, el presidente actual, está totalmente por las energías fósiles. Yo no espero que eso necesariamente continúe.” 


La labor diplomática de Roberta Jacobson en México se recuerda todavía con respeto, como una embajadora rigurosa, profesional, pero a la vez empática con los mexicanos. Sus sucesores Christopher Landau y Ken Salazar, aunque experimentados y profesionales, no lograron sembrar las amistades y afectos que cosechó Roberta. 

Digo lo anterior para ubicar en la perspectiva correcta las opiniones de Jacobson sobre el gran potencial de Claudia Scheinbaum (en el caso de un triunfo de Kamala Harris en la elección presidencial) para reconstruir la relación bilateral sobre dos ejes: la plataforma del TMEC (sujeto a revisión en 2026) y el desarrollo de las energías limpias. 

Se le acaba el tiempo a Claudia para aprovechar la ventana de oportunidad que se le abrirá en noviembre frente al vecino del norte: superar, de una vez por todas, el nacionalismo obsoleto de López Obrador e impulsar la visión mexicana de una nación integrada a la América del Norte como la vía al desarrollo y al combate a la desigualdad. 

En lugar de eso, Claudia se encuentra en septiembre atrapada y con las manos atadas por el presidente saliente que intenta colocarse como el gobernante en las sombras, el poder real detrás de la nueva presidenta, a quien quiere ver arremetiendo los molinos de viento del imperialismo yanqui. 

No hay, al momento, ninguna señal, palabra o gesto que distinga a Claudia de la postura rígida y agresiva de Andrés Manuel frente a Washington. 

Como muchos mexicanos, Roberta Jacobson debe estar mordiéndose las uñas. 

@rogeliux 

lunes, septiembre 02, 2024

AMLO: la traición a Juárez


Por Rogelio Ríos Herrán 

Nunca creí que Andrés Manuel López Obrador fuera un demócrata en la mejor tradición del liberalismo mexicano del siglo 19, el de Benito Juárez (1806-1872) y su tiempo, porque no encontré nada en su trayectoria pública y opiniones que lo definieran como tal. 

Al contrario, un examen de su ruta como militante y político priista, activista social, militante de izquierda en el PRD y, finalmente, como fundador del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) revela lo que es: un político pragmático, estratégico y oportunista que esgrime la figura de Juárez como su modelo ideal, pero que, contrario al espíritu juarista, ataca a la Constitución mexicana para demoler sus instituciones y la división de poderes. 

No tiene López Obrador el menor escrúpulo ni inquietud de conciencia en hacer lo que se tiene propuesto en el mes de septiembre: consumar la transformación de México de una república federal y constitucional a un régimen de partido único y presidencialismo avasallante. 

Como otros políticos populistas en el mundo, López Obrador aprovechó la ruta de la democracia electoral para, una vez conseguido el poder, cambiar no sólo las reglas del juego, sino la Constitución misma a su favor y asegurar la máxima continuidad en el poder. 

Claudia Sheinbaum y el partido Morena, sus diputados y senadores, se redujeron, en el esquema obradorista, al nivel de simples actores y aparatos políticos al servicio de Andrés Manuel en el último mes de su presidencia y, lo que es peor, durante el siguiente gobierno nacional. 

No importa el cambio de timón presidencial hacia una mujer por primera vez en México. No es motivo de celebración nacional ese hecho histórico: lo que en el país se debate hoy es la forma en que López Obrador está maniobrando para asegurar su continuidad de mando, aunque formalmente la titular del Poder Ejecutivo sea Claudia Sheinbaum. 

La reducción de la democracia al nivel paupérrimo en que la piensa dejar Andrés Manuel con su reforma al Poder Judicial y la eliminación de los organismos autónomos no la hubieran aprobado, ciertamente, Juárez ni su generación de pensadores y políticos liberales redactores de la Constitución de 1857. 

“Juárez no debió de morir”, se dice en un excelso danzón de Acerina y su Danzonera, con lo cual estoy de acuerdo. El Benemérito no su hubiera prestado a los artilugios de baja estofa de López Obrador para arrebatar el poder mediante mecanismos democráticos y romper luego el tablero de juego. 

Juárez no se hubiera prestado a la traición a la democracia, aunque él mismo sufrió tentaciones autoritarias en su momento. 

¿Por qué no permitió López Obrador una transición de poder tranquila y sin sobresaltos? ¿Qué precio está dispuesto a cobrarle a la nación mexicana por el cumplimiento de sus obsesiones autoritarias? 

No sé las respuestas a esas interrogantes. Al paso de los años sabremos quizá las motivaciones de su impulso autoritario y visión paranoica y perversamente simplista de la política mexicana. Será demasiado tarde para detener su tarea destructiva. 

