viernes, febrero 23, 2024

AMLO: La entrevista de Inna

 


Por Rogelio Ríos Herrán 

No tenía, les confieso, grandes expectativas sobre la entrevista de la joven periodista y conductora Inna Afinogenova al presidente López Obrador en su programa CafeInna del portal Canal Red Latinoamérica, publicada el 20 de febrero en YouTube. 

Como en el caso de la entrevista reciente de Tucker Carlson al presidente Vladimir Putin (Federación Rusa), por un acuerdo previo con el entrevistado, las preguntas parecen preestablecidas y la actitud del entrevistador se despoja de la crítica para entrar en una zona de condescendencia y suavidad con el entrevistado, la cual se diluye rápidamente del periodismo a la propaganda. 

Inna, con su perfecto español, no fue la excepción a ese patrón de comportamiento. Su reputación la precede, como precede también la suya a López Obrador, quien tampoco se salió de su patrón establecido: hablar de sí mismo durante poco más de dos horas, su pasatiempo favorito. 

Para el contexto, la de Inna fue la primera entrevista que el presidente López Obrador ha dado a un medio de comunicación formal, según su propio dicho. Quizá por ello, para resaltar la nota exclusiva, se esmeró la entrevistadora en complacer en todo momento a su entrevistado. 

Además, en época de intercampañas para partidos políticos y candidatos y en previsión de una contienda electoral reñida, López Obrador intentó a través de la entrevista recuperar la narrativa presidencial disminuida en la opinión pública mexicana y apoyar abiertamente a su candidata Claudia Sheinbaum. 

No le importó, por supuesto, a AMLO maltratar la investidura presidencial con esta forma apenas simulada de interferencia en el proceso electoral e incurrir en posibles delitos electorales, pero hay algo más que resaltar. 

El formato de la entrevista, el lugar, la imagen y las posturas de López Obrador en su sillón hablan más que sus palabras. Sobre la forma de la entrevista quiero detenerme; abordaré después el fondo. 

Inna cumplió a cabalidad su papel como entrevistadora suave, como guía benigna de las respuestas de López Obrador en momentos en que parecía quedarse corto en las respuestas, y como ángel guardián para evitarle cuestionamientos incómodos. 

El lugar, el despacho presidencial en Palacio Nacional que luce como recinto de poder imponente, cobijó al presidente, si bien le dio un toque sombrío y monótono a la conversación. Quizá le hubiera convenido al entrevistado intercalar la entrevista entre el despacho y los corredores o patios del palacio, aflojarse la corbata, mostrar a su esposa, en fin, algo que rompiera la excesiva formalidad de su despacho. 

Si bien el lugar sustentaba la imagen del presidente, me parece que López Obrador no fue capaz de “llenar el cuadro” de la cámara con una postura adecuada en su sillón y con gestos dignos de la investidura que porta. Mucho menos le ayudó llevar unos anteojos que yo no recuerdo haberle visto jamás en público, ¿fue tal vez para darle un toque “intelectual”? 

Al arremolinarse en el sillón constantemente, abrir o cerrar las piernas y con un visible tic nervioso en su mano izquierda, López Obrador no logró transmitir la sensación de seguridad en su persona, de lucidez completa en una conversación periodística ni de sentirse a gusto ante la serenidad y apostura de Inna, ella sí elegante y muy profesional en sus movimientos y gestos. 

“La elegancia se demuestra en todo momento”, me dijo alguna vez un amigo. Por tanto, la falta de elegancia, la ausencia de estilo producto del roce social y la educación, también se exhibe en todo momento. 

En fin, ver y escuchar más de dos horas a López Obrador resultó cansado y me produjo fatiga mental. Todo giró en torno a su persona, sus experiencias, su visión de país, siempre con él y exclusivamente él por delante. 

Si alguna duda tenía yo de la megalomanía y el narcisismo que muchos analistas han señalado sobre la persona de López Obrador, mi duda se disipó por completo en la entrevista de Inna.  

Eso hay que agradecerle a la periodista rusa que –involuntariamente- nos mostró en extenso las manías y personalidad presidenciales. 

Cierro con un dicho de la sabiduría popular: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.” 

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