Toca padecer a los ciudadanos el lamentable fin de sexenio obradorista que viviremos en septiembre, un final que promete superar a cualquier otro que hayamos atestiguado. Al tiempo me remito. 

Lo que no nos va a robar Andrés Manuel es el grito de ¡Viva, México! No, señor, ni él ni ningún otro gobernante puede gritar con el sentimiento y la convicción de cada mexicano que ama y defiende a su Patria como mejor puede: el Grito es nuestra voz de protesta. 

@rogeliux  

domingo, septiembre 01, 2024

Que venga Don Quijote a México

 

Por Rogelio Ríos Herrán 


Veterano como soy de fines de sexenio legendariamente desastrosos de varios presidentes mexicanos anteriores a Andrés Manuel López Obrador, pensé que ya lo había visto todo. ¡Oh, sorpresa! 

Bajo ningún escenario me hubiera imaginado la debacle sexenal que, a poco más de un mes del cambio de gobierno, vivimos los mexicanos ¡en un cambio de poderes entre gobernantes del mismo partido político! 

“Andan entre nosotros siempre”, decía Don Quijote a Sancho Panza, “una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos”. 

Andrés Manuel está empeñado en superar las hazañas de fines de sexenios de los presidentes Echeverría y López Portillo juntos, faltaba más, con su obsesión por capturar al Poder Judicial, Tribunales y Supremas Cortes, eliminar organismos autónomos y, de paso, pelearse con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá. 

Todo ello en medio de las muestras de cínica impunidad que personalmente otorga el presidente de México a personajes como, por ejemplo, al Gobernador Rubén Rocha (Sinaloa), a Javier Corral, Rocío Nahle, Mario Delgado y varios morenistas más que no padecerán investigaciones judiciales. 

Mientras López Obrador elabora cada mañana sus “encantamientos” desde las conferencias de prensa en Palacio Nacional, la realidad nos dice que nos acercamos, si no es que ya rebasamos, la cifra de 200 mil homicidios dolosos durante el sexenio de Andrés Manuel (2018-2024), pero él sigue tan campante. 

No sólo eso, sino que ha desplazado a Claudia Sheinbaum, presidenta electa, a un segundo plano gris en donde sólo le queda a ella repetir y apoyar cada barbaridad presidencial sobre cualquier tema. 

Ni una diferencia mínima, ningún criterio propio, vaya, ni siquiera un lenguaje diferente emplea Sheinbaum en su desempeño público diario. Aceptó ya, por lo que se observa, su papel de mujer sumisa al “encantamiento” de López Obrador. 

Después de haber visto devaluaciones sorpresivas, expropiaciones de tierras y bancos, suspensiones de pagos de México, impotencia ante desastres naturales en otros sexenios, yo observo que AMLO agrega al final del sexenio un toque personal: la expropiación de la democracia mexicana. 

Adiós al Estado de Derecho, a tribunales independientes y garantías de amparo; “bye, bye” al acceso a la transparencia necesario para la rendición de cuentas; buen viaje al diálogo y la negociación en las cámaras legislativas: ese es el verdadero “regalo” de las huestes morenistas a su líder supremo, nada menos la degradación de las instituciones y leyes en México. 

El Caballero de la Triste Figura perseguía ideales fantásticos: “hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamientos”. 

Cuatrocientos años después de sus andares sobre la manchega llanura, nada mal le vendría a México que Don Quijote (como fuente de inspiración) nos ayudara a descabezar a la serpiente morenista que devora al país entero y a buscar a los más de 100 mil ciudadanos desaparecidos y enterrados en fosas clandestinas. 

No nos salvaría, sin embargo, la ayuda de un Caballero Andante si los mexicanos no aprendemos de nuestros errores y rompemos, por nuestra cuenta, el influjo de “la caterva de encantadores” que Andrés Manuel lidera en su afán de poder y riquezas. 

La resistencia civil no ha terminado con la derrota electoral de Xóchitl Gálvez el 2 de junio, en medio de una elección inequitativa y, ahora lo sabemos, de la traición de los partidos que la impulsaron.  

Los 16 millones de votos genuinos y limpios que los mexicanos depositaron en las urnas en contra de la incipiente tiranía morenista que se nos viene encima, son el sustento de la oposición de ciudadanos en busca de nuevos liderazgos. 

No hay mal que dure cien años, ni pueblo que los aguante. Los gigantes y serpientes fantásticos no intimidaron jamás al Quijote, quien los acometió con valentía, ¿dejaremos que los modernos endriagos morenistas nos venzan? 

“¡Non fuyáis, cobardes!”, gritaría Don Quijote a los mexicanos que se quedan cruzados de brazos frente a la patria amenazada. 

@rogeliux 

¿Claudia contra los yanquis imperialistas?

Por Rogelio Ríos Herrán   Corren los días, pasa la primera semana de septiembre, avanza la nefasta reforma al Poder Judicial, se acerca  el ...